Coronavirus; la infinita solidaridad entre los de abajo
En ese ser solidario hay varias generaciones que en la vida cotidiana no se relacionan, jóvenes y ancianos, por ejemplo. Pero también hay migrantes, mujeres, negros, gays, musulmanes, y la enorme diversidad del mundo de abajo. Es la única esperanza que tenemos en este momento de locura de la humanidad.
Huelgas obreras, solidaridad popular en los barrios y cacerolazos, son algunas de las manifestaciones del pueblo italiano contra el modo como el Gobierno impuso la cuarentena a todo un país, que los grandes medios silencian y ocultan para seguir inoculando miedo y subordinación.
El diario del izquierda “Il Manifesto” informa en su edición del viernes 13: «El mundo obrero ha vuelto a hablar con una sola voz. Es la incredulidad y la rabia de los que piden ser tratados como todos los demás trabajadores. Una rabia, obrera, por la decisión del gobierno de no detener la producción en las fábricas que se ha materializado el jueves cuando se abrieron las puertas: huelgas espontáneas, asambleas, el cese temporal de la producción» (“Il Manifesto”, 13 de marzo de 2020).
Huelgas en Milán, Mantua, Brescia, Terni, Marghera, Génova, en grandes empresas como continuará hoy en Electrolux, Iveco, Tenaris, Beretta y el Grupo Arcelor Mittal entre otras. Un crecimiento de la desobediencia obrera que obligó al presidente Conde a convocar una videoconferencia con los sindicatos y llevó al presidente de la Confindustria a decir que las huelgas son «irresponsables».
No son huelgas por el salario sino por la dignidad, porque los obreros de la industria quieren ser tratados como los demás trabajadores. Demandan parar la producción para «higienizar, asegurar y reorganizar los lugares de trabajo», como exigieron los sindicatos metalúrgicos.
Los obreros del metal de la fábrica Bitron Cormano cerca de Milán, declararon a la “Radio Popolare” que trabajar en esas condiciones es muy duro. «En febrero pedimos guantes, máscaras y antisépticos y no hicieron nada, por eso fuimos a la huelga». Agregan: «Es muy duro trabajar así. Nos miramos como si fuésemos extraños».
En estos días tremendos de soledad y miedo, fomentados por los grandes medios de forma histérica pero calculada, nos sobreinforman sobre los riesgos de salir de casa, de relacionarse con otros, sobre cómo avanza la epidemia/pandemia, y todos aquellos datos que nos paralizan.
Hay mucho más que merece ser destacado. Los obreros de la fabrica recuperada Rimaflow en Milán, libraron un comunicado: «Creemos que una reducción real de los riesgos no puede recaer en los sectores más frágiles y económicamente precarios. Para contener realmente la epidemia, ninguna persona debe verse obligada a ir a trabajar, todos deben tener acceso a un ingreso de cuarentena y la posibilidad de recibir servicios, tratamientos y necesidades básicas en el hogar».
Luego dicen que en esta situación tan difícil, «queremos seguir construyendo lazos de solidaridad», y ofrecen sus servicios a quienes lo necesiten para cuidar niños, comprar alimentos y llevarlos a las casas de quienes lo pidan, aportando sus teléfonos y disponiéndose a cualquier consulta legal y sindical.
Lo que sucede en los barrios, donde existen más de mil centros sociales, merece mención aparte. Los jugadores e hinchas del club de «futbol popular» Borgata Gordiani, de la periferia obrera de Roma, se han puesto a disposición de «los ancianos y cualquier persona que se encuentre en dificultades» (ver “Pigneto Today”).
Colgaron volantes en las puertas de los edificios ofreciendo, solidariamente, hacer las compras y llevarlas los martes y jueves a las familias. En ese barrio donde Pasolini rodó alguna de sus películas, se decenas de personas dispuestas a trabajar para los demás, como sucede también en el centro social del barrio, y de muchos otros de las ciudades italianas. Esos ancianos que están siendo abandonados por el Estado y los empresarios, son atendidos por la solidaridad de clase.
En varias ciudades, particularmente en Nápoles, decenas de familias realizaron cacerolazos en sus balcones. Para el viernes 13 se convocó un cacelorazo nacional. «Abrimos las ventanas, salimos al balcón y hacemos ruido», dice la convocatoria que espera convertirse en «un concierto gratuito gigante» (https://bit.ly/2WlzHJF).
Los grandes medios que se empeñan en meter miedo, ocultan la inmensa solidaridad entre los abajos. Seguramente porque le temen, porque allí anida otro mundo. Una prueba de ello, es que pese a las restricciones, siguen adelante con las mayores maniobras militares de la OTAN desde el fin de la segunda guerra mundial.
Se trata de las maniobras “Defender Europa 2020”, planeadas antes de la epidemia pero que no han sido aplazadas. «Muchos han interpretado el despliegue de 30.000 soldados en Europa, de los cuales 20.000 estadounidenses (el mayor despliegue de tropas estadounidenses en Europa a finales de la Guerra Fría) para una serie de ejercicios militares, como el preludio de algo más grande» (https://bit.ly/39ZqL0x).
Según las declaraciones oficiales, las maniobras están destinadas a proteger al continente de una «invasión rusa». Sin embargo, llama la atención el amplio despliegue militar de la OTAN en carreteras y ciudades, mientras la población debe estar confinada en sus casas.
De la descripción anterior, necesariamente recortada, surgen algunos elementos que quiero compartir.
El primero es la solidaridad de clase, de los diversos abajos, porque en ese ser solidario hay varias generaciones que en la vida cotidiana no se relacionan, jóvenes y ancianos, por ejemplo. Pero también hay migrantes, mujeres, negros, gays, musulmanes, y la enorme diversidad del mundo de abajo. Es la única esperanza que tenemos en este momento de locura de la humanidad.
La segunda es la racionalidad egoísta de los de arriba, de esos empresarios que no gastan en proteger a los obreros porque quieren seguir acumulando riquezas. Los hacen trabajar, lo que ya es discutible cuando hay cuarentena, pero además no les dan los mínimos elementos de protección.
La tercera, la más temible, es la militarización en marcha. Policías y militares son los encargados de vigilarnos, cada vez de forma más sofisticada, con millones de cámaras y ahora también con aplicaciones que nos siguen a todas partes, como en China, donde la identificación facial hace imposible saltarse las normas más absurdas.
Si hubiera que agregar algo más, diría: sólo la solidaridad de clase, de género, de color de piel, puede dar forma a ese gigantesco paraguas multicolor que salve la vida en el planeta.