Txema García
Periodista y escritor

Guggenheim Urdaibai: la construcción del relato

La historia de la literatura está poblada de creaciones de todo tipo, algunas de ellas, muy pocas, catalogadas como excelentes que a veces llegan a alcanzar la categoría de universales. Luego estarían las consideradas como buenas o aceptables y, ya en un larguísimo pelotón de cola, aquellas otras que pasan desapercibidas, resultan mediocres o soportables o, incluso, deleznables. Y todo esto, claro está, en función de la mirada crítica que proyectemos sobre ellas y según nuestros gustos y querencias particulares, subjetivas siempre.

Sea cual sea su resultado final, toda obra que pretenda ser mínimamente relevante ha de contar con una estructura bien definida, con una trama sólida y original, además de un conflicto o nudo atrayente, unos personajes creíbles, una ambientación lograda, y puntos de vista solventes sustentados por un estilo y una voz convincentes. Un compendio de virtudes que derivará en la calidad final de esa palabra clave que resume cualquier historia: «el relato».

Sí, «el relato» se ha convertido en un concepto expansivo, en el tótem de moda que sirve para explicar cuestiones tan disímiles como puedan ser la ruptura de la relación en una pareja, la guerra civil española o, de forma extensiva a cualquier problema vinculado en el ámbito de la Política. Más aún, la lucha por «la construcción del relato» ha devenido en el eje principal de la actividad de cualquier formación política o gobierno que quiera instalar en la opinión pública una determinada acción o estrategia. Y hay quien llega incluso a hacer de esto una obra de manipulación monumental. Véase lo que ocurre en Gaza, donde los victimarios, es decir, el sionismo israelí, gracias al «relato» que exportan y venden, se han convertido en las «víctimas» de los palestinos, justo lo contrario de lo que ocurre.

Sin embargo, no hace falta ir tan lejos para comprobar que aquí, a nivel doméstico, también se generan otros «relatos made in Euskadi». Fijémonos en el que llevan tiempo armando tanto la Diputación Foral de Bizkaia y el propio Gobierno Vasco en relación con el proyecto de construcción de un nuevo Museo Guggenheim, con dos sedes, en Urdaibai.

Esta obra comenzó a escribirse en una primera versión en el año 2008, pero no llegó a ver la luz debido al rechazo ciudadano, a la pérdida del poder en Gasteiz de sus promotores, el PNV (se lo arrebató Patxi López, tras quedar ilegalizada la izquierda abertzale) y a que la enésima crisis económica internacional se llevó por delante cualquier veleidad en los presupuestos.

Hubieron de pasar más de una docena de años para que en junio del 2021, a Unai Rementeria, a la sazón entonces diputado general de Bizkaia y uno de esos personajes que luego deviene en secundario, se le ocurrió decir que el Museo Guggenheim Urdaibai se construiría «Sí o Sí».

A partir de entonces, «el relato» se pierde entre los meandros de un partido gobernante que se encuentra dividido ante un proyecto que se impulsa exclusivamente desde la propia Diputación de Bizkaia (con la nueva diputada general al frente, Elisabeth Etxanobe), pero que otros muchos no ven nada claro (incluido el lehendakari Urkullu) y, todo ello, bajo el fuego cruzado de medios expertos en divulgar noticias interesadas (como "El Correo" o "Deia"...) que comenzaron a filtrar titulares, piezas sueltas y hasta algún posible capítulo de un plan del que incluso estos medios tenían más conocimiento que los propios responsables supuestamente impulsores del mismo.

El lío estaba montado: desavenencias en las élites dirigentes y rechazo amplio en las calles. Alguien tenía que «desatascar» aquello. Y para eso nada mejor que uno de esos personajes que siempre actúan entre bastidores manejando la función. Así, el 23 de noviembre del 2023, Andoni Ortuzar, presidente del EBB (Euzkadi Buru Batzar) anuncia y propone sorpresivamente a Imanol Pradales como aspirante por su partido a nuevo lehendakari.

La construcción del «relato» adquiere en este momento y, desde el punto de vista del género literario, un punto de «tragedia» con cierta mezcla de sainete o, incluso, de farsa, que, salvando las distancias, recuerdan a Shakespeare y a «La tragedia de Julio Cesar», con el conspirador Marco Bruto por medio.

De esta forma, el personaje más relevante sobre el escenario, el lehendakari Urkullu, que se había rebelado contra el guion en ciernes y que incluso llegó a insinuar que «no sabía cuál era el proyecto», quedaba al margen del drama que se avecinaba y los poderes no tan ocultos de su propio partido le mostraban la puerta de salida, es decir, el ostracismo mediante una jubilación anticipada con vistas a Europa. Iba a ser la primera «víctima» y es que siempre tiene que haber algún pagano en toda obra que se precie.

