Julio Urdin Elizaga
Escritor

Cosmojibárica expresión

Nuestra sociedad y percepción de la realidad pasa por ser supuestamente ilustrada y racional. Lo venimos haciendo desde el Siglo de las Luces y, si me apuran, aun desde mucho más atrás: desde la siempre bien considerada Grecia. Somos la cultura «civilizadora» que piensa y, sobre todo, en el doble sentido de su significación, ordena. O al menos por tal cosa nos tenemos. Y lo hacemos por un procedimiento que ha querido dar con la clave del Todo: paradójicamente, el de la Reducción. Algo no muy diverso, salvando las diferencias puestas de manifiesto por autores como Philippe Descola y Eduardo Viveiros de Castro, a la operación obrada por esos supuestos salvajes que una vez atrapado el enemigo, el Otro, rival o misionero, venía sometiendo su cabeza, órgano de pensamiento para los europeos, que no al parecer para el amerindio del lugar, a dicho método con la única finalidad con la que cuenta todo resorte violento: aquel de un sometimiento total de la fuerza física y espiritual de la víctima puesta al servicio del victimario.

Los antropólogos Philippe Laburthe-Tolra y Jean Pierre Warnier, por su parte, consideraban en sí mismo el hecho de la guerra, bien desde la doble visión resolutiva del conflicto a través del enfrentamiento, al estilo de una historia de las guerras como aquella de las Batallas decisivas de J. F. C. Fuller, o como «episodios recurrentes que tienen como función la reproducción simbólica del cuerpo social y del cosmos», poniendo el ejemplo de esto último en la caza de cabezas de los jíbaros.

Denomino, por ello, «cosmojibárica expresión» esta forma de ver el mundo desde la reducción del mismo, y lo hago de forma analógica puesto que ha sido un tradicional abuso del colonialismo aquél que tiene por costumbre imponer nombre, más o menos discurrido y fundamentado, a los y lo demás. El conjunto de tribus conocidas en Europa con esta denominación, la de los jíbaros, nada tiene que ver en principio con ellas, pues se tratan de shuares, achuares, huambisas y aguarunas (Descola). Esta forma de proceder, caricaturizando lo diverso y plural, lo es de todo imperio y no ha contribuido sino a la confusión. Entre nosotros, mismamente, la de si somos más o menos vascos, por ser autrigones, caristios, várdulos, vascones e incluso berones. Aunque esto sea harina de otro costal. Son los pueblos de la federación Shuar, tradicionales rivales en muchos aspectos, unidos por su condición jibarohablante, tal y como pudieran serlo los euskaroparlantes o de similar sentido de pertenencia, en el ancestral temor del colonizador a su toma de conciencia frente al enemigo externo que los unifica. Pero si queremos comparar, aun obrando por inversión, convendría tener en cuenta lo afirmado por Eduardo Viveiros de Castro respecto de lo que define la identidad de aquellos frente a los nuestros, puesto que: «Nuestro juego epistemológico se llama objetivación: lo que no ha sido objetivado permanece irreal o abstracto. La forma del Otro es la cosa. [Mientras] El chamanismo amerindio se guía por el ideal inverso: conocer es «personificar», tomar el punto de vista de lo que es preciso conocer. O más bien de quien es preciso conocer, porque todo consiste en saber «el quién de las cosas» (Guimaraes rosa), sin lo cual sería imposible responder en forma inteligente a la pregunta del «porqué». La forma del Otro es la persona».

En dicho sentido Philippe Descola aporta el comentario de que en el supuesto de la visión de un historiador jíbaro, nuestros Aristóteles, Descartes y Newton habrían de ser no tanto dignos representantes de «una objetividad distintiva de los no-humanos y de las leyes que los rigen, [cuanto] los arquitectos de una cosmogonía naturalista completamente exótica».

Ahora bien, la absorción de las propiedades del enemigo, en este caso todo lo que se supone deba estar al servicio de un interés, mediante el belicoso procedimiento asimilacionista y reductor, simplificador de todo lo que abordamos, es muy propio también de nuestro Sistema. En ello colaboran de manera pragmática y eficaz las ciencias y tecnologías de toda condición y, últimamente, en especial, las de la cibernética e información. Reducir la consciencia, si no la conciencia, en globalizadora unificación, parece ser su objetivo prioritario. Este riesgo aún antes de la eclosión de sus últimas manifestaciones ya fuera denunciado por el filósofo de origen ruso, nacionalizado francés, Nicolás Berdiaev, cuando hablando del poder de la técnica dos meses antes de su muerte en 1948, en Reino del Espíritu, reino del César, afirmara ser «la última metamorfosis del reino de César. Esta metamorfosis no exige las sacramentizaciones que el reino del César exigía en el pasado. Se trata del último estadio de la secularización, de la descomposición del centro y de la formación de esferas separadas y autónomas, una de las cuales pretende un reconocimiento total. El hombre se encuentra bajo la influencia de una de las esferas autónomas». (Por cierto, este autor aun antes que Eco, ya escribiera ensayo sobre La Nueva Edad Media por venir).

Lo hace, por ahora, bajo el influjo de la simulación. Manteniendo lo más posible esa apariencia humana de su anterior identidad, a la manera como Descola recoge realizaban el grupo de tribus jibáricas, antropo y zoomórfica de la artificial creación. Tal y como podemos constatarlo en las diversas ferias robóticas a nivel mundial cuyo objetivo pasa por reproducir el comportamiento gesticular en detrimento de toda huella anímica y espiritual. La expresión así es mera imitación. En realidad no dice nada, y en todo caso produce hilaridad y cierta gracia. A la vista de todo lo cual, el precedente de un reduccionismo caníbal pasa por ser bastante más humano que esta nueva era de la artificialidad creada por la humana predadora aprehensión.


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