Educar a los mayores
La complejidad de los determinantes de nuestro mundillo exige, para su tratamiento, un nivel de cultura y de sentido común solo accesible a personas debidamente educadas. Para paliar las carencias de acceso a reflexiones razonables nos forman a considerar nociones confusas, vecinas de la abstracción, desacostumbrándonos del tratamiento de conceptos claros. Entre diversos sujetos de aplicación podríamos citar algunos de los que nos interpelan diariamente.
Las soluciones dadas a los problemas generados por la tibieza manifestada en el momento de examinar la relación del ser humano con el medio ambiente son un ejemplo significativo de carencia cultural. Los Verdes acogen su reflexión en nociones como «naturaleza» sin conseguir ir más lejos. Necesitamos detectar y analizar conceptos que forman nociones; es el caso de la noción de Naturaleza que puede comprender conceptos como bosques, árboles, animales, vegetales, plásticos contaminantes etc.
El filósofo B.Latour nos invita a interesarnos a las interacciones entre seres vivos pero también entre éstos y los objetos. El problema es de proteger la naturaleza, pero sobre todo de velar por la coexistencia de los humanos entre ellos y de los humanos con «las cosas y otros seres». B. Latour preconiza que así como el Parlamento es la sede de los representantes de los humanos, el Senado sea la de los represen- tantes de las «cosas y de otros seres». Habría un Senador de los bosques, otros de las aguas, del ganado, de los residuos, entre otros. Los Senadores serían expertos de los temas a tratar y presentarían a la sociedad los debates que normalmente deberían preceder a las acciones pertinentes determinadas por los representan-tes de los humanos, denominados políticos.
El tema expuesto es más fácil de tratar ahora que la protección de la naturaleza se ha desacralizado. El Apocalipsis de San Juan ha sido desconstruido y laicizado por la Bomba Atómica. El ser humano, por su capacidad de pulsar en el botón destructor, ha recuperado su libertad. Su futuro no depende ya de lo sobrenatural, sólo depende de él definir prioridades vitales. A partir de estos hechos ¿se trata de integrar la ecología en la economía o bien de insertar la economía en la ecología?. Cuando se bordea el terreno del dinero la utopía se hace realidad: en medio del capitalismo desembridado, del egoísmo pancista surgen los «fondos responsables» por los que sus inversores buscan criterios de política social o medioambiental que vengan a añadirse a la rentabilidad seca de su dinero depositado en las ISR (inversiones socialmente responsables). Aunque las ISR solo representen 2% del mercado europeo y 300.000 millones de euros en el mercado mundial su crecimiento es remarcable ya que en el año 2000 apenas representaban inversiones de 15.000 millones de euros. Por orden de inversión Francia llega en cabeza y le siguen Reino Unido, Suiza, Bélgica y Alemania. A pesar de las subidas notables del IBEX español, la marca España brilla por su ausencia en la ISR. Se trata de otro problema cultural más, y como tal refleja la calidad de educación del Estado.
Otro ejemplo destacable seria el tema del aborto expuesto a partir de criterios de doctrinas religiosas impuestas. Sobre el mismo registro, vivimos estos días en el Estado vecino el caso de la absolución de un médico acusado de haber facilitado un final de vida digno a personas en fase terminal. Simultáneamente el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tarda en pronunciarse sobre otro caso, en cierto modo, análogo.
La complejidad de la sociedad que en parte hemos creado exige competencias a menudo basadas en conocimientos diversos. Por esa razón se impone un periodo de educación que transcurra desde la infancia hasta la edad de los mayores.
