De líderes
El líder civil, influyente e inspirador, molesta a la Sociedad política que, a menudo, basa su poder en la eliminación de líderes y en el cultivo intensivo de antilíderes que se presten a ejercer de dóciles «correveydiles» a cambio de galardones de saldo
Parece generalizarse la opinión que atribuye el desorden mundial reinante a la ausencia de líderes, constatada desde el final del siglo pasado. El análisis de esa carencia, aplicada a «lo nuestro», nos incita a examinar la naturaleza de esa curiosidad sociológica que se denomina liderazgo.
Un estudio de Nydia Cohen de la Universidad de Puerto Rico posiciona con precisión tanto la noción de líder, personaje denodado que se preocupa de la acción colectivamente necesaria y personalmente desinteresada, como, por oposición, el concepto de antilíder, vulgar, blandengue y pusilánime, al que le priva figurar.
El líder civil, influyente e inspirador, molesta a la Sociedad política que, a menudo, basa su poder en la eliminación de líderes y en el cultivo intensivo de antilíderes que se presten a ejercer de dóciles «correveydiles» a cambio de galardones en saldo.
El líder es transparente. El líder no teme ni la palabra seguridad ni el concepto de libertad.
Cuando un líder nos permite creer en la voluntad popular, «el mejor gobierno es el que menos gobierna». En cambio «sin líder nos alimentamos de nuestra propia mediocridad» (Thoreau).
La ley no hace a los hombres más justos; por esa razón no podemos encomendar nuestra conciencia al legislador.
El líder provoca menos la admiración que el respeto y expresa así un valor social generador de la función de autoridad de la que ninguna sociedad quiere prescindir.
Conviene marcar la diferencia, evidente para algunos, entre la «autoritas» del líder reconocido y la «potestas» que representa el poder legal impuesto por la mayoría a la minoría. La autoridad del líder es función del objetivo primordial del grupo que le reconoce, al que ofrece nuevos enfoques de los problemas, incluso antiguos, que surgen.
G. Burdeau analiza la relación primaria entre el líder y «su» grupo. El líder genera popularidad por el contraste marcado entre la sencillez, de sus actitudes y la complejidad de su tarea. Si el dirigente, poco o nada líder, propone «pónganse en mi lugar», el líder en cambio se pondrá en el lugar del grupo que lidera y que gestiona.
Es curioso como abundan los past líderes entre los «gurús» que intentan propagar sus fórmulas de gestión de los Recursos Humanos de una empresa, perdiendo progresivamente sus plumas de colores fascinantes, y transformándose en divos a perpetuidad. Parafraseando a Oscar Wilde, cualquier individuo puede hacer historia, solo los líderes modestos pueden escribirla.
Cuidado con el tratamiento reservado a un líder carismático, vivido recientemente. Aseguremos correctamente la transición socialmente manipulada del militante Madiba al liberado Mandela. El mundo que hoy vitorea a Mandela no se preocupaba del líder Madiba que encadenado en Robben Island durante casi 30 años, elaboraba, progresiva y lentamente, la lucha contra el apartheid y al que la sociedad blanca bien pensante occidental trataba de terrorista. En los conflictos de identidad se trata de terrorista al derrotado y de liberador al mismo combatiente si sale vencedor.
El líder sabe que solo puede ganar su apuesta si actúa sin miedo, alimentado por la transfusión de poder, con el grupo que le ha escogido. Un líder político vecino basó su campaña presidencial en la proposición «Os pido el poder para devolvéroslo».
¿Qué líderes recientes tenemos o hemos tenido al alcance de nuestra voluntad?. No se me ocurre ninguno realmente líder como lo fueron, en desorden, Luther King, Churchill, De Gaulle, Gandhi, en cierto modo, Eva Perón, Monnet, Lenin, Mao Tse Tung, Fidel Castro, Deng Xiaoping, Teresa de Calcuta, el Che Guevara, Gerry Adams, gusten o no. No llego a destacar como líder un personaje a nivel estatal, aunque quizás sí lo fue Adolfo Suárez. A nivel vasco territorial se me ocurren Jose Antonio Agirre, Ramón Rubial, Gregorio Ordóñez, J.J. Ibarretxe, limitado por su propio partido, Rafa Díez y Arnaldo Otegi, ambos encarcelados por el poder estatal totalmente consciente del peligro de dejar en libertad a verdaderos líderes defensores de la Paz. No habrá que olvidar a aquellos caseros creadores de talleres que devinieron empresas del siglo XX, trabajadores y «patrones», cuyo liderazgo se ha perdido en sucesiones patrimoniales desinteresadas por la economía local.
