Guillermo Martorell
Criminólogo

«Fútbol y violencia»

Ahora, desde muchos ámbitos, se pretende criminalizar a Herri Norte. La «prueba de cargo» es un diagnóstico parcial, el cual se ha amplificado en gran medida por la desgraciada muerte de un agente de la Ertzaintza a consecuencia de un infarto.

El debate sobre grupos violentos en el fútbol es tan antiguo como estéril. Ahora, tras lo sucedido estos días en las calles de Bilbao, saltan por enésima vez las alarmas, lo cual conlleva consigo todo tipo de reproches, conjeturas, especulaciones y acusaciones las cuales, en gran parte, nacen de un análisis interesado y partidista de la realidad de la violencia como fenómeno grupal. Otras veces el origen se asienta en la ignorancia. Lo ocurrido en los aledaños de San Mamés requiere un análisis prudente y multifactorial.

De entrada, tras los graves incidentes, nos encontramos con un clásico: redes sociales que arden, clubes que se lavan las manos, fuerzas policiales que responsabilizan a clubes, políticos que señalan a grupos específicos de aficionados, medios de comunicación que dictan sentencia directamente y, como consecuencia de todo lo anterior, una alarma social alimentada por una gran dosis de subjetividad, unida a una sensación de inseguridad global, innata a la condición humana. Es un bucle kafkiano que funciona como una cortina de humo que no deja ver las cloacas del fútbol actual.

Para entender globalmente lo acaecido el pasado 22 de febrero hay que tener en cuenta una serie de escenarios y actores, los cuales ejercen una función de factor criminógeno, favoreciendo y potenciando la agresividad como fenómeno de masas. En primer lugar nos encontramos con un paradigma, que rige las leyes del fútbol actual, que ha derogado el espíritu deportivo en favor del mercantilismo más salvaje y neoliberal. El golpe de balón ha dado paso en Europa al golpe de talón. Todo vale, los principios y valores de una competición se escriben con euros, dólares y bitcoins. Esto deriva en la entrada a muchos clubes de viejos y nuevos ricos, los cuales hacen del terreno de juego un espacio donde proyectar su ego y, como no, su poder.

El dueño del Spartak de Moscú es Leonid Fedun, nacido en Ucrania, de formación militar, una de las mayores fortunas del mundo, y vicepresidente de la polémica petrolera Lukoil. Entre los años dos mil ocho y dos mil doce se desarrolló en el Estado español la Operación Avispa, teniendo lugar un operativo destinado a desmantelar una las mayores operaciones contra la mafia rusa realizadas nunca. Uno de los detenidos era el "ladrón de ley" Zakhar Kalashov al cual la Fiscalía Anticorrupción identificaba como uno de los dueños de Lukoil, la cual había intentado comprar el treinta por ciento de Repsol-YPF. Cuando la cúpula y la imagen de un club ofrecen este perfil, algo de él se transfiere a la base a modo de valores o referentes «morales». Algo similar ocurrió en el Estado español con el Frente Atlético cuando Jesús Gil presidió el Atlético de Madrid.

Como antaño, todo rey necesita de bufones que le rían sus gracias, que le colme de halagos, que defiendan su bandera, su honor, de cualquier forma y manera. Leonid tiene por corte de élite un grupo de supremacistas rusos, mucho de los cuales (al igual que él) tienen formación militar y abrazan la esvástica por bandera. Se entrenan y preparan para combatir, es su objetivo primordial, no necesitan de factores exógenos para desarrollar conductas agresivas grupales, la modulación de sus actos es de naturaleza endógena, se programan cognitivamente para sus acciones, saben perfectamente lo que van a hacer y cuando lo tienen que hacer y, lo más peligroso de todo, es que tienen muy claro cuál es el perfil de víctima que necesitan cuando salen de cacería. Estas conductas se refuerzan de forma significativa cuando sus directivos, caso de Nail Izmáilov, defienden y justifican a sus violentos. Hay lo anterior hay que añadirle que el viceministro ruso Viali Mutkó también dio la cara por sus hinchas, desconozco si también lo hizo en la pasada Eurocopa cuando sembraron el terror en Marsella, o cuando han viajado a Argentina para asociarse con los Barras Bravas.

La combinación de «paradigmas mercantilistas», directivas siniestras y grupos neonazis conforman una bomba criminógena que hay que desactivar. Lo paradójico es que el artificiero «natural» de este explosivo debería ser la UEFA. Esta junto con la FIFA son, probablemente, los organismos deportivos internacionales más corruptos, mercantilistas y decadentes a fecha de hoy. Los casos de Michel Platini y Joseph Blatter son la punta del iceberg de un fenómeno normal y constante. Lo de Angel María Villar estás asociado a los anteriores.

