Elias Anton Murgiondo

Dioses y mentiras

Nos encontramos en tiempos de fiestas y relajo, con actitudes positivas y generosas, donde los deseos resultan fluidos y se apuesta por el disfrute y la alegría. Nuestro pueblo (Euskal Herria) comienza en julio y continúa en agosto y septiembre para celebrar sus fiestas libertarias, donde la inercia popular requiere de humor y tiempo para romper con la monotonía del trabajo y los días marcados por la obligatoriedad de repetir la inercia cotidiana. Las fiestas llegan como tabla de salvación para cambiar los ritmos y para disfrutar buscando alianzas en un auzolan amistoso y rompedor con amigos viejos o nuevos, recientes, que emergen al son de la música o del trasiego gastronómico, es decir, de cualquier motivo que sirva de excusa para disfrutar. Son momentos esperados durante el año para cambiar las formas de vida y buscar la diferencia entre lo cotidiano y lo distinto, donde la libertad de movimientos rompen con la monotonía y ofrecen placer y libertad.

Todo esto viene a cuento a partir de constatar que todas las fiestas conllevan interferencias de agentes externos que pretenden manipular los deseos de libertad de la población, pues la Iglesia coloca a sus santos, vírgenes y demás parafernalia como pantalla de celebración (San Fermín, Virgen de Begoña, etc.), interfiriendo en la normalidad e imponiendo sus actos corporativos para influir en la población. La intromisión de la Iglesia con sus ritos y mentiras, desde un prisma anticuado y conservador, influyendo en las personas ignorantes y abducidas, conlleva intenciones perversas y de dominación mental. Son muchos los años de dominación y de apoyo a lo más reaccionario de las sociedades planetarias, utilizando supuestos dioses como directores de la moral y como vigilantes de nuestro actuar, lo cual fulmina los avances de la ciencia y el desarrollo de la naturaleza. Los clérigos y representantes eclesiales (de cualquier tendencia o secta) son puros agentes representativos que no creen en lo que predican, saben que es mentira lo que ofrecen, que es falso el mensaje bíblico, que el relato novelado escrito por otros hombres en los tiempos viejos es producto de la imaginación de seres vivos de otra época y nada tiene que ver con revelaciones divinas. Se visten con trajes talares, con faldas recargadas de hilos dorados y collares magníficos, beben vino en cálices de oro o plata y repiten sin pausa lo que el libro misal contiene. No dudan en apropiarse (inmatricular) de las propiedades públicas, como abusar de un supuesto poder delegado (confesión, pederastia, denuncias de odio...), renegando de sus pecados capitales y sus predicas moralizantes. Todo ello está pasando en nuestra sociedad y, si bien es cierto que la clientela está bajando, todavía el poder de interferencia de estas sectas sigue siendo importante. En las fiestas emergen con procesiones y celebraciones para demostrar que están ahí y que no van a abandonar sus planes de control y dominación social. Por ello resulta insano que en los momentos de relajo y libertad, como son las fiestas de nuestros pueblos, las mafias religiosas aparezcan con fuerza para ofrecer el espectáculo que intimida a conversos y resto de ciudadanos, interrumpiendo el normal desarrollo del divertimiento y la alegría.

Es triste contemplar en pleno siglo XXI que los avances científicos sobre el desarrollo estructural de la vida resulte puesto en cuestión por superestructuras falsas teledirigidas por sectas y organizaciones fanáticas que manipulen las mentes con relatos ahistóricos, por medio de mensajes amenazantes y promesas vanas, carentes de realidad, donde los mensajes buscan la sumisión y la dependencia para mejor dominar al rebaño. Diariamente utilizan las campanas de las iglesias y demás centros religiosos, indiscriminadamente, alterando el ritmo auditivo de quienes no creen en sus llamadas; amenazan con el cielo y el infierno, con los ángeles y los demonios, con infinidad de patrañas que influyen en la vida de amplias capas poblacionales que, por inercia o seguidismo, acuden a sus insistentes llamadas, utilizando el temor y las amenazas como arma de presión social.

Soy apóstata desde el año 1972, decisión acertada para desprenderme de los residuos que el bautismo y la comunión cristianas infectaban mi vida. Lo hicimos mi compañera y yo para casarnos por lo civil, en pleno franquismo y ante una malvada presión de las más altas autoridades religiosas, lo cual me induce a recomendar a quienes duden o sientan aversión hacia las intromisiones de la Iglesia Católica que rompan sus lazos de unidad haciendo apostasía. Es importante que sientan el rechazo social, que sientan el aislamiento y el desprecio de quienes no comulgan con sus falsas ofertas.

Hay datos importantes sobre la pérdida de influencia de la Iglesia sobre diferentes actos que antes controlaban en el costumbrismo impuesto por sus reglas, como son las bodas civiles que triplican a las religiosas y las incineraciones de los cadáveres sobre el enterramiento y sus cruces que posibilitarían la resurrección de los cuerpos. Tengo muchos amigos que han sido sacerdotes y hoy han abandonado la Iglesia y funcionan como personas normales y lejos de las patrañas bíblicas, todos ellos comprometidos con el apoyo mutuo y la lucha contra las injusticias. Ello tiene que ver con el rechazo al dominio y la interferencia de las sectas religiosas en la vida cotidiana de la población en el mundo. Las religiones coartan el desarrollo y el progreso en la vida cotidiana de las sociedades. En nuestras fiestas sobran las interferencias de la Iglesia, con sus vírgenes y santos, con sus parafernalias lujosas y con sus ostentaciones y amenazas sobre el disfrute y las alegrías de la población, sobre todo por su incapacidad para controlar los deseos de libertad y solidaridad festivas. No olvidar que la Iglesia apoyó a Franco en su alzamiento contra la República y que en sus sacristías se guardaban los fusiles para matar a quienes no comulgaban con sus patrañas; la Iglesia aportó los curas mercenarios para denunciar y matar sin piedad a los civiles demócratas, aportando los altos cargos militares castrenses que todo el mundo conoce, con pistola al cinto y al grito de «Dios, Patria y Rey». La Iglesia, hoy, se alía con la derecha extrema y con el Capital para mejor controlar y dominar el mundo. Todas las religiones actúan igual. Gora herria!

Euskal preso politiko eta iheslariak etxera!

Buscar