Iñaki Bernaola Lejarza
Escritor

El bullying desde otro punto de vista

Una vez más el acoso escolar, el bullying como vulgarmente se le conoce, es noticia en nuestro entorno cercano. Vuelven a darse a conocer estadísticas que, mal que nos pese, no son muy alentadoras. Tal y como ocurre con otros fenómenos ligados al mundo educativo, algunos muy recientes, estas estadísticas obligan a los responsables educativos a comparecer ante la sociedad y a anunciar la necesidad de tomar medidas urgentes, o en su caso a intensificar las ya vigentes.

Bien es verdad que desde la luctuosa muerte en el año 2004 de Jokin Zeberio, alumno que fue del Instituto Talaia de Hondarribia, se ha hecho un esfuerzo considerable con respecto al acoso escolar, tanto en cuanto a la toma de conciencia general como a la detección de casos y a la adopción de las subsiguientes medidas, razón por la cual el aumento de éstos puede deberse en parte a la mayor efectividad a la hora de saber qué es lo que pasa realmente en la convivencia escolar.

Aun así y todo, siempre me ha quedado la impresión de que con respecto al bullying no se dice todo lo que se debe, como si algunas de sus características fueran políticamente incorrectas. Valga la redundancia, creo que es precisamente el significado político del bullying lo que nunca se trata con la debida profundidad y coherencia. Resumiendo: creo que el bullying no es sino la implantación de la ideología fascista en el ámbito escolar, y que comparte con el fascismo político multitud de aspectos comunes.

Por ejemplo: la necesidad de buscar un sujeto a quien excluir y contra el cual se focalice la agresividad de la «mayoría», bien sean los musulmanes, los emigrantes, los judíos, los homosexuales o los negros en el fascismo adulto; o los gafosos, los obesos, los empollones, los débiles de carácter, los homosexuales, una vez más, en el bullying escolar.

También la relación de poder-sumisión con un «jefe natural», basada casi siempre en el abuso de la fuerza y en la manipulación y la demagogia, lo mismo si el jefe se llama Adolf, o Fulanito o Menganita. También, para finalizar, en la existencia de una masa amorfa o políticamente inactiva, bien por miedo, por aquiescencia más o menos implícita con el jefe, o simplemente porque no encuentra un cauce apropiado para influir de forma directa en el colectivo humano.

Pienso que la erradicacion del bullying escolar, por lo que acabo de decir, requiere la adopción de medidas políticas. No de política en su sentido más general, sino de política escolar.

Si en una clase el alumnado está sentado en mesas individuales, el profesor se limita a soltar un rollo más o menos aburrido, si la única información que tiene el profesor sobre el proceso de aprendizaje son las pruebas escritas, y si cuando éste habla con las familias solamente se mencionan las notas, el fascismo escolar tiene el campo abonado.

Si por el contrario la metodología favorece que el alumno sea protagonista de su proceso de aprendizaje, si se promueve el trabajo cooperativo en torno a unas tareas a resolver colectivamente, si el profesorado «convive» con el alumnado en dicho proceso, con un papel más de facilitador que de transmisor de la verdad, al menos se logrará que los alumnos, al depender unos de otros en su aprendizaje, se conozcan, se aprecien, se respeten y se tomen mutuamente más en consideración, y encima que al profesorado se le vea más cercano y se tenga con él más confianza.

Si en las sesiones de tutoría lo único que se hace es soltar sermones más o menos progres, al final acabarán entrando por un oído de los alumnos y saliendo por el otro. Si por el contrario en dichas sesiones se analizan problemas y situaciones escolares reales, si se promueve la crítica, y si se fortalece el colectivo de alumnado desde el punto de vista ético, el bullying lo tendrá más difícil, porque nada influye más en el comportamiento del alumnado que la presión del propio colectivo de iguales.

Bien es verdad que es difícil, y más aún en la adolescencia, que el equipo docente ejerza un liderazgo ético de corte democrático en la convivencia escolar. Y ello por muchas razones, empezando por las contradicciones que, lo mismo a nivel individual que como colectivo, existen en el seno del profesorado. Y más todavía si metemos a las familias por el medio. No tenemos todos la misma idea sobre lo que es ética, convivencia y democracia. A veces incluso tenemos ideas contrapuestas. Para más inri, para educar a un niño hace falta toda una tribu, y la tribu actual no educa precisamente. Así que el profesorado, como en tantas otras cosas, está bastante solo en este negocio.

Es necesario por ello que, al menos en lo referente a la vida escolar, los decentes se pongan de acuerdo. En lo político y en lo ético. También que, empezando desde la etapa primaria, o la infantil, se habitúe al alumnado a ser activo, participativo y colaborador, proporcionándole medios para ello. Quizás no consigamos, como dicen los especialistas en el tema, «dar la vuelta» ideológicamente a los maltratadores y convertirlos en los más conspicuos defensores de una convivencia escolar democrática. Pero si el alumnado ve en la institución escolar un valor positivo, donde aparte de pasárselo bien en el contacto de unos con otros se hacen cosas que merezcan la pena, a lo mejor conseguimos que las próximas estadísticas sobre bullying sean más alentadoras.

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