Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El colosal escándalo de la energía

Muchos ciudadanos que aún no sufrimos el rigor absoluto de la pobreza energética, pero que andamos ya en sus flecos, como los pensionistas, por ejemplo, hemos leído con ira el informe demoledor que publica una página especializada en Bolsa sobre la producción y distribución de dividendos por parte de Endesa, creo que la mayor suministradora de electricidad en España. Si esta página no se equivoca estamos ante un colosal escándalo social en el marco de la celebración, además, del triunfal 60º aniversario de los inicios de la Unión Europea, en torno a la que muchos medios informativos se han unido en un triunfal coro wagneriano de héroes iluminados por el más concupiscente poder. Ni la Europa del inacabable imperialismo podía llegar a más, ni la injusticia social mordió nunca a muchos europeos con tal voracidad.

Resumiré la página mencionada en una cifra que debiera iluminar la inmensa estafa que constituye el total funcionamiento de la Europa poderosa de Bruselas, poder puro para el poder puro, ante cuyo altar nos inclinan a los ciudadanos de este continente sumido en mil delincuencias. De lo que escribo no rebajo ni una tilde. Ahí va el dato: entre el año 2000 y el año 2017 Endesa, ya entregada por su presidente, Sr. Pizarro –tres millones anuales de salario– a la ENEL italiana, ha remitido ya a esta sociedad 25.300 millones de euros en dividendos por su inversión accionarial de 38.000 millones en la eléctrica, lo que supone una dinámica y escandalosa acción de enriquecimiento a costa de insumos sociales que son vergonzosamente administrados. Al fondo de tan escandaloso negocio están los comentarios, en algunos casos tristes por inhumanos –¡ay, estos descuidados viejecitos!–, sobre la anciana que pereció en el incendio producido por la vela con que trataba de iluminar su noche sin electricidad por imposibilidad de pago. Papel que escribo una vez más con ira populista por mi parte. Comentario de corte radical ¿Y qué, si no? Clamor torpe de un antisistema. ¿No hay otro sistema que pueda sustituir honestamente al que padecemos sin ser motejado baratamente de antisistema? Llamamiento el mío, como el de tantos otros, al parecer insidioso para contaminar de rojo el color azul cielo de la realidad europea ya que es cierto que solamente ha ocurrido esta muerte criminal –sí, crimen–, porque los demás integrantes de la miseria energética, que son cientos de miles, han aprendido ya de su miseria y vigilan bien sus fuegos, protegidos por las mantas y los abrigos para la última reunión familiar antes de irse a la cama ¿Acaso necesitan más abrigo esos ciudadanos mientras esperan al triunfo final, tan cercano ya, de la sociedad que diseña Bruselas y magnifica el Sr. Rajoy cuando subraya nuestro crecimiento? ¿Crecimiento de quién? ¿Es que el presidente español sólo consulta el libro de caja de la minoría que él sostiene en el poder? Salga a la calle, presidente, y mire con cuidado el desorden moral existente, el revoltijo de consolaciones baratas, el escaso rayo de sol que se filtra de vez en cuando entre los diarios nubarrones y del que llevó a decirme una amiga inglesa en nuestro encuentro londinense: «¡Que espléndido día este día!».