La escasez de líderes ha generado la profusión de lobbies, función que los poderes políticos intentan reglamentar, sin convicción, desde su origen en el lobby del Hotel Willard de Washington. El fenómeno obedece, una vez más, a la muy primaria pero recurrente, ley de Melles, que en este caso constata que la suma lobbies de la sociedad civil más líderes de la sociedad política es constante: cuando uno de los sumandos crece el otro disminuye en la misma proporción.
Occidente pierde influencia en Oriente Próximo donde el liderazgo de los EEUU, de calidad mediocre, actúa en nombre de su codicia de poder mundial apoyando claramente el golpe de estado militar de Egipto y dejando en equilibrio inestable el conflicto Israel-Palestina.
Centro América y Sudamérica generan más líderes que Europa.
A nivel mundial, y tanto europeo como estatal, en ausencia de líderes abundan los capones que nos llevan a consecuencias equivalentes a las de cualquier guerra. El problema del peligro de otra guerra mundial parece estar disipado. ¿Llegaremos a tener que atribuir el Premio Nobel de la Paz al Arma Nuclear, motivo de disuasión, hasta ahora, de cualquier conflicto?
En la Unión Europea, el «reino de la vetocracia» no se vislumbran líderes en el horizonte. Merkel líder nos dirán pero si un liderazgo se mide en euros su situación es precaria. Por ahora la UE, por su ausencia de líder es más problema que solución. Sin líderes no será posible europeizar al 60% de sus habitantes que según una reciente encuesta desconfían de una UE sin estrategia que vive en un estado casi permanente de transición.
En el Estado español el «dirigente supremo» y no líder, se ve limitar sus grados de libertad de gobierno amedrentado como está por las sombras amenazadoras de su predecesor y de la «ambiciosa rubia», como dicen. Por no tener no dispone ni de una oposición liderada.
En nuestro territorio vasco, ídem, «eadem», ídem. No tenemos capacidad de negociar con Madrid que solo nos da acceso a las «apurras». Lo que si constatamos en nuestro territorio es la generación de antilíderes, cuyos efectos son a menudo deletéreos y que corresponden a personas que, en fin de recorrido, aceptan cargos honoríficos o simplemente representativos frecuentemente bien remunerados. Se encuentran en ese caso los «correveydiles», antes citados, tan codiciados por los redactores sensacionalistas de los medios de comunicación. La condición que se les impone es la ciega lealtad al comanditario, perteneciente en general a la sociedad política, y la exigida actitud de florero a la espera de órdenes. Los esquemas de reflexión, en esos casos de sumisión, no pueden salir del catálogo normalizado de deducciones convencionales.
La presencia de antilíderes puede ser ominosa. Los discursos repetidos de dirigentes de patronales locales, de regate corto, afirmando que los dirigentes políticos de uno de nuestros Territorios Históricos son hostiles a las inversiones, son pura y simplemente punibles. ¿Cómo no reaccionan sus pares aunque solo sea por el daño así impuesto a sus propios intereses en momentos tan difíciles para la financiación de las Pymes vascas? Esta conducta choca a observadores europeos enterados por la prensa de la gravedad de tales manifestaciones estigmatizando además un Territorio que detiene el nivel más bajo de desempleo de la CAV. Que razones de gestión política no convengan a los comanditarios de los «telegrafistas», aunque contribuyeran a aprobar los presupuestos de sus adversarios, es un tema a discutir, pero de ahí a que los antilideres se suban al primer minarete disponible para disuadir al inversor hay un paso censurable. Con ese tipo de líderes patronales, ¿qué podemos esperar?. El líder anima. El antilíder, que debe su situación a favores cortesanos, desmoviliza.
Parece más ético que cuando una persona acceda a un cargo, para cuyo ejercicio pierda su libertad de expresión, intente afirmarse y dimita si el obstáculo que encuentra es inamovible por esencia. Hemos conocido casos análogos, pocos, pero los hay.
Complejo problema el del tratamiento de la ausencia de líderes, revelador de un clima cultural que aciagos comanditarios de antilideres sumisos contribuyen, en parte, a degradar.
Podemos resistir a todo excepto a la necedad.
Si sigue la carencia, los líderes seremos nosotros, los peatones.