Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

El 8M, ¿una fiesta?

Ojalá este 8M las calles se inunden de reclamaciones y consignas que nos interpelen al conjunto para seguir produciendo teoría y práctica que impregne cada día posterior.

La semana pasada, Idoia Mendia propuso que el 8M fuera festivo en el calendario laboral. No sé si respondía a un comentario o era una propuesta reflexiva, porque nada más lejos de las reivindicaciones que pensar, como ocurre con el 1 de mayo, en volver festivo el 8M. Sabemos que los festivos favorecen la desactivación política, pero es que, además, muchas mujeres siguen sin disfrutar del descanso de trabajo ni en festivo ni sin él. Este 8M saldremos, tomaremos las calles y celebraremos un día de reivindicación, al que siempre hemos unido la alegría, porque sabemos que la rabia de la injusticia debe ser condimentada con la alegría de la política, del construir acompañadas para cambiar el mundo.

Estoy segura de que si fuésemos a cualquier centro escolar y preguntásemos al alumnado si creen que las mujeres y los hombres tenemos los mismos derechos, abrumadoramente habría una mayoría que contestaría que sí. Ahora bien, ¿ocurriría lo mismo si fuéramos a cualquier parlamento europeo? ¿Cómo se expresan las resistencias a la igualdad por parte de aquellas personas que tienen la capacidad de legislar, de dotar de recursos, de garantizar que se estén dando las condiciones para la igualdad efectiva? Los partidos políticos con discursos antifeministas están acaparando cada vez más votos, lo que parecería una contradicción con la mayor aceptación social de los derechos de las mujeres, pero no lo es, porque los avances no pueden ser explicados sin las resistencias que generan. Si no, no serían avances, sería continuidad sin frenos.

En una reciente entrevista, Sonia Gutiérrez, magistrada especialista en violencia de género, sostenía, en relación con la ley del «solo sí es sí», que acusar a jueces de prejuicios machistas es erróneo e injusto en una carrera judicial que ya es mayoritariamente femenina. Ser mujer u hombre no determina tu posicionamiento ideológico, porque con el feminismo no se nace, se aprende, te interpelas, te construye, te posicionas. Ser mujer u hombre, más allá de sentimientos, determina posiciones sociales que deberían desvelar con facilidad la desigualdad. En cambio, para una parte de la población es un misterio dónde o qué produce esta desigualdad; otra parte, directamente la niega. Cada cambio social ha sido y es sostenido por una inmensa mayoría que ha promovido, con su impugnación a las normas, los tan ansiados derechos, pero esas mayorías pueden cambiar. Esa tensión política nunca ha dejado de estar presente, es una correlación de fuerzas que puede cambiar. Por eso, es imprescindible que desde las diferentes corrientes feministas consigamos hacernos entender, porque los derechos y, especialmente, los de las mujeres siempre están en la cuerda floja. Maximizar los riesgos, sin importar qué o quiénes se queden en las cunetas, no es algo que nos podamos permitir.

Confío en que cuando salgamos a las calles, seamos capaces de que nuestras reivindicaciones no supongan un ladrillo para la compañera de marcha, y que tengamos claro a quién queremos trasladar el mensaje. Es muy frecuente en los últimos años ver pancartas cuyo lema se centra en elementos interesantes para el debate, como «lo queer no quita la misoginia», «ser feminista no te quita de racista», y así un largo etcétera, que parecerían diseñados para hacer una mani al interno de la marcha porque a quien estamos interpelando es a la compañera de la marcha. No quisiera yo ser acusada de censurar la libertad de nadie, pero sería bueno, antes de escribir el lema que va a definir nuestro posicionamiento político, pensar cuál es mi demanda y hacia quién oriento esa demanda. Quizás haya tanto eslogan con demanda interna porque nos faltan espacios interseccionales, intergeneracionales, entre diversas, de debate real y seguro para que las marchas no se conviertan en el único lugar en el que coincidimos gente que pensamos diferente. Marchas donde nos cuestionamos entre nosotras, mientras quien está en la acera nos mira sin saber a quién o qué estamos reclamando.

La idea de arrasar con el enemigo y que ninguna propuesta del bando contrario es apta, ni aceptable, se ha colado en la violencia política que vivimos, incluso entre las feministas. A esta idea de enemigo se le opone el modelo de fan que tiene mucho de idealización y de infantilización. A veces, en el debate alguien dice «pues X está en contra de eso», sin explicar por qué X está en desacuerdo, pero como es alguien a quien le reconocemos autoridad, no hay que añadir nada más. Se supone que, como gurú aceptada, no es necesario saber por qué mantiene esa posición y, a veces, asumimos términos, posiciones políticas, porque lo ha dicho alguien con autoridad, y no, porque hayamos reflexionado realmente, porque nos situemos defendiendo tal o cual postura. El feminismo nos ha permitido tener una mirada crítica hacia el patriarcado, y esa mirada crítica debería permeabilizar cualquier lugar que habitemos, puesto que no nos hemos cansado de decir que lo personal es político. Resulta paradójico que, en los tiempos de la reivindicación de la diversidad del feminismo, haya quien se arrogue la autoridad de ser el único feminismo o considere que solo hay una forma de hacer feminismo.

Ojalá este 8M las calles se inunden de reclamaciones y consignas que nos interpelen al conjunto para seguir produciendo teoría y práctica que impregne cada día posterior. Tocar la fibra emocional es relativamente fácil de conseguir; que esa emoción dure más de una sobremesa y se mantenga en el tiempo para pasar a ser conciencia crítica es lo complicado. Saber que lo que nos mueve es lo que nos conmueve, pero también las razones adscritas a la justicia social, es lo que nos puede guiar a seguir demandando, desde una agenda feminista en la que cada hoja de vindicación no es una hoja ya resuelta, sino que siempre tenemos que estar pendientes de fortalecer la anterior etapa para avanzar. Espero que desde los disensos sepamos encontrar el camino para caminar, aunque a veces ocupemos carreteras secundarias.

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