El timing del relato entraba así en otra dimensión algo más apacible. Ahora el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia eran ya un «matrimonio» bien avenido y ambos iban a remar en la misma dirección, haciendo totalmente suyas las palabras del ya «amortizado» Unai Rementería: el Guggenheim Urdaibai se hará «Sí o Sí». De esta forma, una vez solucionadas las diferencias entre los personajes principales vía defenestración del máximo dirigente, tocaba vender mejor el «producto», una asignatura pendiente desde que a alguien se le ocurrió escribir este libreto.

Llegados a este punto, los impulsores del proyecto intentan dar un giro a un guion que, veían, no era nada creíble y que, por tanto, no funcionaba. Y es que el público asistente a la obra, la ciudadanía en general, no entendía absolutamente nada. «El relato» hacía aguas por todas partes y las interrogantes eran un clamor de repudio en ese inmenso patio de butacas que es la calle: ¿Otro Museo Guggenheim, encima con dos sedes, y a poco más de 30 kilómetros del de Bilbao? ¿Y en una Reserva de la Biosfera de la Unesco? ¿Y las dos sedes a construir en zonas inundables, y una, la de Murueta, catalogada de alto valor ecológico? ¿A quién se le ha ocurrido esto? ¿Es una necesidad de los ciudadanos o un regalo, como mínimo, de 140 millones de euros a la Fundación Solomon R. Guggenheim? ¿Y esta Fundación no dice nada, se esconde? ¿Y, además, hay que comprarle con dinero público unos terrenos a Astilleros de Murueta que, en puridad, son de dominio público marítimo-terrestre y, por tanto, no sujetos a compraventa alguna? ¿Y el pelotazo urbanístico que viene detrás? ¿Y el PSE, su socio en el Gobierno, no tiene nada que decir sobre todo esto?...

Estas interrogantes y muchas más enrarecían y contaminaban el ambiente de la obra. Conformaban un auténtico «agujero negro» que había que tapar o rellenar con algo que le diera siquiera un ápice de credibilidad al montaje. Había que desarrollar otra estrategia, es decir, una estrategia. Inventar algo que distrajera a los espectadores y que colocara su mirada en otro escenario más favorable.

La obra necesitaba con urgencia ser arropada por un «relato» convincente. Un plan que diluyera tanto desajuste. Un golpe de efecto escénico, teatral si se quiere, para distraer la atención del espectador. Y para eso había expertos, «hombres de negro» que entre bambalinas saben cómo cambiar el decorado escénico para tapar el fondo de la cuestión, es decir, el desenlace final del se hará «Sí o Sí». Solo había que contratar una de esas consultorías que viven a costa del dinero público y que sirven a los políticos para que hagan el «trabajo sucio» algo más digerible para los ciudadanos.

Montarían un «tablado». Se subirían a una demanda social largamente reivindicada en la comarca y crearían un Plan Estratégico de Reactivación de la economía de Busturialdea, abandonada por décadas por los mismos que ahora clamaban a los cielos por su recuperación. Y para ello convocarían a las fuerzas políticas, sociales, económicas, y a algunas asociaciones ciudadanas para darle más «credibilidad» al asunto. Entraba en acción una versión avanzada (2.0 le llaman ahora) de los Hermanos Marx y su diálogo surrealista de «Una noche en la ópera» con su célebre frase «la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte».

La cuestión era embarullar y no saber de qué se estaba hablando. Y si antes el Guggenheim Urdaibai iba a ser un «proyecto estratégico y de nación», ahora, en este nuevo Plan Estratégico, este proyecto no se podía ni sacar a debate, de forma que ya no se sabía quién era el contratista, cuál era el contrato y cuál la parte contratante de la primera parte.

No importaba demasiado. El caso era tirar para adelante. Ya lo dijo el escritor egipcio y Premio Nobel de Literatura, Naguib Mahfouz: «Así es el teatro. La función debe continuar, aun cuando haya habido un muerto».

Sí, en efecto, la función continúa, no ha finalizado, porque en el teatro de la vida también tienen algo que decir los espectadores, no solo los del palco, sino todos los que van desde el patio de butacas hasta el gallinero. Y muchos de ellos no van a permitir un «relato» trucado en el que «el muerto» resulte ser la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, porque esta obra sería de por sí un auténtico ecocidio, y el desenlace, estimado público asistente, aún está por escribir entre todas y todos. Así que that is the question: ¿participas en este relato o prefieres quedarte al margen?

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