Dos lobos en busca del pasado
Una frase del presidente francés, François Hollande, «Francia está dispuesta a castigar a aquellos que han tomado la espantosa decisión de gasear inocentes», es el punto de partida del artículo del veterano periodista sobre el conflicto sirio. En dicha frase, percibe «las ambiciones francesas e inglesas de apoderarse del país».
El presidente francés, François Hollande, ha destapado un fondo histórico viejo y miserable en torno a la guerra siria. Se trata de las ambiciones francesas e inglesas de apoderarse del país. La frase que pronunció en su discurso ante la XXI conferencia de los embajadores franceses –«Francia está dispuesta a castigar a aquellos que han tomado la espantosa decisión de gasear inocentes»– revela un estremecedor e impúdico cinismo. En primer lugar, si el Sr. Hollande, perteneciente a esas hornadas chatas y pobres de presidentes europeos, quisiera de verdad castigar a los que matan inocentes habría instrumentado una política para librar de la muerte a la ingente cantidad de seres, entre ellos una riada de niños, que mueren todos los días por la miserable actuación geopolítica y económica de Francia y sus pariguales. Morir por hambre y por negación de todo auxilio médico es tan criminal como morir por gas. Y ante esto que escribimos con el mismo valor de la fe notarial no cabe alegar que quienes esto decimos usemos de fáciles y despreciables argumentos primarios. Esos niños mueren; esos adultos mueren. De hambre, de sed, de enfermedades para las que ya hay remedio si sobre los medicamentos no pesara la dura mano de la Bolsa. Pero pesa tanto… Sr. Hollande, ¿qué derechos humanos maneja usted y con qué alcance? Solamente el desprecio democrático que personifican ustedes, los grandes poderosos de la Tierra, ante pueblos inertes le ha permitido expeler esa clamorosa necedad en la conferencia de sus apesebrados embajadores. Le he observado a usted con frecuencia y con el detenimiento que merece un jefe de estado y he llegado a sospechas que solamente ante la frase citada me atrevo a mantener. Se trata de ciertos restos que me quedan de frenología en mis cavilaciones. Los de mi edad suelen padecer algún resol lombrosiano. Sí, posiblemente esa frase estaba destinada a pronunciarse.
Hay en todo este inmenso barullo político-militar sobre Siria una serie de elementos, un «algo» que, brotando de la historia aún cercana, puede explicar las posturas, agresivas también en su sorda lucha interna, de los que representan desde la solemnidad del poder los embozados y miserables intereses capitalistas o neocapitalistas; en fin, fascistas con toda la crueldad del fascismo. Este «algo» tiene mucho que ver con la dura pugna que los franceses y los ingleses sostuvieron desde la guerra del 14-18 para hacerse con Oriente Medio. Conflicto que, ya convertido en íntimo, se prolongó debajo de la mesa en este caso. Una pugna que llegó hasta la guerra del 39-45 y que ganaron por fin los ingleses con el apoyo judío, también muy contencioso. Siria dejó desde entonces de ser un protectorado francés, bajo la encomienda da la Sociedad de Naciones, para convertirse en una tierra británica. Hay que recordar que las fuerzas de Petain lucharon duramente para evitar que su brillante colonia árabe pasase a manos inglesas, cosa que no pudo evitar tampoco el Ejército de De Gaulle, en inferioridad de competencia con Londres. Francia contra Francia, Francia contra Inglaterra, Israel por medio… Todo eso desembocó un la actual contienda siria que, finalmente, quiere resolver Estados Unidos anexionando Siria a su ámbito de influencia.
Todo ello cocinado por el Sr. Hollande con su fórmula magistral pro derechos humanos. Siria ¿francesa de nuevo? ¿Inglesa, quizá? Eso, creo, lo resolverá ahora Norteamérica, que de momento ya ha acudido al supermercado de armas para hacer el correspondiente encargo de misiles a los comerciantes que antes gobernaron y a los gobernantes que mañana comerciarán. En Oriente Medio el imperio tiene que taponar la molesta cercanía de Rusia y prevenir la creciente potencia de China. Lo que me pregunto es cómo logrará Estados Unidos metabolizar ese exceso de calorías sin que su sistema arterial acabe por colapsarse.
