Covid-19, capitalismo y lucha de clases
El propio confinamiento tiene un marcado componente de clase, ya que seguramente no sea lo mismo para quienes lo desafían afinados en un piso patera de los barrios del Raval en Barcelona o de Lavapies en Madrid, que para aquellos que cuentan con otro tipo de comodidades.
De entre todo el chorreo informativo que en los últimos tiempos se está vertiendo en relación a la crisis sanitaria, no existe mayor falacia que aquella que asegura que el virus nos afecta a todos por igual. Desde diversos sectores, incluyendo a la pseudoizquierda, aseveran que se trata de un problema que no entiende de ricos o pobres. Además, según su criterio de equidad y aludiendo al mundialmente conocido positivo de Boris Johnson, estiman que la enfermedad tampoco haga distinción entre los poderosos. Al parecer, para estos eruditos, la cobertura sanitaria a la que pueda acceder el primer ministro británico, debe ser exactamente idéntica a la que logre optar la inmigración polaca o afgana de los barrios periféricos de la ciudad de Londres.
Toda una batería de afirmaciones que ya los primeros estudios e indicadores que empiezan a manifestarse al respecto, niegan con total rotundidad. Mapeos que señalan como la mortalidad está siendo mucho mayor en los barrios populares que entre los distritos nobles de las ciudades europeas. Misma suerte para Nueva York, donde se está dando un mayor número de fallecidos entre la comunidad latina y afroamericana de Queens o del Bronx, que entre la burguesía blanca acomodada de Manhattan. Por no hablar que estamos ante una crisis humanitaria que se cebará una vez más, sin escrúpulos, en los arrabales, villas y favelas de las grandes metrópolis latinoamericanas. Y por supuesto, ni hablar de los estragos que seguramente ya este causando la pandemia en la siempre olvidada África subsahariana.
Algo intrínseco al sistema capitalista es su estructura cimentada sobre un preciso componente de clase, donde per se las posibilidades materiales de cada individuo definirán sustancialmente la forma en la que abordar esta crisis. De ahí que el Covid-19 no signifique lo mismo para la ciudadanía del centro de Europa, que para la población que viva en algún país africano; como tampoco lo será para aquellos que residen en el centro de París o en alguno de sus suburbios. Solo hay que observar en nuestro entorno más cercano como los países del norte de Europa, de tradición mayoritariamente calvinista, están encarando la crisis desde una gélida praxis que prioriza los intereses económicos frente a la salud de sus ciudadanos. Al margen de no querer asumir la catástrofe que esto pueda suponer a los estados miembros del sur, como si no fuera con ellos la cosa.
Y ahí tenemos a la Roma de nuestros días con la capital del imperio Nueva York, absolutamente desbordada. Sin duda en Estados Unidos, epicentro del neoliberalismo y el país con mayor capacidad material del mundo, es donde con más facilidad se pueden apreciar las carencias que su sistema produce a la hora de encarar una crisis de carácter humanitario. Un país donde las clases populares quedan prácticamente excluidas de la red sanitaria debido a situaciones de irregularidad, o de precariedad laboral que no les permite acceder a un seguro médico medianamente digno. Incluso las clases medias trabajadoras, esas que deben ahorrar toda su vida para que sus hijos puedan ir a la universidad, están teniendo que invertir cantidades ingentes de dinero para lograr el tratamiento. Un problema que además del de clase también se da desde una perspectiva racial, ya que entre las personas con mayor dificultad a la hora de acceder al servicio de salud se encuentran los colectivos racializados.
De cualquier manera, nada será comparable a la catástrofe que le espera a África, continente donde en algunos casos se cuenta con un respirador en todo el país y donde los medios técnico-sanitarios son paupérrimos. Además, falta ver cómo impactará la enfermedad sobre una población muy joven como la africana, pero que cuenta con un sistema inmunológico endeble debido a la malnutrición severa que se sufre. Por desgracia, el coronavirus no hará sino incrementar la infinita lista de Malaria, Ebola, y el resto de calamidades que se ceban sin cesar con el ya de por sí maltrecho continente africano.
El propio confinamiento tiene un marcado componente de clase, ya que seguramente no sea lo mismo para quienes lo desafían afinados en un piso patera de los barrios del Raval en Barcelona o de Lavapies en Madrid, que para aquellos que cuentan con otro tipo de comodidades. Un confinamiento que, además, presupone que en todos los hogares se cuenta con dispositivos telemáticos suficientes que permitan a sus miembros poder realizar las tareas educativas y laborales a distancia, sin comprender que en muchos hogares apenas se pueden permitir tener un ordenador para el conjunto de la familia. Sin olvidarnos de todas aquellas personas que padezcan cualquier tipo de dependencia, disfuncionalidad o trastorno psicológico, dejando a estos colectivos en una situación de vulnerabilidad mayor que la de costumbre.
Pero, sin duda, el aspecto más nauseabundo que el capitalismo nos deja en su gestión de la crisis es el de la feroz carrera por lograr la tan ansiada vacuna. Un reto que en vez de ser planteado de manera conjunta, poniendo al servicio de la sociedad los mejores recursos técnicos y humanos del planeta, parece convertirse en una especie de competición por copar los primeros puestos de salida en el mercado. Un capitalismo desatado e insaciable que, al parecer, no calma su sed con la privatización de áreas públicas de salud, o especulando en momentos como este con productos sanitarios de primera necesidad, si no que prefiere jugar al secretismo entre decenas de laboratorios alrededor del mundo para ver quien es el más audaz en empezar a comercializar la vacuna.
En definitiva, no es muy difícil entender que un sistema como el capitalista, que fomenta el individualismo y cuya supervivencia pasa por la constante rentabilidad económica de sus acciones, sea capaz de dar salida a un problema que nos atañe al conjunto de la sociedad y donde es imprescindible poner las políticas sociales por encima de cualquier otra consideración. Con lo que nada más certero y nítido que la principal conclusión a la que podemos llegar, la que afirma que este virus no nos afecta a todos por igual, sino dependiendo de las posibilidades materiales de cada uno. Por ello, que a nadie le quepa duda que ya no durante este huracán, sino con la finalización del mismo, quienes deberán soportar estoicamente sus, si cabe aun más recios vientos de cola, sean una vez más las clases populares y trabajadoras del mundo entero.