Iñaki Egaña
Historiador

Gudari Eguna 2024

No se trata de esperar que el entorno condicione, sino que elijamos el bando una vez que el mundo nos haya enseñado sus cartas. Sé que es complicado, que las fronteras son demasiado altas para superarlas y que, en excesivas ocasiones, la ruptura es una quimera que ni siquiera llegamos a percibir o sentir que exista. Pertenecemos a una única especie, superviviente entre seis o siete ya desaparecidas, pero marcadas por un territorio. Así surgieron los pueblos, las naciones, las comunidades. Un espacio natural que nos hace ser como somos. O ámbito de destino, que también nos hace ser como somos. Y nos manejamos, como apuntaban los antiguos griegos por dos relojes: Kairós y Cronos. Las dos modalidades para referirnos al tiempo. Acumulado, Kairós. Coyuntural, Cronos.

En ese Kairós que nos cita en tendencias y épocas, más allá de las prisas y apreturas cotidianas, nos asaltan fechas que rememoran un pasado que se estampa en el presente. Una de ellas la del «Gudari Eguna» instaurado, hace ya décadas, por el PNV. Aún lo evoca todos los años −el pasado en Gueñes− para citar a los suyos que pelearon en la guerra que dijeron fratricida, provocada por matarifes fascistas. ANV también celebra en Albertia (batalla en la que murieron 300 de sus militantes) el Gudari Eguna. El tercer bloque fue el de la izquierda abertzale surgida en la década de 1960, que lo refirió a los suyos, evocando la fecha en la que Jon Paredes, Txiki, y Ángel Otaegi fueron ejecutados, un 27 de setiembre de 1975, por los hoy catalogados predemócratas, los mismos fascistas que se habían sublevado en 1936.

Es cierto que cada año es distinto, que Cronos nos cita las masacres originadas por Israel en Palestina y Líbano. Pero Kairós nos recuerda que las mismas llevan produciéndose desde hace exactamente 76 años, cuando las elites occidentales ocuparon, colonizaron y expulsaron de su tierra a cientos de miles palestinos. Hoy, asimismo, hablan de migraciones y movilidades, del Gran Remplazo. Cuando aquel remplazo se había dado no ayer, sino en el despojo a los pueblos originarios, cuando cinco imperios se repartieron el planeta para disfrute de unas elites. Los genocidios no estaban entonces identificados. Pero fueron uno detrás de otro. Hoy, con una hipocresía que espanta, elevan muros infranqueables, vallas más altas que la torre de Babel y extienden alambres de espino tan largos como la verborrea que les delata.

Hoy, también, el «Gudari Eguna» tiene un significado diverso. No tanto por su concepción −recordar a los suyos/nuestros es tarea humana−, sino por su tratamiento. La memoria, la objetiva y la subjetiva, también tiene fronteras. Hasta ciertas fechas es permitida. A partir de otras es punible. Porque llorar también es susceptible de constituir delito. Txiki y Otaegi fueron reconocidos como víctimas de abusos policiales por el Gobierno autónomo de Patxi López en 2012. Su memoria es consentida, aunque para Wikipedia Txiki es un terrorista (el único referido con esa palabra de los cinco ejecutados aquel 27 de setiembre). Franco y sus secuaces, unos santos, por lo visto. Hasta entonces, multitud de actos fueron reprimidos. Su lucha, en cambio, a pesar de estar ubicada en el Kairós franquista, es rechazada por algunos de los participantes del otro Gudari Eguna: «nunca debió existir». Su afiliada Beatriz Artolazabal ya añadió que con un kaiku ya era suficiente. Que les pregunten a los de la Asociación 3 de Marzo, detenidos y apaleados en más de una ocasión, llevados a la Audiencia Nacional acusados de apología del terrorismo por defender la memoria de los Cinco de Gasteiz.

Todos los Gudari Eguna, efectivamente, tienen su particularidad. Con el añadido rasgo con el que cada comunidad o cada persona quiera distinguirlo. Y ya que estas líneas me permiten divulgar el mío, quiero desmontar esa uniformidad que nos achacan. Somos mestizaje. Y no me refiero a aquellas crónicas de antaño, rasgadas por el olvido y la fábula. Urdaibai, Larrun, Arbaiun, Kakoeta, Toloño... son arte de nuestro paraje. Pero no nos pertenecen. Nos acogen. Jon Paredes, Txiki, nació en Zalamea de la Serena, tierra extremeña. Y llegó con su familia cerca de ese flysch que dicen tiene 50 millones de años. A Enrique Gómez lo mató en Baiona aquel Batallón Vasco Español (BVE) creado desde las cloacas del Ministerio de Gobernación español. Había nacido en Porqueros (León), un poblado de medio centenar de habitantes. Jean Groix nació en Henbont, una población bretona excepcional, con alcalde comunista desde 1957 a 2014. Groix se suicidó en la prisión de Fresnes (París) donde había sido encarcelado por tener un refugiado vasco en casa.

Manuel de la Mata, Teodule Brion, Argentino Eizaguirre, Jean Bonnemaison, Gino Gheradi, Remigio Maurovic, Pietro Bertoni, Cristina García, Esteban Bolaños, León Baum, Walter Schindler, Hans Brandes, Zinimir Brocovich, Eulalia Delgado... decenas de internacionalistas que combatieron contra el fascismo en nuestra tierra. De Argentina, Alemania, Polonia, Cuba, Italia, México. Probablemente ni supieran donde estaba el Kolitza o el Sabigain. Pero se entroncaron en nuestro acerbo.

Años más tarde, sin definir ya donde habitaba esa muga que nos transformó en «indeseados», en presos, en objetivo policial: Eva Forest, Alfonso Sastre, Petra Elser, José Bergamín, Maira Le Moiy, Lucía Vergara, Renate Schubbert, Annick Lagadec, Isabelle Didont, Marie Schtumpt, Raymond Le Gallic, Jean-Philippe Casabonne, Didier Rouget, Muriel Lucantis, Alicia Pereira, Francis Godart, Mari Luz Fernández, Socorro Coto, Stephan Frein, Ann Elizabeth Brundin, Virginia Avellaneda... Algunas supieron del Cantábrico, de la Ribera, del Ebro y del Nervión. Otros, en cambio, jamás pisaron nuestra tierra pero pagaron por ella. Desde Francia, Catalunya, Galiza, Suecia, Chile, Italia, España... Lo dijo Bergamín: «Porque no me siento en España». Lo dejó escrito Pierre Loti: «Es preciso volver a etchezar, donde podáis oír mis voces aun estando sepultados en la tierra».

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