El instinto es, es el instinto
El Carlismo no tiene cura porque no es ninguna enfermedad. El Carlismo es el reconocimiento de que toda persona es capaz de organizar y de sacar adelante su vida, tanto en el aspecto personal como en el laboral, económico, político y social, acompañado de otras personas semejantes a ella; es el reconocimiento de que la cooperación es más beneficiosa que la competición y el deseo de acumular bienes, para el desarrollo de las propias capacidades del individuo así como para el desarrollo del grupo social en el que desenvuelve su vida, y para la convivencia social pacífica.
En su afán por denigrar al Carlismo, los miembros del Ateneo Basilio Lacort aducen, como «autoridad», el testimonio de Pío Baroja, que vivió, libre, unos años más, porque los requetés que iban en la columna militar que lo detuvo y apresó, por aldraguero, cerca de Santesteban, le dejaron ir. Espero que entiendan que la opinión que sobre el Carlismo exprese un sedicente liberal racista y filonazi carezca de valor y no merezca ninguna consideración.
Por otra parte, deberían tener más cuidado con lo que escriben, procurando que no se les atragante la bilis, porque algún juez podría ver un delito de apología y enaltecimiento del nazismo ante la rendida admiración que manifiestan hacia un filonazi, y por su concepción de la lógica, irracional y destructiva; en Alemania, por ejemplo.
Con insultante y estúpida condescendencia dicen que entienden que no es fácil ir de carlista por la vida. Yo no soy carlista porque sea algo más o menos fácil de ser, ni porque me apunte a caballo ganador, sino por coherencia con el «tren de vida» que he llevado desde pequeñico y que no tiene nada que ver con el que llevan los dirigentes políticos y económicos que he conocido, y que se consideran dentro de lo que entendemos como «liberales», y que son los constrictores de la vida de mis padres, de la mía, de la de la mayoría de mi entorno más o menos cercano, así como de la vida de la gran mayoría de las personas en el mundo, en los aspectos económico, político y social; y he aprendido que cuando esos sedicentes liberales hablan de «libertad» no están diciendo lo mismo que yo digo cuando digo «libertad»; sé que cuando utilizan la palabra «Democracia» no piensan lo mismo que yo a la hora de su plasmación en la realidad social; sé que cada vez que hablan de «Progreso» no se refieren a lo que yo entiendo que ese vocablo quiere decir, además de que su disfrute va a ser muy desigual.
Por instinto de supervivencia lo sé.
En su diatriba vuelven a mutilar el lema carlista, escondiendo la palabra «fueros», que es la expresión de la autonomía de cualquier grupo social en sus propios asuntos, otra de las razones por las que soy carlista: ¡antes leyes que reyes!
¡Y tienen la desfachatez de acusarnos a otros de negacionismo y de fanatismo!
Los carlistas sabemos que la vida da muchas vueltas y que de esas resultas no siempre se cae de pie; también sabemos que en la Historia, y en la vida, se pueden encontrar ejemplos para todo.