Iulen Lizaso Aldalur

En el Principio era la Vida

¿porqué el mundo lo envilecemos a la manera que vemos? ¿No será que históricamente la humanidad desconoce la verdadera causa que nos hace pagar esta eterna consecuencia de hacernos el mal unos a otros?

Tres frases anunciadas como profecías de la década pasada: «El siglo XXI será una nueva primavera espiritual» (Juan Pablo II). »El cristianismo del siglo XXI será místico o no existirá» (K. Rahner). «El cristianismo del siglo XXI será revolucionario o no existirá» (P. Casaldáliga)... daban introducción a un artículo.

Como último guión del siglo XXI como último siglo, un implante globalizador nos lleva a mudarnos de lugar, de ideas, conflictos económicos, tecnológicos, bélicos, migratorios, fronterizos, étnicos, climáticos, etc. Muda de modas por contagio de modelos de vida y estilos relacionales, de anglicismos y pasiones competitivas por la tecnología, agricultura para alimentos desde el Kilómetro Cero hasta desde el 20.000, por la ecología, lo verde, lo marrón, lo gris... y lo contrario. Fracaso existencial que nos mantiene en shock por la manera frívola de penetrarnos con calzador y sin opción, lo global, pues supone transgredir un «mercado» de valores por su añadido superfluo y banalizador desde lo filosófico hasta lo íntimo. Un sobreesfuerzo para quienes pretendemos relacionarnos guardando las esencias de un cristianismo humanista austero (hasta en palabras), sincero y verdadero, siguiendo el modelo del de Jesús de Nazaret.

Esencias que impiden olvidar que, lo más globalizador para toda la humanidad con el universo todo y entre semejantes, es esa memoria de herencia cósmica recibida: una casa común como espacio-Tierra, la parcela individual que ocupa nuestro cuerpo como herencia de ese espacio-raíz genética de una misma madre... y una despensa repleta de bienes y frutos de los reinos (mineral, vegetal y atmósfera-Luz) que nos permite crecer y multiplicarnos en igualdad.

Siendo creyente como el que más en la misma medida que antirreligioso de todo credo y creencias al uso, quedo con la profecía de Juan Pablo II. Me resuena; la siento y me lo dice una lógica de superviviencia existencial aún turbada, al ver sobrepasados de manera inhumana los límites relacionales y la cada vez mayor brecha (abismo) abierta por quienes, a costa de desheredar a la inmensa mayoría de la humanidad, acaparan todos los recursos vitales arrancados del vientre, piel y pechos de una madre tierra que, inagotable en su generosidad por tierra y mar, ve como en este Babel final, aún es presa de codicia por asalto final a sus manantiales, a su atmósfera respirable y el clima.

Al final, como cuando a Él también lo matamos, siempre les queda la memoria del origen, por la cual todo lo vuelven a hacer como al principio de aquella fusión primera... el Alfa y el Omega lo unen como en un Finisterre Si Plus Ultra.

Del artículo de Miren Azurza en "Noticias de Gipuzkoa" del 2 de febrero titulado "En principio era la vida", estimo un tanto pretencioso asegurar que el evangelio de Juan contiene las palabras exactas de Jesús en este mandato: «Esto os mando: que os améis unos a otros». Quizás si exactas pero no completas, ya que entiendo que se refería en primera instancia al género de los presentes (normalmente varones), y aunque no fuera así, siempre todos los credos «espirituales» y en todos los tiempos, al «a otros», le dieron comprensión referida únicamente para la especie mamífera humana y no a la animal igualmente mamíferos en cercanía a nuestro ADN y genética planetaria, siendo merecedores de agradecimiento, consideración y respeto relacional. ¿Acaso hoy tendríamos el mismo confort y desarrollo, si no hubiese sido por su esfuerzo y entrega... cuando no existía la tracción y excavación mecánicas?

«Esto os mando: que os améis unos a otros... y no toméis ni de carne ni de sangre caliente de otro ser que como vosotros, también ha nacido de madre».

Para el cotidiano del día a día, anteponía esta Ley a la tradición. «Anteponía» el respeto, al amor, ya que este último, aunque para Él no, a los humanos nos cuesta enmarcarlo y nos lleva a muchas confusiones; no así el respeto, que Él lo enmarcó en la ley universal de causa-consecuencia: «No hagas a otros lo que no quieras para ti», y esto sí... no tiene flecos ni dobleces interpretativas.

Pero si todos lo entendemos igual, ¿porqué el mundo lo envilecemos a la manera que vemos? ¿No será que históricamente la humanidad desconoce la verdadera causa que nos hace pagar esta eterna consecuencia de hacernos el mal unos a otros? ¿No será porque los humanos seguimos dando un alcance reduccionista y una aplicación exclusivista y supremacista respecto a ese «a otros» al que se refería el Maestro en su mandato universal... y aún nos los traemos a nuestro plato, incluso para celebraciones en mesa de honores?

Los cristianos primigenios siempre guardan el sentido de su palabra, memoria, espacio y existencia, siendo la alimentación la acción más espiritual en el día a día, sin místicas, rezos ni penitencias añadidas. Sí agradecimiento y celo en la comprensión por saber que si esa herencia la tenemos, no es por derecho ganado, pues ganarlos exigen cumplir deberes, y la humanidad... ¿como vamos cumpliendo los deberes para con el planeta, sus mares, su atmósfera, sus aguas, el espacio, sus tierras y sus criaturas... como creación del Cordero?

«Si tomáis del Cordero no moriréis jamás» ¿Cómo da a entender la jerarquía católica que aún fomenta la alimentación de la naturaleza y sangre de este animal arquetipo de nuestra Vía Láctea, en sus celebraciones pascuales? ¿quienes sostienen aún la falacia de que Jesús de Nazaret comió cordero? Los mismos que se valen y justifican en Su muerte... para «vivir» la suya.

Por pascua de resurrección de la vida lo celebran como asado en la mesa, y en la semana de muerte a la vida crucificado en la cruz. Pasearlo por las vías del país a ritmo de clarines, tambores, embozados, uniformados y episcopados.

Salvando distancias y envergaduras con los hechos al Maestro, simbólicamente también matan nuestro sol individual el miércoles al ungir con ceniza (materia inerte y gris, representativa de muerte y energía lunar), en un intento de apagarlo en nuestra frente... crucifican la luz del Cordero-Sol en nuestra mente.

Perdónales porque ¿no saben lo que hacen? Los llamó: ¡Sepulcros blanqueados! y esto valió al Cordero, su condena a muerte en la cruz. Si de ellos dependiera, hoy sería igual. Pero no; hoy no esta Solo, no estamos solos... hoy también está la oveja anunciando esa primavera (primera verdad) del espíritu de la vida, un nuevo principio, en el que nos despierta por evolución: el sentir la existencia.

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