Lo que pregunto ante el ilustrado tribunal de los Nobel de Economía es por qué el esfuerzo cotidiano de los trabajadores de Endesa, que es empresa española, ha de dar su fruto en otro país. Ya sé que los inversores de ENEL invirtieron en Endesa con el ojo de los buenos pescadores, pero ante eso quiero interrogar a mi gobierno, pegado al bajío de la Moncloa como una lapa, si el dinero que ha regalado a los grandes bancos españoles para su sostén y beneficio y que se ha ido disolviendo en nieblas lejanas, no podía haberse invertido en nuestro sistema eléctrico, históricamente tan descuidado. Se regaló esa inmensa plusvalía eléctrica al Estado italiano y a los inversores que en Italia aprendieron las picardías de Monipodio del Sr. Draghi, que llegó a Europa con el callejero especulativo que le facilitó Goldman Sachs, el gigante americano que con Lehman Brothers et pluriman devoraron el mundo con el bocado de los tiburones. Bueno sería aprender de la desgracia que el huerto que trabaja el hombre ha de alimentar ante todo sus propias necesidades porque el esfuerzo es suyo y la dignidad de su trabajo –a la dignidad del trabajo habrá que dedicar muchas páginas– no puede liquidarse en la ventanilla de un banco, además lejano de ordinario, en nombre de la libre circulación de capitales que jamás, digamos de paso, hace escorrentía monte arriba, donde habitan los leñadores. Por qué no recurrimos a Charles Dickens, por ejemplo, para resumir la realidad injusta sin darle más vueltas de las que tiene. Recordemos la frase que ahora podría explicar con simplicidad lo que pasa a millones de ciudadanos de la Unión Europea: «Queremos más pan, señor» se atrevió a decir Oliver Twist en el orfanato que visitaba su orondo protector, al que hubo de sacar de su estupor el director del centro con la frase premonitoria: «Este niño, milord, acabará en la horca». Pues ya hay ahorcados en la Europa periférica que abriga a Francia, Alemania, Italia. Holanda… ¿Qué se ha hecho con los griegos, con los rumanos, con los búlgaros, con los eslovacos, con los supervivientes de la olvidada Yugoslavia, con los portugueses o tantos españoles?

Este drama de la pobreza energética –o de la riqueza energética, porque una priva de la luz y la segunda alumbra dividendos– sucede en el pórtico mismo del 60º aniversario de los primeros pasos hacia la Europa Unida, que no es la que intentaron sus padres fundadores, porque en ellos «unida» se escribía con minúscula. Aquellas cabezas históricamente instruídas, sabían perfectamente que se trataba de ablandar fronteras y restar conflictos mediante acuerdos puntuales ya que ir más allá era imposible. Europa era y es una muchedumbre de cabezas asomadas sobre un mapa inconmovible de naciones que había que manejar sutilmente para evitar la catástrofe que temía Voltaire: «El día en que los pobres empiecen a razonar todo estará perdido». Y al parecer los pobres empiezan a razonar, lo que ha puesto en guardia a la Inglaterra que pretende recuperar el espíritu y la práctica de la «Compañía de la Indias Occidentales». El Brexit es el despertar sobresaltado de una pesadilla.

Pues bien, ante esa realidad escribe una aristocrática, rica y destacada política del PP, Ana Palacio: «Hoy el populismo nacionalista en auge y el escepticismo reinante sobre lo que aporta la Unión Europea amenazan con desbaratar seis décadas de progreso». Sra. Palacio, dentro de unos días hay que cumplir con Pascua ¿Qué planeará sobre sus oraciones? ¿Quizá será verdad esa insinuación suya de que «hay que construir una Europa a varias velocidades». ¿Y no existía ya en el pretérito esa Europa?

Ante la realidad abrumadora escribe también un exministro del PSOE hoy elevado al comisariado europeo, Sr. Almunia: «La UE está mucho mejor posicionada para hacer más eficiente la economía de mercado, gestionar los flujos migratorios y proteger nuestra seguridad frente los riesgos y amenazas interiores y exteriores».

¡Yo acuso de falsedad, engaño y manipulación! Acuso como hizo Zola con sus dreifusards en la calle. Y era Zola y no un escritor de cuarta como el apoyado ahora en este cartapacio. ¡Acuso aunque las leyes insistan en la pretendida verdad del «res judicate pro veritate habetur»; es decir: «La cosa juzgada es tenida por verídica» ¿Quién dicta esas leyes? ¿Quién las aplica? ¿Quién las falsifica? Con esas leyes he hecho un barco de papel para jugar en el baño mientras dura la luz natural, que por fortuna aún no ha sido privatizada como tantas cosas de la naturaleza que en un principio me fueron dejadas en herencia como socio principal de la vida. «J’accuse!». Es más europeo.

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