En contraposición a lo expuesto nos encontramos con otro escenario y distintos actores. Este tiene por paradigma Lezama, el balón se antepone al talón, y los principios y valores están asociados al juego limpio, a la deportividad… al respeto, esa identidad no es exclusiva de los leones, es extrapolable a todo el fútbol vasco. Las peñas están íntimamente unidas con sus respectivos equipos, los sienten, los disfrutan, otras veces los sufren y padecen, pero a pesar de ello nunca les fallan. Dentro de esas peñas y grupos existen antifascistas los cuales, criminológicamente hablando, no tienen nada que ver con grupos ultras y/o neonazis, tan siquiera son susceptibles de ser objeto de estudio por su potencial de criminalidad. Afirmar eso o equipararlos con los mismos carece de cualquier tipo de rigor. No existe en Euskal Herria ningún grupo vinculado al fútbol que tenga como objetivo ir, al igual que los nazis, de cacería, marcando y predeterminando objetivos, articulando estrategias para esos fines. Los indicadores empíricos así lo demuestran. Si realizamos un análisis longitudinal comparativo de las estadísticas de acciones violentas extremas de hinchadas rusas frente a las vascas, las primeras ganan por goleada, las nuestras se quedan con el marcador a cero.

Ahora, desde muchos ámbitos, se pretende criminalizar a Herri Norte. La «prueba de cargo» es un diagnóstico parcial, el cual se ha amplificado en gran medida por la desgraciada muerte de un agente de la Ertzaintza a consecuencia de un infarto. Como pruebas añadidas se argumenta la incautación de puños americanos y porras extensibles. No tengo en mi poder el acta de incautación, pero de cualquier manera no se puede extrapolar la pertenencia de esos objetos a Herri Norte como grupo, más cuando en el momento de máxima tensión una gran parte de los mismos estaban retenidos por la ertzaintza en una zona distante al conflicto. También hay que decir que no sería honesto por mi parte que para ir a un partido sea necesario portar ese tipo de armas, ni esas, ni ninguna, es una estrategia equivocada y poco inteligente. Podría entender que personas que son víctimas potenciales de neonazis rusos (los antifascistas y cuerpos policiales lo son para ellos) las portaran como defensa, pero como cantaba Barricada «nunca tendrán las armas la razón». La incriminación es subjetiva, parcial e interesada. Tampoco sería honesto si no dijera que Inocencio Alonso, lo dicen todas las fuentes que he consultado, era una excelente persona y un buen hombre, al igual que lo era Iñigo Cabacas.

Se buscan culpables a toda costa de lo sucedido. Por una parte encontramos argumentaciones que hablan de un cordón policial ineficaz. Desde la objetividad y la neutralidad sería injusto cargar la responsabilidad en ese aspecto. La pasada Eurocopa de Francia demostró que es ineficaz cuando nos enfrentamos a hinchadas como la rusa. Muchos medios de comunicación ponen el acento en parte de nuestros hinchas: de filoetarras hasta criados por el PNV he leído. También se buscan soluciones. Algún sindicato policial ha pedido la vuelta de las pelotas de goma, otros se han quejado de equipamientos inapropiados, alguno ha remarcado que el ertzaina fallecido llevaba trece horas trabajando. Creo que ninguno ha hecho público que Inocencio estaba en tratamiento por una grave enfermedad que había padecido. Así de todo, y en general dando palos de ciego.

Con todo lo que ha pasado nos hemos olvidado de muchas cosas importantes. La primera es que la violencia en el fútbol no atañe de forma exclusiva a los grandes equipos. Si leemos la prensa podemos constatar decenas de barbaridades acaecidas en categorías inferiores y en el fútbol base. La franja es amplia: padres que agreden a otros padres, padres que insultan, amenazan, y coaccionan a entrenadores de sus hijos y, no podía faltar, árbitros que son linchados por el «respetable». Todo esto nace del paradigma insano que, desgraciadamente, modula hoy el mundo del balón. Estos problemas, evidentemente, no se resuelven ni con pelotas de goma ni con puños americanos.

Tenemos que dejarnos de reproches mutuos, de fuego cruzado y acusaciones que conducen a la nada y a seguir como estamos. Lo sucedido en San Mamés puede ser un punto de encuentro. Se hace necesaria, más que nunca, la creación de una mesa vasca para la violencia en el deporte, en la cual nos sentemos todas las partes, y todas son todas, que tenemos cuota de participación en el mismo, sin excluir a nadie; para que esto funciones es básico contar con aficionados, peñas, socios, comunidad educativa, federaciones y cuerpos policiales. Es más que obvio que no podemos contar ni con la UEFA ni con la FIFA, y que si no queremos que se repita la historia, pues la tendencia de evolución del fenómeno apunta a que la hará, estamos obligadas y obligados a articular soluciones desde nuestra tierra; soluciones para la base y para la altura. La caza de brujas debe acabar.

Se me olvidaba comentar algo, tenemos mucho que aprender del mundo del rugby.

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