Jonathan Martínez
Investigador en Comunicación

Esconder el cadáver

Las autoridades han querido esconder la tortura bajo un extenso telón de impunidad y silencio.

En un conocido documental sobre la historia del cine estadounidense, Martin Scorsese pasea por las llanuras desérticas del western, se adentra en los tiroteos de la Ley Seca y explora el regocijo cantarín de los musicales en Technicolor hasta llegar a los dominios del cine negro. El film noir. En la primera mitad del siglo XX, una larga nómina de directores europeos que habían conocido la guerra y el fascismo recalaron en suelo americano y rodaron películas que transpiraban una fascinación insana por el crimen. Ahí estaban Otto Preminger, Billy Wilder y Robert Siodmak.

En el cine negro, dice Scorsese, palpita una exploración sobre la naturaleza del mal. El monstruo que se recrea en la violencia ya no se recluye en la marginalidad de los bajos fondos, como ocurría en las películas de gángsters, sino que se extiende por los rincones más insospechados de nuestra vida cotidiana. Cualquiera podía llegar a convertirse en criminal y, en consecuencia, cualquiera podía llegar a convertirse en víctima. A menudo, un hombre de apariencia inofensiva empezaba cediendo ante alguna clase de tentación carnal y terminaba entregado al asesinato.

En "La mujer del cuadro", de Fritz Lang, el profesor Wanley accede al apartamento de una muchacha y acuchilla a un hombre en un forcejeo. Enseguida aparece la necesidad de urdir una coartada y desembarazarse del muerto. Wanley improvisa un plan. «¿Cómo podrían relacionarnos con él si hallaran su cadáver a muchas millas de aquí?». Ella siente curiosidad y él se explica. «Lo arrojaremos en el campo. Lo descubrirán, claro, pero no antes de una semana».

Por unos instantes, la voz del profesor Wanley recuerda demasiado a la voz de Pedro Gómez Nieto, el capitán de la Guardia Civil que relató a Perote el asesinato de Lasa y Zabala. «Eso fueron dos tiros en la cabeza sin capucha. Lo primero les hicieron hacer los agujeros. Les hicimos hacer los agujeros». Wanley cargó un cadáver en su automóvil con la intención de abandonarlo en un bosque lejano. Los guardias civiles Enrique Dorado y Felipe Bayo trasladaron a un descampado alicantino a Lasa y Zabala, los asesinaron y los sepultaron en cal viva. «¿Cómo podrían relacionarnos con él si hallaran su cadáver a muchas millas de aquí?».

La sombra del cine negro, pariente del género detectivesco, se prolonga hacia fenómenos audiovisuales más recientes como el auge del true crime, historias delictivas donde la realidad gana espacio a la ficción. Algunas series como "The Jinx" de Andrew Jarecki han alcanzado ya el estatus de clásicos. Todo empieza con un torso humano que aparece flotando en la bahía de Galveston, Texas. El asesino no solo arranca una vida sino que de pronto, en el éxtasis sangriento, se ve en la urgencia de desentenderse del cuerpo. Alejarlo para que nadie pueda atar los cabos que lo incriminan.

El 15 de diciembre de 1985, el cadáver de Mikel Zabalza apareció flotando en el río Bidasoa. El ministro de Interior, José Barrionuevo, explicó a la prensa que «no existe ningún signo de violencia ni maltrato en el cuerpo». Pero la verdad termina saliendo a la superficie igual que un torso en la bahía de Galveston. Lo explica Gómez Nieto en su conversación con Perote. «Se les ha ido la mano, se les ha quedado en el interrogatorio. Posiblemente fue una parada cardíaca como consecuencia de la bolsa en la cabeza». Miguel Ángel Llamas y Amaia Merino recomponen las piezas del crimen en el documental "Non dago Mikel?". Entre tanto dolor, conmueve ver en la pantalla a Ion Arretxe, que fue detenido y torturado en Intxaurrondo junto a Zabalza.

El cine negro nos sienta cara a cara con el mal pero al mismo tiempo nos reconforta porque nos proporciona la certidumbre de que en este universo de desorden criminal, el malvado siempre termina encontrando su castigo. La realidad, en cambio, arroja un resultado más áspero que las películas. El Indultómetro de la Fundación Civio contabiliza un total de 47 indultos del Gobierno español a condenados por torturas. Muchos de los torturadores han sido ascendidos y condecorados.

El pasado 13 de febrero moría en Zaragoza el exgeneral Enrique Rodríguez Galindo, que cumplió cuatro años de prisión por el asesinato de Lasa y Zabala. Al conocerse la noticia, la Asociación PRO Guardia Civil y varios diputados de Vox dedicaron loas encendidas al difunto mientras Pablo Hasél se preparaba a entrar en prisión con acusaciones de enaltecimiento del terrorismo. Unos meses después de que se identificaran los huesos de Lasa y Zabala, Juan Alberto Belloch ascendió a Galindo y barajó recolocarlo como asesor de Margarita Robles. «Galindo es el mejor policía que tenemos en el País Vasco, (…) el que nos ha dado más y mejores resultados en los dos años que llevo en la delegación», escribió Ramón Jáuregui el mismo año que apareció el cuerpo flotante de Zabalza.

El día que se publicó la conversación de Perote sobre Zabalza, Lasa y Zabala, me dio por buscar el perfil de Pedro Gómez Nieto en Twitter y apareció un hombre de canas venerables, tricornio de terciopelo y virgencita dorada del Pilar. Por lo visto, Gómez Nieto, el mismo que recomienda asfixiar a los detenidos con una bolsa transparente para que sientan con más crudeza la muerte, el mismo que fue premiado con un ascenso en 1997, se trasladó a Honduras bajo la tutela de la Embajada española.

Las autoridades han querido esconder la tortura bajo un extenso telón de impunidad y silencio. Igual que se arroja un cuerpo al río para que nadie deduzca que ha muerto ahogado en una bañera de Intxaurrondo. Igual que se sepultan dos cuerpos en un secarral a ochocientos kilómetros del cuartel. Pero los muertos son impertinentes y siempre afloran. Dice el personaje de un relato de Juan Rulfo que los muertos pesan más que los vivos. Señor general, señor ministro, señor juez. Allá donde estés, Mikel Zabalza levanta el dedo que te acusa. De tu cobardía. De tu complicidad. Y de tus mentiras.

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