Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Discursos de guerra

El discurso de Esperanza Aguirre que clausuró el XV Congreso Regional del PP de Madrid, «vacío de cualquier valor intelectual, pero repleto de guerra» sirve al autor para criticar el patriotismo «de pico y pala» -otra vez los cien mil de la Plaza de Oriente- como receta para salir de la crisis. Denuncia las manipulaciones y el recurso a envolverse en la bicolor, la deriva autoritaria de quienes exigen sacrificios y fe en el futuro a consta de un empobrecimiento generalizado del pueblo. En un lenguaje directo se dirige a la Sra. Aguirre exigiéndole que no «fastidie más», convencido de que la gente buscará la forma de dar la vuelta a esa ofensiva guerrera.

Esos discursos con que el Partido Popular clausuró su XV Congreso Regional de Madrid estrangularon de nuevo cualquier camino dialéctico. Fueron unos discursos vacíos de cualquier valor intelectual, pero repletos de guerra. Como siempre. Madrid es una finca del fascismo, como ya se demostró, una vez más, en la potente quinta columna que trató de impedir la defensa de la ciudad frente a la turba armada del general Franco. Tuvo que ser el V Regimiento, ajeno a la madrileñidad, quien contuviera a los bárbaros del Genocida. Y después tuvieron que llegar las Brigadas Internacionales. Madrid es una ciudad alimentada y carcomida socialmente por una masa funcionarial, necesariamente reaccionaria, y una élite de mentalidad terrateniente sustentada por una supuesta y barroca intelectualidad de café y sobre ministerial. Todo eso volvió a quedar claro en el discurso principal del Congreso, el de Esperanza Aguirre.

Es difícil entender que a estas alturas de la historia, aunque vivamos los duros estertores del fascismo universal, una autoridad que se tenga por madura siga empleando la retórica retroaristocrática de la Sra. Aguirre ¿Quién puede dignamente en Europa decir que España saldrá de la crisis con «su medicina preferida», que consiste en «trabajar mucho y muy duro, con pico y pala, por Madrid y por España». Otra vez los cien mil de la Plaza de Oriente, con un Franco repolludo asomado al gran balcón monárquico que asila a los reyes crueles y con una bandera «que nos une a todos».

Patriotismo de pala y pico para que con él se desangren más de seis millones de parados, de ciudadanos que ven destrozada su salud, su educación, su vivienda familiar, su posibilidad democrática. Pico y pala. Es decir, la fiel infantería gallega que era sacrificada por unos mandos de botas relucientes y afán de bienes nunca ganados en un servicio honesto y leal a la sociedad. Ese sacrificio que la Sra. Aguirre atribuye a un Rajoy con «valentía, decisión y profundo sentido del patriotismo» frente a la «algarada y la bronca callejera».

Discurso de bandera y toque de carga. Como los de aquellos líderes derechistas que en la República alertaban sobre la sangre que se aproximaba ante los socavados intentos de modernización de España. Toque de arrebato para apoyar a quienes, como subrayó la Sra. Aznar, alcaldesa de Madrid por ascenso en la escaleta, están haciendo «los sacrificios que exigen las buenas políticas que acabarán creando empleo y riqueza». Sacrificios sempiternamente demandados en España por las minorías que emplean la pantalla de la democracia para barrer las masas con todos los instrumentos del poder. Y no digan y repitan como loros que la actual situación la produjeron los socialistas que, eso sí, se acomodaron en el carro enloquecido de oro falso que puso en marcha el gran falsario José María Aznar, maquinista de la burbuja inmobiliaria aprendida en los despachos de los grandes depredadoras, pequeño príncipe Potemkin que disimuló con estuco progresista el páramo profundo de una economía que no contenía nada sólido para garantizar el futuro.

Pero eso no lo vieron esas masas españolas a las que han privado secularmente de su mecanismo de análisis. Insisto: un Aznar que dirigió, junto a figuras como Felipe González y otros personajes del corso nacional, la gran sangría exportadora de capitales para capturar poblaciones laborales destinadas a robustecer el Libro Mayor del desdeñoso capitalismo español.

