Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

De cada lado del espejo

Hace ya más de cien años y a treinta años de diferencia nacieron, por un lado, un personaje maravilloso, Alicia, y por otro, un movimiento popular, el PNV, que a mediados del S. XX se transformó en partido, pieza indispensable del ajedrez político actual. En ambos casos parece más interesante tratar lo que años después se descubriría dando la ilusión de la realidad a una utopía realizable que en su origen no parecía ir más allá de un concepto virtual.

El Reverendo Charles L. Dodgson, alias Lewis Carrol, autor del primer escrito sobre Alicia nos contó, en otra publicación, lo que su aparentemente ingenua protagonista descubrió detrás de un espejo. Alicia descubrió limazones, borogobios y todos los componentes de la fauna del lado desconocido del espejo; algunos de ellos, años y años después supieron llegar a ocupar las primeras filas del inventario. Alicia, rápidamente sorprendida por la incontinencia verbal de los habitantes que descubría, preguntó a uno de ellos, Humpty-Dumpty, sobre la sorprendente volubilidad de su lenguaje y sobre la capacidad de comunicar a las palabras significados adaptables a la inestabilidad de la meteorología del momento. Humpty-Dumpty, encaramado en un muro, con sinceridad cínica respondió que en realidad se trataba de facilitar la necesaria información de adultos dotados del candor y del conformismo necesarios al equilibrio de una sociedad, y añadía que la decisión de dotar a una misma palabra de significados diversos correspondía al poder del que manda y habla.

El fruto de la curiosidad de Alicia nos muestra que siempre hay que atravesar los espejos. Así subsistimos, pasando de una a otra cara del espejo, en plena crisis de desorientación provocada por el enredo de los puntos cardinales de nuestra brújula. Esto es achacable al desmadre de campos magnéticos que nos rodean forzándonos a navegar según rutas trazadas por «el que manda y habla».

El Humpty-Dumpty encargado de la animación de la conmemoración del aniversario de su partido no traicionó a su imagen. Nos comunicó su intención de convencer al compañero español, a quien facilitó su vital reanimación, que Euskadi sea «un sujeto político» y que reconociera el «hecho nacional vasco». ¿Qué quiere decir eso? En la misma arenga y con vehemencia nos hacía tomar nota de que «solo desde la soberanía» sería posible un acuerdo con su partido. Ya parecía más clara la intención expresada pero volvió la ansiedad cuando poco después por declaraciones expresadas, con no menos vehemencia, su compañero de partido y lehendakari informaba de haber expuesto al secretario general de su aliado español la oportunidad de «la redefinición del modelo de Estado» que permita «el reconocimiento de la realidad plurinacional» de España. El interlocutor español fue muy claro respondiendo que se comprometía a reforzar el autogobierno vasco «del mismo modo» que lo hará con otras autonomías que lo deseen. En suma descafeinado para todos.

Alicia sigue sin comprender cuando miembros distinguidos de un mismo partido exponen públicamente discrepancias de principio, sembrando el malestar producido por tales tergiversaciones.
 
Un mes antes, «rostros conocidos de este país» apoyaban en una reunión pública los actos previstos a favor del «derecho a decidir», fórmula que el aliado español del PNV se ha negado ya rotundamente a tratar. En la «foto de familia» del evento reconocíamos personajes de la vida política pasada y actual del abanico, digamos nacionalista, vasco. ¿En qué quedamos?
En plena indigestión de conceptos conocimos el Manifiesto de firmantes que, en general, gozan de un prestigio reconocido por la sociedad civil. El texto del Manifiesto deja insatisfecho. Quizá en los próximos días y semanas podremos salir de las ambigüedades expresadas, voluntariamente o no, que desconciertan a los peatones preocupados por la construcción política de Euskal Herria. Lo confuso no puede servir como cemento de una construcción que resista a los embates de la vida política. Los redactores del texto, aceptando que se «barajen alternativas distintas como independencia, federación o autonomía» sorprenden desde el comienzo del párrafo que indica el deseo de construir un proceso democrático en el Estado español. Una vez más brilla por su ausencia la palabra soberanía, de uso delicado. Alicia, consultando diccionarios, del María Moliner al de la RAE, que despejaran sus interrogantes, leía que, grosso modo, la soberanía era la calidad del poder político de un país que no está sometido al control de otro país.

Curiosa la reacción de EH Bildu que respondiendo al Manifiesto proclama su deseo de unión con otras fuerzas políticas para «desalojar al PP». ¿Creen que será más fácil entenderse con el PSOE que se limita a ofrecer un hipotético federalismo centralista? Las tácticas aceptan regates cortos, la estrategia no. También sorprende que los firmantes excluyan de la alianza propuesta al PNV porque ¿a quién no convendrá la afabilidad del texto? Confiemos que esta y otras iniciativas que corren el riesgo de balcanizar la izquierda abertzale, tanto civil como política, no estén destinadas a «aguayvinar» el impulso de EH Bildu que tanto parece molestar. Esa inflación favorece a quienes intentan arrastrar a los peatones hacia un maniqueísmo que supone optar por el colaboracionismo con Madrid y París o por el caos.

La clarificación de conceptos es urgente en este momento. Hace pocas semanas Iparralde manifestaba el despertar abertzale tan esperado. En Nafarroa, Uxue Barkos oxigenaba la política de nuestra cuna con, incluso, una representación del PNV hábilmente propuesta por su partido, más en el plano institucional que solicitada en el ámbito popular.

Queda la encuesta del Euskobarómetro sobre el sentir de la calle por la que nos enteramos de que «solo» el 40% de los votantes del PNV son partidarios de la independencia de la Euskal Herria peninsular. Teniendo en cuenta la combativa propaganda antisoberanista de algunos dirigentes, no todos, de ese partido, el resultado anunciado merece consideración. ¿Qué resultado hubiera dado la pregunta: «¿De quién se siente usted más cercano, de los alegatos de Ibarretxe o de los de Ortuzar y Urkullu?». La ambigüedad del discurso del PNV responde a una intención planificada. Si Urkullu se dirige al 60% no partidario de la independencia, Ortuzar está encargado de dirigirse al 40% de sus votantes. Al primero le juzgan sobre sus resultados de gestión cotidiana, mientras que a su compañero le evalúan según la cantidad de adhesiones a su partido. El silencio de los demás dirigentes ¿se reparte también entre las opiniones del 40% y del 60%? ¿De qué lado del espejo se sitúan? Presentimos algo parecido a un compás de espera en vísperas de la renovación del aparato directivo.

En cuanto se atraviesa el espejo se descubre el mundo real, el de personajes desconocidos y situaciones inesperadas. Las soluciones no existen ni de un lado ni del otro del espejo. Los peatones las procrearán si se atreven a asumir y a socializar su ética personal fruto de una moral política establecida por dirigentes movidos más por criterios de comodidad disciplinaria que por convicción.
 
Que Alicia siga incitando a atravesar el espejo para no quedarse siempre del mismo lado, orientado hacia el Sur, donde el Sol calienta más.
La muda de Movimiento a Partido sigue. O bien nuevas generaciones acrecentarán el 40%, o bien asistiremos a la rápida regionalización, aunque lo sea por federalismo pactado, de un partido al que Euskal Herria debe tanto.

Parafraseando a Lord Byron, esa evolución conduce a conclusiones «demasiado sencillas para ser explicadas con facilidad».

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