José Ignacio Camiruaga Mieza

El fascismo eterno

Umberto Eco publicó "Ur-fascismo o fascismo eterno", escrito originalmente para una conferencia en la Universidad Columbia, en abril de 1995, en una celebración de la liberación de Europa.

«Vendrán de noche» dijo alguien. Pero llegaron, a plena luz del día, los de la extrema derecha: una ola fangosa que exhuma los restos pútridos de una inhumanidad indescriptible y hoy alguien quisiera convertirlos en los pilares de una sociedad futura. Alguien lo dijo: «el fascismo y el nazismo pueden repetirse». Solo los temerosos, ingenuos e inocuos buenistas −los que no están ni aquí ni allá− niegan la evidencia. Mientras tanto, la peor derecha avanza por todas partes, diciendo que está lista para gobernar. En el centro del programa está la política del odio que sitúa el origen de todos los males en los inmigrantes, ¡y basta de Estado de derecho y de derechos!

«Ein Volk, ein Reich, ein Führer» −una nación, un imperio, un líder− de siniestro recuerdo se convierte en el destino de los nazis de la puerta de atrás o de sótano, que ya no lo son porque marchan a plena luz del día, votados por un grupo de seguidores desorientados y con la mente nublada. Los defensores de la no democracia están ganando la partida en todas partes y lo peor de un pasado que se quería borrar para siempre se convierte en la perspectiva del mañana. Trump, Orban, Erdogan, Putin e incluso Netanyahu (que está transformando a las víctimas de ayer en verdugos de hoy) conciben la democracia como un medio para llegar al poder y, una vez allí, lo destruyen. Desgraciadamente, estamos completamente perdidos en cuanto a conciencia civil y democrática.

Como ciudadano que, como todos, sufre esta política, tengo una convicción (y me quedan pocas convicciones). Puede parecer simplista, pero no lo es: la humanidad se guía predominantemente por la creciente categoría de gente estúpida. El asunto es grave: es el vergonzoso dominio que la estupidez tiene sobre nosotros. Conviene no subestimar el número de imbéciles en circulación y el daño irreparable que causan a la comunidad. Hoy en día la estupidez, en dosis más o menos masivas, afecta hasta al 90% de todos nosotros, nos dicen algunos. No sé si es así, pero ciertamente los personajes que pueblan la política no nos llevan a negaciones indignadas. Al contrario: confirman que cuando la estupidez se encuentra con la ignorancia, el miedo y los malos hábitos, los efectos son devastadores. La vida cotidiana está llena de ejemplos poco edificantes que nos hacen reflexionar sobre la vileza del género humano. El «homo stultus» está reemplazando al «homo politicus».

Por cierto, ¿cómo se define la estupidez? Una persona estúpida es aquella que causa daño a los demás dañándose a sí misma: es la persona que no conoce dudas, sino que solo tiene creencias. Muchos políticos destacados contribuyen sustancialmente al éxito de la categoría. Creo que, por desgracia, este es uno de los inconvenientes inevitables de la democracia: cualquier imbécil puede ser elegido para el cargo más alto, siempre que trabaje duro. Y en estos días, los personajes turbios en el poder se han convertido en un hábito.

El mal rumbo que está tomando el mundo porque en ciertos momentos el cerebro ya no sabe pensar y corre hacia los refugios de los locos y no quiere volver. Es un retrato, no el único, de nuestro tiempo. Pero sí es más que preocupante.

El «ur-fascismo» o «fascismo eterno» no solamente todavía nos rodea, vestido de civil, de paisano, sino que va ganando espacio bajo la apariencia más inocente. Es deber ético exponerlo y señalar con el dedo cada una de sus nuevas formas, todos los días, en todas partes del mundo y, por ende, también en Europa. Parafraseando a Roosevelt, «me atrevo a decir que si la democracia deja de progresar como una fuerza viva, intentando, día y noche con medios pacíficos, mejorar las condiciones de los ciudadanos, la fuerza del fascismo crecerá. La libertad y la liberación son una tarea que nunca termina».


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