¿Gobierno de pesebristas?
Cuando los resultados electorales no permiten que un partido forme gobierno sin la necesidad de contar con otros, surgen los pactos. Da igual que, durante el proceso electoral, se hayan puesto los pactistas de «chúpame dómine». ¿Ha llegado el momento de mandar a la mierda los principios fundacionales y estratégicos de los partidos? Pues se mandan. ¿Que hay que apelar a la ética? Pues se invoca. De risa. ¿Cuándo los partidos políticos se rigen por razones éticas? Lo primero que abandonan en esta travesía es a Kant. Basta ver la cara de felicidad que sus líderes muestran hacia el partido con el que se alinean para gobernar para no fiarse de lo que traman.
¿Qué tienen en común PNV y PSE? ¿Su animadversión a EH Bildu? ¿Los une el miedo a aquel con quien el PNV no tiene la valentía de formar un gobierno y decidir a posteriori si el experimento fue bueno para la ciudadanía? Suena extraño que un gobierno soberanista pacte con un partido al que siempre se miró de reojo, porque, como bizco, mira para Madrid. ¿Qué cuotas de autogobierno pueden esperarse del PSE?
Está claro que la experiencia del procés en Cataluña y la aplicación del artículo 155 constitucional no ha enseñado nada. ¿O es que las intenciones soberanistas del PNV son papilla de chichinabo? Porque, viendo como está España, con unas derechas que, si no convocan al caballo de Espartero o de Pavía será de milagro, ¿no era este el instante de mandar a tomar viento la tutela centralista de Madrid?
Que el PNV pacte con el PSE es acrobacia política. Sí, no es la primera vez. Lo que no dicen es qué aprendieron ambos partidos después de varias legislaturas compartiendo poder. Los socialistas no parecen haber aprendido nada del nacionalismo vasco made in PNV. Ni este se ha contagiado del internacionalismo socialista español democrático, estilo Sánchez «jariguay».
Lejos quedan los tiempos en que los socialistas aseguraban que el tumor del nacionalismo se curaba viajando y a lo que los nacionalistas objetaban que la peste del socialismo se curaba leyendo. Pocos dirigentes que templaron txistus y gaitas vascas y socialistas durante la II República pudieron imaginar que, con el tiempo, ambos partidos llegarían a conformar gobiernos de Euskadi al unísono democrático. Menos aún, el bueno de Irujo, y ya no digamos el mefistofélico Indalecio Prieto. La II República sentó fatal al PNV y no reculó en demonizarla convirtiéndola en una caja de truenos al estilo de Pandora.
En 1931, José Antonio Aguirre formó parte de la candidatura carlofuerista de Navarra, la que encabezaban Rodezno y Beunza. El socialista Manuel García Sesma increpó al PNV diciendo que «los nacionalistas se unen a la candidatura de derechas patrocinada por el inmundo “Diario de Navarra”» (“El Socialista”, 25.6.1931). Y es que “La Voz de Navarra” se había pasado la dictadura de Rivera acusando a “Diario de Navarra” de todo, concluyendo que «la máxima benevolencia que Navarra puede tener con vosotros, ¡verdugos!, es la de dejaros podrir en vida» (“La Voz de Navarra”, 5.3.1930). Decir esto y aparecer Aguirre integrando la candidatura aupada por los golpistas de “Diario de Navarra”. Desde luego, mucha coherencia ideológica no había en esa decisión. Pero la fe y la religión tiraban mucho más que las carretas de las obras públicas, la escuela única, el Estado laico y la reforma agraria. En Navarra, al menos.
Para los socialistas, el nacionalismo vasco era «un aliado del capitalismo y del clericalismo». Sus líderes eran lo más parecido a «los monárquicos fascistas», además de ser unos «racistas». De Irujo y compañía dijeron: «Han luchado contra los socialistas en la prensa, en los campos, en la calle, hasta reducir sus representaciones oficiales». En el político de Estella «reconocían un caballero, pero cuando la ocasión se presente no renunciará a ser como el resto: Vascos, muy vascos, amantes de su Estatuto, pero irán del brazo de los fascistas españoles a mayor gloria de Dios y de la burguesía» (“¡Trabajadores!”, 9.3.1934). De Aguirre soltaron perlas como estas: «El insigne chocolatero, hijo ilustre de la Compañía, ha llamado extranjeros a los españoles no nacidos en Vasconia y a los vascos que no piensan como él. Pues bien, sepa el afeminado exfutbolista; entérese la nueva doncella de los ignacianos, que aquí hay muchos vascos que quieren ser extranjeros antes que eso que él llama patriotas. Porque ser patriotas no es más que ser esclavos de los buitres hambrientos que hasta hace poco tuvieron su nido en Azpeitia» (Ídem, 29.4.1933).
Con relación al Estatuto, los socialistas navarros de “¡Trabajadores!” lo juzgaron como freno a los avances económico-sociales de Navarra sometidos a los intereses de Madrid (“No queremos Estatuto”, 1.5.1932). Las consideraciones contenidas en el “Dictamen de la Agrupación y Juventud Socialista de Pamplona”, relativas a la enseñanza en vasco, la unidad étnica, la ciudadanía nacional y una escuela única y laica, eran esencialmente contrarias a las mantenidas por el PNV. Los socialistas repetirían las palabras del pétreo Unamuno de los Juegos Florales de Bilbao del 26 de agosto de 1901, al decir: «Nos parece un gravísimo error el querer elevar el vasco a la categoría de lengua académica y cultural. La pobreza de su léxico lo impide y para que el vasco pudiera servir de instrumento de cultura universitaria o simplemente en los grados superiores de la primera enseñanza haría falta convertirlo en una especie de nuevo esperanto que los propios vascos del pueblo serían los primeros en no comprender».
Seguro que los socialistas y nacionalistas del PNV de la II República no se parecen a sus actuales herederos. Pero sus planteamientos en torno a cuestiones de autogobierno siguen mirándose con cara de perro. Tan españoles cerrados los unos como refractarios los otros. Si solo los une el miedo a EH Bildu, ¿qué puede esperarse? No lo sé. Montaigne decía: «Nada me horroriza más que el miedo y a nada debe temerse tanto como al miedo». Si dicho dictamen puede aplicarse al caso señalado, sáquense las consecuencias.