Frente a ese inmenso tinglado de manipulaciones y patriotismos de bisutería envueltos en la bandera bicolor, para embeleco de feriantes y engaño de transeúntes, se llama una vez más al patriotismo a los del pico y la pala, aunque esta vez también los acomodados voceros del sacrificio popular han acabado con las herramientas -¡con qué no acabarán!-. Voceros patrióticos que no han hecho jamás nada por España y que ahora mendigan a la puerta de las grandes instituciones financieras internacionales un reposapiés para los banqueros de la piel de toro.

No fastidie usted más a los que malviven ante un yermo, Sra. Aguirre. No solicite usted que aquellos que han sido privados de las más mínimas ayudas y han visto recortados todos los servicios públicos destinados a hacer de ellos algo parecido a un ciudadano se lancen a la calle como si hubieran ganado la Champions.

Si acaso diríjase usted a los prelados que aún discuten si los homosexuales tienen alma para que le firmen otra Carta de Cruzada como hicieron cuando los moros de Franco volvieron a la Península para pasar a cuchillo a los republicanos ¡Como recuerdo yo aquellos tiempos en que Su Excelencia decidió compartir el sacro palio con Cristo...! Usted tiene al lado a gente como los Legionarios de Cristo, creyentes de Comunión y No Sé Qué, o a esos a los que denominan Kikos para que la acompañen a distribuir palas y picos patrióticos.

La Sra. Aznar la ayudará a usted en la labor de eliminar, con vistas a la restauración de la normalidad económica, toda suerte de requisitos y papeles para que los arruinados rebañen un puñado de euros y abran un negocio sin más trámites a fin de convertirse en nuevos deudores seis meses después. Porque esa invitación perversa dada la situación es la que puede constituir la nueva burbuja que ustedes quieren crear para conseguir un bajón súbito en la estadística del paro y un nuevo ingreso, aunque sea muy rapado, para los caballeros que comanda el Sr. Botín.

No inventen ustedes nada más y díganle a la Sra. Merkel que sin ustedes volverá la España roja. O sea, que ya verá lo que hace con su trabuco alemán. Eso convence mucho a los que llevan marcada la esvástica en la ingle.

Hablando de inventos, he reparado en uno colosal que ustedes nos han endilgado a cuenta de la persecución del dinero negro producido por los trabajadores, negros también. Se trata de que no se podrá pagar en metálico ninguna factura que sobrepase los dos mil quinientos euros. Verdaderamente el invento es colosal, ya que habremos de echar mano de una tarjeta de crédito o de un talón o cheque bancario, que siempre dejan una señal perfectamente perceptible para los sabuesos de Hacienda ¡Bien por el Sr. Montoro, el travieso gremlin de la economía! Lo que sucede es que para obtener una tarjeta o un talonario ha de abrirse una cuenta bancaria y ya se sabe lo que cobran los bancos por administrar ambas cosas a cuenta del cliente. Ya ve usted, Sra. Aguirre, el curioso truco del almendruco para canalizar hacia los bancos lo que pueda quedarnos en el bolsillo. A mí me recuerda esta iniciativa, así como otras varias alumbradas por los Sres. Montoro y Guindos, los versos que dedicó, creo que el poeta Manuel del Palacio, a un ministro de Hacienda de la anterior monarquía llamado don Manuel Garay: «Querido don Manuel Garay:/ usted nos está engañando,/ usted nos está robando/ el poco dinero que hay». Era una España distinta, hecha de limpiabotas cachondos, mieleros de la meseta, toreros de Triana, diputados de zarzuela, navajeros de Albacete y aristócratas de deuda del Estado. En fin una España que comía poco, pero se divertía. Ahora ya van logrando ustedes lo primero, pero andan muy remisos en eso de la diversión.

Nada más tengo que decirle, Sra. Aguirre. Si acaso indicarle que yo ya tengo mi bandera y ahora ando, como varios millones de españoles más, a ver si encuentro una cartera con cien euros. Prometo no devolverla. Y en este punto no pueden ustedes reprocharme el pecado imperdonable que constituye el robo sin devolución, ya que yo también tengo planes para el futuro.

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