Cuando nos preocupamos por los diferentes conceptos que optimizan la educación de nuestros hijos constatamos que son aplicables a la indispensable educación de nosotros «los mayores» pero sobre todo a la de los que el elector designa para llevar la gestión de nuestra vida, material y cultural. Dada la responsabilidad confiada a esos sujetos, que regularmente nos asombran con declaraciones abracadabrantes, convendría que el erario público financiara, sin recorte posible, sesiones de culturización de aquellos electos dignos de re-educación urgente que, se encuentren en fase de construcción de los conocimientos necesarios al bien obrar de sus responsabilidades. Conviene antes precisar que aprender no es conocer sino contribuir a crear las circunstancias favorables a la adquisición de conocimientos y a su puesta al día. El desarrollo de la civilización en que vivimos corresponde a la evolución social de la especie humana, confirmando una vez más la congruencia del darwinismo. Los conceptos de educación han conocido esa evolución natural y difieren hoy de lo que fue referencia de la enseñanza, el «Emile» de Rousseau que recomendaba aislar al «estudiante de la sociedad, sinónimo de desigualdad, y de corrupción moral que hace esclavo al ser humano de falsos deseos de ambición y de reconocimiento social». Los nacidos durante el golpe de estado franquista y después, hemos sido «educados» en los establecimientos esco-lares en condiciones de solo conocer lo formal-mente bueno según la apreciación de la moral franquista y la de sus cómplices espirituales.
M. Gauchet realiza un breve recorrido de la variedad de conceptos dominantes en la educación, remontando a siglos pasados. Platón aconseja desviarse del mundo sensible fuente de errores. Si Erasmo recomienda la formación por los clásicos de la Antigüedad adopta una postura liberal no exenta de ambigüedades insistiendo sobre la necesidad de adaptar la educación a las especificidades del niño y, diremos más generalmente en el caso que nos ocupa, a las especificidades del «se formando» adulto. Montaigne, prefiere las mentes bien formadas a las mentes bien llenas y aconseja apoyar la educación menos en los libros y más en la observación directa de los seres humanos y del mundo, acercándose más a los criterios éticos que a los criterios morales, normalizados. Kant asigna como primer criterio la imposición de límites al alumno aunque también fomenta el despertar a la cultura pero «dentro de la moralidad». Condorcet en los albores de la Revolución francesa marca las fronteras entre la educación en términos de costumbres y de opiniones, labor que corresponde a la familia, y la misión que incumbe al Estado que corresponde a las competencias de base: leer, escribir y contar, así como el conocer los deberes cívicos. Ya en nuestros días Hannah Arendt preconiza la prioridad a los valores y afirma que los alumnos deben un «inmenso respeto al pasado». Este sucinto recorrido no puede obviar a Illich, recientemente fallecido, que critica el monopolio ilegítimo sobre la educación que la escuela se atribuye y defiende la creación de «centros abiertos» en los que se podrían compartir las competencias presentes.
En cualquier caso el enseñante goza de una condición análoga a la de un aforado que le permite escaquearse a la hora de la evaluación de su competencia. Si en la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos) se estima que la media de los profesores nunca evaluados en los territorios de la Unión Europea es del 9 % del cuerpo profesoral, en España el porcentaje de los docentes «aforados», es decir no juzgables, es del 36%, en Francia es del 1%, y del 0% en Inglaterra y USA (Informe Talis de la OCDE)
Entre los diferentes criterios expuestos ¿cual correspondería mejor a la intención de educar a los adultos que nos gobiernan o más bien de culturizarlos? Tenemos la tendencia a estimar que la educación se limita a edades que la sociedad considera como reservadas a esa función. A partir de cierta edad creemos que el sentido, que en algunos casos es parte del sentido común, corresponde a una significación definitiva y a un cumplimiento, limitando su alcance. Pensadores como Hegel y Heidegger, por lo menos, junto a Nietzsche, más ambiguo, lo consideran, al contrario como una continuación, como una proposición infinita, en ningún caso como una conclusión.
Todo paso cultural es el presagio de un nuevo mundo. El sentido no debe ser considerado como un depósito inerte de respuestas a preguntas que hacemos. Su utilidad sólo puede ser considerada a partir de una educación afirmada. Entre los diferentes modos de educación antes citados nuestra sociedad ha generado la que proviene de la experiencia de «los mayores», el aprendizaje que tiende a desaparecer porque se concibe como el premio a un reconocimiento !Error, ya que el que sabe debe comunicar desinteresa-damente su saber! Dakizuna zabaldu.
La tarea de la educación de los adultos no puede retrasarse más porque la desculturación de los mayores, la nuestra, ya ha llegado a ser, simplemente, una urgencia social universal.