El sol llora sobre Gaza
El sol cae sobre Gaza como una losa incandescente, abrasando las calles que han olvidado el significado de la paz. El aire, denso y polvoriento, transporta el eco de las bombas que, con cruel monotonía, rasgan el silencio de la noche, el silencio de las vidas truncadas, de las infancias robadas. En este rincón olvidado del mundo, la vida se aferra con desesperación, mientras la comunidad internacional observa la tragedia con una indiferencia que anestesia la conciencia.
Para comprender este conflicto enquistado, es crucial distinguir entre sionismo y judaísmo. El judaísmo, religión milenaria, posee una rica tradición cultural y espiritual. El sionismo, en cambio, es un movimiento político nacido a finales del siglo XIX con el objetivo de establecer un Estado judío en Palestina. Si bien se nutre de la historia y la religión judías, no representa a todos los judíos. Muchos, de hecho, se oponen al sionismo y a las políticas de Israel, considerando que la creación de un Estado judío en Palestina ha conllevado la violación de los derechos humanos del pueblo palestino.
La conexión histórica de los judíos con Palestina se remonta a la época bíblica, cuando la región era conocida como la Tierra de Israel. Tras siglos de diáspora, la idea de un retorno a la tierra ancestral se mantuvo viva en la memoria colectiva del pueblo judío. El sionismo, en el contexto del creciente antisemitismo en Europa a finales del siglo XIX, ofreció una respuesta a la necesidad de un refugio seguro para los judíos, un lugar donde pudieran vivir libres de persecución.
Sin embargo, la creación del Estado de Israel en 1948, tras el horror del Holocausto, supuso la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares, dando origen al problema de los refugiados palestinos. La Nakba, "la catástrofe", marcó el inicio de un conflicto que ha generado un sufrimiento inmenso.
Gaza, una franja de tierra aprisionada entre el mar y un muro, se ha convertido en una prisión a cielo abierto, donde más de dos millones de almas se hacinan en un territorio minúsculo, asfixiadas por la falta de recursos. El bloqueo israelí, que se prolonga ya por más de quince años, ha estrangulado la economía, destruido las infraestructuras y condenado a la población a una pobreza extrema.
El agua, esencial para la vida, es un recurso inaccesible para muchos. Las tuberías, dañadas por los bombardeos, apenas abastecen a una pequeña parte de la población. Las enfermedades, especialmente las infantiles, se propagan con virulencia en un ambiente donde la higiene es un lujo. La desnutrición infantil deja huellas imborrables.
La electricidad es un espejismo. Los cortes de luz, que pueden durar días, paralizan la vida y sumen a la población en la oscuridad. Los hospitales, desbordados y con falta de recursos, se asemejan a campos de batalla donde los médicos libran una lucha desigual contra la muerte.
Israel continúa con su política de expansión de asentamientos en Cisjordania, ignorando las resoluciones de la ONU. Los colonos, a menudo armados, actúan con impunidad, acosando y atacando a la población palestina, provocando enfrentamientos que terminan con víctimas mortales, familias destrozadas y sueños rotos.
La Autoridad Palestina, debilitada, parece incapaz de frenar la violencia. Hamás, que controla Gaza, sigue lanzando cohetes hacia Israel, provocando represalias que causan víctimas civiles, alimentando un ciclo de violencia sin fin.
En este contexto, las ONG luchan por mantener un mínimo de asistencia humanitaria. Su labor se ve obstaculizada por las restricciones impuestas por Israel y por la falta de fondos.
La comunidad internacional se limita a emitir condenas y a promover iniciativas diplomáticas que rara vez se concretan. Las negociaciones de paz, estancadas, parecen no tener futuro.
¿Qué podemos esperar? El futuro de Gaza se presenta incierto. La continuación del statu quo perpetuaría el sufrimiento y aumentaría el riesgo de nuevos estallidos de violencia. Una escalada del conflicto podría tener consecuencias devastadoras. Una solución negociada, aunque improbable, sigue siendo la única salida justa.
La solidaridad internacional es fundamental. Podemos apoyar a las ONG, exigir a nuestros gobiernos que actúen, unirnos al movimiento BDS e informarnos sobre el conflicto.
La tragedia palestina es un espejo que refleja la incapacidad del mundo para resolver los conflictos, para garantizar la justicia y la dignidad. Como dijo Nelson Mandela, "Nuestra libertad no es completa sin la libertad de los palestinos".
Gaza es el escenario de un drama humano que se repite con la monotonía del horror. Las muertes y la vida misma se han convertido en una rutina macabra. El mundo, cómplice con su silencio, se ha acostumbrado a la tragedia. La historia se repite, y la humanidad parece condenada a repetir sus errores. «La indiferencia es la forma más sutil de violencia», escribió Mahatma Gandhi.
El mundo se ha acostumbrado a la tragedia, como se acostumbró al horror de los campos de concentración nazis, al genocidio de Ruanda, a la guerra de los Balcanes. La historia se repite, y la humanidad parece condenada a repetir sus errores, a mirar hacia otro lado mientras la barbarie se apodera de nuevo del mundo.