Cuando la sangre es rentable: El Rearme
El tablero de ajedrez geopolítico despliega sus fichas con una lentitud cargada de tensión, anunciando un nuevo capítulo en la historia de la humanidad: el rearme global. Como sonámbulos, hemos regresado al punto de partida, donde el estruendo de las armas ahoga el susurro de la diplomacia, donde el fantasma de la destrucción masiva se cierne sobre nuestras cabezas con una sombra cada vez más alargada.
Los tambores de guerra resuenan en diversas latitudes, impulsados por una compleja amalgama de factores: rivalidades históricas, disputas territoriales, la búsqueda de hegemonía, el miedo al otro. La escalada militar se alimenta a sí misma, creando un círculo vicioso de desconfianza y paranoia. Países otrora aliados se distancian, mientras nuevas alianzas se forjan en un intrincado juego de equilibrios y contrapesos.
La memoria, esa facultad que nos distingue como especie, parece haber claudicado ante la vorágine de los acontecimientos. Los ecos de las dos guerras mundiales, con su estela de muerte y desolación, se desvanecen en el olvido, mientras las nuevas generaciones crecen en un mundo donde la violencia se normaliza, donde el conflicto se percibe como una constante inevitable.
La industria armamentística, un Leviatán insaciable, se frota las manos ante la perspectiva de un nuevo auge. Sus tentáculos, como raíces de un árbol maligno, se extienden por los centros de poder, financiando investigaciones, presionando a los gobiernos, inoculando el miedo para justificar la necesidad de más armas. La lógica del mercado, implacable e insensible, se impone sobre la ética, la rentabilidad sobre la humanidad. La sangre, si es rentable, se convierte en un bien de consumo.
El dinero que se invierte en tanques, misiles y aviones de combate, ese caudal ingente de recursos representa una oportunidad perdida para la humanidad. Podría destinarse a fortalecer la sanidad pública, donde la falta de inversión se traduce en listas de espera interminables y carencia de personal; a mejorar los cuidados sociales, donde la atención a los más vulnerables se ve mermada por la falta de recursos; o a garantizar el acceso a una vivienda digna, un derecho fundamental que se ve amenazado por la especulación y la falta de políticas efectivas.
En Europa, el rearme se ha acelerado tras el conflicto en Ucrania. Los presupuestos de defensa se disparan, superando en muchos casos el objetivo del 2% del PIB marcado por la OTAN. Según datos recientes, el gasto militar europeo alcanzó cifras récord en 2023. Para hacernos una idea, el montante destinado a estos fines podría equipararse a los fondos previstos para programas de inversión y desarrollo tecnológico, Next Generation EU, cuya finalidad es impulsar una economía más sostenible y resiliente. Esta inversión, que busca el bienestar de los ciudadanos, palidece ante la voracidad de la industria armamentística.
En este escenario, empujados por la propaganda de la extrema, se decide apostar por la muerte, por la destrucción, por la aniquilación, empujados por una postura de propaganda de extrema que ya no es está lejos, está en la que se ha considerado durante años «el paraguas armamentístico de Europa»: Estados Unidos, en su búsqueda de mantener su hegemonía global, ha orquestado una danza del miedo, una geoestrategia basada en la militarización y la confrontación. A través de la expansión de la OTAN, el establecimiento de bases militares en puntos estratégicos y la promoción de conflictos regionales, busca crear un entorno de inseguridad que justifique su intervención y dependencia. Esta estrategia se basa en la creación de un enemigo constante, real o imaginario, que permita mantener la industria armamentística en auge y asegurar el control sobre los recursos naturales y las rutas comerciales.
La lógica del gatillo fácil se impone sobre la razón, la fuerza bruta sobre la inteligencia. La palabra se devalúa, el diálogo se diluye, la empatía se extingue. Nos quieren encerrar en nuestras fortalezas, desconfiando del vecino, atrincherándonos en nuestras ideologías.
¿Por qué hemos llegado a este punto? La respuesta es compleja, pero podemos apuntar a varios factores. El asombroso auge de la extrema derecha mundial, el resurgimiento de viejas rencillas, la creciente desigualdad, la polarización política, la desconfianza en las instituciones, la sensación de inseguridad. Todo ello crea un caldo de cultivo propicio para el conflicto.
Pero, sobre todo, debemos señalar la codicia, el egoísmo, la inhumanidad que parecen dominar nuestro mundo. La búsqueda desenfrenada de poder, la obsesión por el control, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Nos quieren convertir en esclavos de nuestros propios miedos, incapaces de construir un futuro compartido.
En medio de este panorama sombrío, la esperanza se aferra a pequeños gestos, a iniciativas individuales y colectivas que buscan construir puentes de diálogo, promover la paz, fomentar la cooperación. Organizaciones internacionales, movimientos sociales, activistas, ciudadanos de a pie, todos ellos levantan su voz para recordar que otro mundo es posible.
Mientras tanto, la sociedad civil observamos con creciente preocupación este vals macabro al son de la guerra. Las voces que claman por la paz, por el diálogo, por la cooperación internacional, se ahogan en medio del estruendo de los tambores de guerra. Pero no nos rendimos. Sabemos que la paz no es una utopía, sino una necesidad urgente. Y sabemos que solo desde la unión y la solidaridad podremos construir un futuro donde la vida tenga prioridad sobre la muerte.