Raúl Zibechi
Periodista

Golpe financiero contra Argentina

El modo de operar del capital financiero es el equivalente actual a las guerras de rapiña coloniales. Durante siglos el colonialismo no hizo otra cosa que apropiarse de las riquezas de los países del Sur a fuerza de cañoneras.

Ahora el capital financiero retoma aquella vieja lógica, como está haciendo con Argentina, donde los llamados fondos buitres acosan al país hasta llevarlo a la cesación de pagos.

La «legalidad» de sus actos proviene solamente de la capacidad de chantaje para someter países, gobiernos y pueblos. En realidad se están entrelazando dos tipos de guerras, hasta volverse indiferenciadas. La guerra de las finanzas utiliza armas inmateriales. La ofensiva contra el euro para salvar al dólar luego de la crisis de 2008 es un buen ejemplo del tipo de acciones decididas por un puñado de mega especuladores que utilizan a las agencias calificadoras de riesgo para atacar a las economías que consideran más débiles.

Es el modo de acumular en base al robo (acumulación por desposesión), cuando la acumulación por reproducción ampliada (trabajo asalariado que genera plusvalor) ya no rinde los frutos esperados por saturación de los mercados (crisis de sobreproducción). Este tipo de acumulación es el robo a la gente común, a las naciones y también a otros burgueses, y es una suerte de colonialismo actualizado en el que los fondos buitres son calco de los barcos piratas que estaban al servicio de la corona británica.

La guerra dura y pura tiene los mismos objetivos. Estos días en Irak, como ayer en Libia, se escenifica una guerra para la apropiación del petróleo y para impedir que China siga importando masivamente ese petróleo, además de acotar la presencia del país asiático en Irak. Las empresas estatales chinas hicieron pesadas inversiones en Irak, e importan entre el 60 y el 80% del crudo que exporta el país. Irak espera pasar de la actual producción de 3 millones de barriles diarios a 8 millones en 2035, de los que el 80% serán comprados por China (Bloomberg, 17 de junio de 2014).

La misma jugada que hizo la OTAN en Libia, pero no pudo repetir en Siria, donde el ISIL (Estado Islámico de Irak y Levante) controla los campos petrolíferos del norte y vende el petróleo que roba Occidente. Varios analistas coinciden en que las guerras en Medio Oriente y en Ucrania se relacionan con la política de los oleoductos. «El petróleo robado en Siria es vendido por ExxonMobil (la compañía de los Rockefeller que reina en Qatar), mientras que el petróleo robado por ISIL se comercializa gracias a las conexiones de Estados Unidos», sostiene el analista Alfredo Jalife (La Jornada, 25 de junio de 2014).

Los dos tipos de guerras son delineadas por el capital financiero que utiliza poderosos estados (Inglaterra, Estados Unidos) para sus fines. Pero, ¿qué es el capital financiero y por qué ataca ahora a la Argentina?

Son los «grandes depredadores», como los definía el historiador Fernand Braudel, cuando intentaba explicar cómo funciona el capitalismo. Forman la cúspide del sistema financiero, un muy selecto grupo de personas que tienen mucho poder, que sobrevuelan la sociedad eligiendo las presas más débiles para atacarlas. Braudel dice que en esa esfera «impera la ley de la selva» y define al capitalismo como «el visitante nocturno», aquel que con la complicidad del Estado se convierte en el amo del gallinero. Porque la lógica predadora se ha convertido en el sentido común del capital y en el modo de actuar cotidiano de las empresas multinacionales.

En esta etapa del capitalismo, las grandes empresas multinacionales forman parte de un mismo entramado con los militares y sus think tanks, o sea ambos actúan en base a la misma lógica predadora que busca la dominación del planeta.

Argentina es una de esas presas predilectas para el capital financiero global, por lo menos desde la dictadura militar (1976-1982). Encuentro tres razones para esta actitud. La primera es de orden geopolítico: los BRICS son buenos como fuente de acumulación pero peligrosos como alternativa al decreciente poder estadounidense. En 2013 comenzó una potente ofensiva contra los BRICS que en la región se sintetiza en atacar a Brasil y, por lo tanto, a sus dos aliados estratégicos: Venezuela y Argentina. Curiosamente, los dos países donde la desestabilización está en el orden del día ya que es el mejor modo de acotar a Brasil, rodeándolo de situaciones inestables como están haciendo con China (Pakistán, Afganistán) y Rusia (Ucrania).

La segunda razón es que Argentina tiene una larga experiencia como víctima del sistema financiero. Primero con el Gobierno militar y la gestión de Alfredo Martínez de Hoz, que dejó al país endeudado. Luego con Menem y las privatizaciones de la década de 1990, que la dejó desarmada para enfrentar cualquier contingencia al privatizar sus principales recursos. Lo que está en juego es la posibilidad de hacerse con activos importantes labrados por los trabajadores argentinos durante décadas, como ya sucedió con las privatizaciones.

Esquilmar Argentina no es cualquier cosa. Fue un país industrial, tiene una importante clase media, o sea técnicos y especialistas, y no es por tanto el típico país pobre y subdesarrollado del cual se pueden extraer apenas bananas. El país aún tiene capacidad de generar el tipo de riqueza que el sistema más valora: conocimientos, capacidad inventiva y creativa que hoy son más importantes que el consumo y la producción fabril.

La tercera cuestión es la potencia de las luchas de clases. La fuerza de los de abajo es visualizada por los depredadores como una oportunidad para actuar ya que debilita a las instituciones. Lo que no quiere decir, en absoluto, que la lucha social sea culpable o tenga alguna responsabilidad en la situación actual.

La jugada siguiente debería corresponder a los aliados de Argentina, en particular el Mercosur y la Unasur. Lo que le está sucediendo a Argentina le puede suceder en cualquier momento a cualquier otro país de la región. Pero la región sudamericana está en deuda, incluso con los objetivos que se ha trazado. El Banco de Sur, que se proponía formar parte de una nueva arquitectura financiera, está muy lejos de cumplir el papel para el que fue creado. La nueva moneda regional capaz de sustituir al dólar, ni siquiera está en los planes de mediano plazo.

Cuando el ciclo económico dejó de favorecer a las economías regionales, la estructura creada en torno a la exportación de commodities comienza a crujir, y aparecen las dificultades por no haber realizado cambios de fondo cuando había margen suficiente. Ahora que las oligarquías financieras globales tomaron la decisión de atacar a los emergentes, la guerra es inevitable, aunque por ahora revista la forma de una guerra monetaria masiva.

Los gobiernos progresistas de la región no parecen estar a la altura de la guerra en curso. Quizá deberían estar más atentos a los pasos que están siguiendo China y Rusia y que habrán de concretarse en la cumbre de los BRICS que comienza en Fortaleza, Brasil, al día siguiente de la finalización del Mundial de fútbol.

Si todo marcha como está previsto se creará un fondo de estabilización monetaria y un banco de desarrollo, que se llamará Banco BRICS. Según Ariel Noyola, miembro del Observatorio Económico de América Latina, ambas instituciones «ejercerán funciones de mecanismo multilateral de apoyo a las balanzas de pagos y fondo de financiamiento a la inversión» (Alai, 30 de junio de 2014).

En los hechos, serán una grieta suficientemente poderosa como para inquietar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, pero sobre todo al Gobierno de los Estados Unidos. Está en juego nada menos que la continuidad del dólar como moneda de reserva, pilar del dominio estadounidense. Quizá eso explica la exacerbación de la situación internacional, desde la actitud de los fondos buitres hasta las guerras en Ucrania y el creciente caos que reina en Medio Oriente.

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