Iñaki Egaña
Historiador

De perdones y disculpas

En el año 1891, once migrantes italianos fueron linchados en Nueva Orleans. Habían sido absueltos de la muerte del jefe de policía local. Dicen que fue el mayor linchamiento grupal jamás habido en EEUU. Aquel incidente provocó un gran escándalo político y una grave crisis diplomática entre Washington y Roma. Los asesinos nunca fueron siquiera investigados y recibieron el aplauso de la sociedad. Un siglo más tarde, Nicholas Meyer dirigió la película "Vendetta" que rescató los hechos que habían desaparecido de la narración oficial de la historia de EEUU. Y poco después, hace apenas unos años, el alcalde de Nueva Orleans pidió disculpas a la comunidad italiana por la muerte de aquellos migrantes.

Unos meses atrás −estamos en junio de 2019− Gavin Newsom, gobernador de California pedía disculpas por la «matanza sistemática de indígenas de California», añadiendo: «Se llama genocidio. No hay otra forma de describirlo. Y esa es la forma en que debe ser descrito en los libros de historia». En 1998, el entonces presidente norteamericano Bill Clinton pidió perdón a los países africanos por la esclavitud e incluso por las barbaridades cometidas durante la Guerra Fría. Una década después, en 2008, fue el Congreso el que, en nombre del pueblo de Estados Unidos, pidió perdón a la comunidad afroamericana por «el mal que les fue infligido» bajo las leyes segregacionistas y «por sus ancestros que sufrieron la esclavitud». Fue durante al mandato de Clinton cuando su Estado asimismo pidió disculpas a Hawái por el derrocamiento de su monarquía y el saqueo de sus tierras.

Tal y como recuerda un documental, en la década de 1990, Japón, ofreció disculpas por abusos cometidos en Corea y China, mientras en 2000, Johannes Rau, presidente de Alemania, pidió perdón ante el Parlamento israelí por los crímenes nazis en el Holocausto judío. Tel Aviv había solicitado perdón años antes a Argentina por el secuestro del Mossad en Buenos Aires de Adolf Eichmann. En 2008, Italia se disculpó ante Libia. En 2010, Estados Unidos hizo lo propio por infectar deliberadamente con enfermedades venéreas a cientos de guatemaltecos y en 2013, Países Bajos se disculpó por las ejecuciones sumarias en Indonesia. Francia admitió en 2018 su responsabilidad por crímenes durante la guerra de independencia de Argelia. En 2020, el rey Philippe de Bélgica reconoció su «profundo pesar» por la violencia y crueldad ejercidas en el Congo, y ese mismo año, el rey Carlos III de Reino Unido pidió perdón por el asesinato de 11.000 personas durante la rebelión de los Mau Mau, en Kenia.

Hoy, que casi todo está ajustado en una base de datos, las disculpas y perdones ofrecidos por las sociedades liberales han sido contabilizados, al menos hasta el verano de 2022 que fue cuando la universidad holandesa de Tilburg, bajo la dirección de Juliette Schaafsma, se quedó sin fondos para continuar con el proyecto. Habían detectado cerca de 360 casos correspondientes a 74 estados, similares a los apuntados en los tres párrafos anteriores. Entré entonces en la base de datos y encontré cuatro casos relativos a España, dos de ellos relacionados con el bombardeo de Gernika, otro con la esclavitud y un cuarto protagonizado por Pablo Iglesias cuando como vicepresidente del Gobierno, solicitó perdón al pueblo gitano por el racismo continuado que han sufrido en el Estado. No había más, tampoco el reconocimiento en 2018 de ETA del daño causado o la declaración de Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez de 2021.

En el resto, algunas de las disculpas sorprenden, lo que no ha sido una interpretación exclusiva ya que, para ciertas víctimas, se trata de actuaciones hipócritas, disculpas políticas que no fueron al fondo de la cuestión que, por otro lado, décadas o siglos después, se mantiene sino en sus coordenadas históricas, si en similares adaptadas a los tiempos. Un cierto escepticismo a pesar del impacto. En cambio, en el otro lado de la balanza se encuentran quienes afirman que estas disculpas sirven para abrir las puertas a una «restitución de injusticias históricas», obviamente desde una perspectiva del relato. Se trataría de intentar acercar narrativas hasta ahora irreconciliables, colocar el pasado en un escenario menos antagónico para las partes. A partir de este salto, acceder al dialogo y a una justicia transicional. Y quizás, como sucedió en Sudáfrica, a una comisión de la verdad. En trabajos con el soporte de la base de datos de la Universidad de Tilburg se reconocen varias circunstancias, entre ellas el tiempo trascurrido entre la violación de los derechos humanos por parte de un Estado y su reconocimiento posterior: varias generaciones. Lo que aleja las consecuencias jurídicas, dicen los escépticos.

Este 12 de octubre, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum volvió a hurgar en la herida de hace unas semanas que tan mal sentó a la clase política española cuando recordó que Felipe VI tiene pendiente la disculpa que ya anticipó López Obrador en 2019 hacia los pueblos originarios. Debió escocer, porque dos días más tarde, el diario franquicia del grupo Vocento llevaba el tema a portada, apuntando que esas declaraciones habían enfadado sobremanera a Washington, al parecer el primo de Zumosol que protege a Madrid. El límite ya lo puso el padre del jefe del Estado actual: «Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir». Todo zanjado.

Con estos mimbres, la postura de Madrid sigue lejos de acercarse, incluso en modo hipócrita, a esa disculpa que esperamos desde hace años. No relacionada precisamente con cuestiones de siglos atrás. Esta misma semana, Egiari Zor denunció que hay 60 versiones oficiales, entre ellas la de la muerte de Jon Urzelai, que en realidad esconden crímenes de Estado. Más de 5.000 casos de tortura. Y es que aún, señora Garmendia, no han superado la fase del reconocimiento. Cuando lo hagan no nos importará esperar una generación para recibir una disculpa que ya se hace esperar. Aunque sea en modo emérito.

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