Uno de los aspectos más repelentes de estos políticos prepotentes y a la vez vacuos que conducen ahora el mundo es el de su lenguaje humillante. Relean: «Francia está dispuesta a castigar…». Ya en el primer contacto con la frase se aprecia la voluntad del Sr. Hollande de ser Francia, toda Francia, la historia francesa. No dice «El Gobierno francés está dispuesto a castigar…». Dice Francia, incluido el gallo. No sé lo que opinarán los franceses opuestos al Sr. Hollande, pero imagino que les debe sentar muy mal convertirse en Francia junto a su adversario el presidente. Algo semejante al lenguaje del Sr. Hollande era habitual en Napoleón o De Gaulle, lo que me lleva a sospechar si ambas figuras de la historia no serían por dentro del tamaño de Hollande. Uno llega a concluir con un escritor español muy inteligente, que también los hay, que «los grandes hombres no lo son sino porque los miramos de rodillas».
Pero dejemos esto y sigamos con la frase. El Sr. Hollande emplea el verbo «castigar», que ya por sí transmite una soberbia indigesta. Podría haber empleado las locuciones verbales «enfrentarse», «luchar contra», «defenderse de»… Los dirigentes políticos se están ensoberbeciendo de tal manera que resulta una burla que hablen a continuación de su espíritu democrático.
Todo esto no posee un interés secundario, sino que tiene, por lo contrario, una importancia trascendental, ya que la cortesía forma parte, creo, de la ética. Ser cortés, verdaderamente cortés, es una postura que implica el primer respeto a quien tenemos enfrente y pone de relieve que estamos dispuestos a escuchar sus razones.
Mas volviendo al tema, abrigo la seguridad de que la cuestión siria se resolverá con un reparto de beneficios entre Inglaterra y Francia que hará Estados Unidos tras separar su parte o parte del león. Si en Europa hubiera funcionado mínimamente la vieja inteligencia que dio pautas al mundo, los dirigentes europeos habrían ganado cuotas de poder interponiéndose entre Estados Unidos y Siria y resucitando las pretéritas maneras de hacer política. Pero no ha sido así, seguramente porque los actuales gobiernos europeos tienen alma de mercadillo. Jamás ningún imperio tuvo tanta seguridad en su entorno. En el marco de Occidente no hay un solo aspecto de la vida que no tenga sus ojos fijos en Washington. Esta despreciable pervivencia es la que alimenta en buena parte los fenómenos llamados terroristas, que no son otra cosa, al menos en su mayoría, que un alzamiento de la dignidad del súbdito frente al delirio mental del sátrapa. Washington sabe que la guerra real a la que ha de hacer frente con mayor preocupación por su resultado es la guerra definida como antiterrorista. Por su parte, los talentos más lúcidos de Norteamérica sospechan con fundamento que esa guerra la tienen perdida. Contra los pequeños o encendidos sectores alzados en armas no funcionan, ni bélica ni económicamente, los grandes y pesados ejércitos. Si es atacada por los grandes poderes Siria será otra piedra más en el ya descompuesto zapato americano.
Por ahora el sistema militar del neocapitalismo funciona merced a una ciudadanía aún numerosa deslumbrada por el espectáculo de la riqueza aparente de los estados y las minorías poderosas de Occidente. El mejor ejemplo de la eficacia de esos deslumbramientos es la historia final de Roma. Pero a Roma le resultó imposible mantener el circo y el pan para las masas. Los bárbaros acabaron encontrándose con que aquella brillante organización estaba vacía de presente y de futuro. Y la quebraron. En fin, eso se estudiaba antes en el instituto a los quince años. Por ejemplo, en Francia.