Iñigo, ¿te lo hubieras imaginado?
En mi infinita ingenuidad, pensaba que nunca hubiese llegado a ver un plan de impunidad semejante. Una estrategia de encubrimiento tan burda y grosera. Y a la vez, tan eficaz.
Hola Iñigo. No te conocí personalmente pero, por la proximidad a tus primos, a tu familia de Laudio y por los ambientes en que te movías intuyo que tus pasos y los míos se debieron cruzar en más de una ocasión. Hace ya diez años saliste de casa a animar a tu equipo. Horas después celebrábais su victoria y alguien propuso ir a la plazoleta de María de Haro. ¿Hubieras imaginado lo que sucedió después? Varias patrullas de la Ertzaintza protagonizaron una carga. Sentiste el impacto de una pelota de goma lanzada sin precisión, sin control, sin proporción, sin justificación, sin necesidad. Y después todo negro.
¿Sabes? Mucho tiempo después hubo sentencia. Según el tribunal fue la Ertzaintza quien provocó un «incremento injustificado de la tensión en la zona». No hubo «una lluvia de objetos», por lo que «en absoluto justificó la actuación policial». Denunció además «descoordinación entre los mandos que estaban en comisaría y los que estaban en la calle». Efectivamente, en la comisaría ordenaban «entrar con todo en el callejón de la Herriko», aquel donde tú te encontrabas. Sin razón, sin conocimiento, pura animadversión política.
Imagínate las versiones oficiales de los días siguientes: negación («no fue un pelotazo»), desviación («sería una botella»), exculpación («ha sido un accidente»)... El actual lehendakari Urkullu, entonces en la oposición, se rasgaba vestiduras ante el Departamento de Interior ocupado por Rodolfo Ares para que «los hechos sean investigados exhaustivamente» y le urgía a asumir «responsabilidades políticas». Nunca lo haría después, cuando estuvo en sus manos.
Tus padres, Manu y Fina rotos, ¡figúrate! No adivino cómo pudieron armarse de semejante coraje, casi desde el principio, para luchar por que se haga luz en las tinieblas. Sostuvieron la mirada a tres consejeros para reclamar una investigación de los hechos que, también la posterior sentencia negaría se produjera: «La deficiente investigación ha determinado, a juicio de este tribunal, que nuestra convicción no pueda ser completa y que no se hayan conocido elementos esenciales». Es decir, mientras ofrecían condolencias, diseñaban toda una estrategia de impunidad. Los jueces fueron tajantes: «se recogieron las armas, sin establecer a quién se habían asignado o quién las había usado, se limpiaron de inmediato, y se impidió cualquier prueba que pudiera realizarse sobre ellas». Eliminar evidencias y pervertir la investigación: barrera eficaz para impedir la depuración de responsabilidades.
Jonan Fernández, presunto experto en empatizar con las víctimas, haciendo de escolta a Beltrán de Heredia, les espetó a la cara a tus padres: «igual nunca llegáis a saber quién fue; algunas viudas de ertzainas tampoco han sabido quien mató a sus maridos». La diferencia es que, en este caso, la información obra en poder de quien ya allanaba la omisión de esclarecimiento. Les avisó además: «No os busquéis enemigos». Todo lo contrario. Han conseguido cientos, miles de amigos. Han concitado multitud de voluntades y complicidades a favor de tu causa. Han cautivado corazones por la verdad, por la justicia, por un modelo policial que garantice que estos hechos no vuelvan a suceder.
¡Créetelo! ganaron el juicio… pero perdieron la sentencia. Los hechos que esta consideraba probados eran demoledores, pero las condenas fueron irrisorias. La negativa a realizar averiguaciones había surtido efecto. Los silencios de los ertzainas que comparecieron y las mentiras amañadas con el Departamento hicieron el resto. Seguro que tus padres no buscaban larguísimas condenas cumplidas en las peores condiciones. Pero hubo responsabilidades materiales y políticas que nunca fueron ni serán ya dirimidas.
Piensa que, una vez concluida la vía penal, intentamos que en vía disciplinaria se resolvieran todas esas irregularidades y arbitrariedades que la sentencia había especificado. Creíamos sinceramente que, como último recurso, lo que no pudo hacer en estrados, se podía fácilmente resolver por una investigación interna. La sentencia había dicho: «la decisión de cargar en la situación expuesta no estaba justificada y que con ello se vulneraba la normativa y protocolos de actuación en situaciones de orden público». Vulneración que merecía ser esclarecida por vía administrativa. Encontramos que Erkoreka había adoptado también ahí las medidas necesarias para zanjar el asunto: jubilaciones anticipadas y bajas por incapacidad médica a los responsables. Con respecto a los pocos ertzainas que quedan todavía sujetos al Departamento, Asuntos Internos no quiso mirar o no le pareció mal lo que vio. Caso cerrado.
Y esa es la cuestión que queda en el aire, Iñigo: ¿por qué la prioridad es encubrir a autores de hechos abominables? ¿Cuál es el interés supremo? ¿El del ertzaina sometido a investigación o el de la familia? ¿Por qué interpreta el Departamento que el interés público pasa por ponerse del lado de los perpetradores, abandonando a la víctima a su suerte? ¿Por qué emplearon todos los resortes de la Administración pública para encubrir la verdad? ¿Por qué desde los mecanismos del «autogobierno» eligieron engañar a la justicia y evadir responsabilidades? ¿Por qué eligieron que no cambiase nada?
Porque sí, lamentablemente, hace pocos días en otro partido, en otra ciudad, lanzaron a bocajarro otro proyectil potencialmente letal contra otro joven como tú. Sí, en cualquier momento se puede reproducir la tragedia y mutilar a alguien, quien sabe si fatalmente, ¿te lo puedes imaginar?
No, Iñigo, no te lo hubieras imaginado. Y me he animado a escribirte porque yo tampoco me lo podía imaginar. Porque en mi infinita ingenuidad, pensaba que nunca hubiese llegado a ver un plan de impunidad semejante. Una estrategia de encubrimiento tan burda y grosera. Y a la vez, tan eficaz. Tan perversamente efectiva. Nunca pensé que veríamos lo que a ti no te permitieron que vieses. Como no me imaginaba, ni seguro que tú lo hubieras hecho, la determinación de tu aita Manu, y tu ama Fina, la lucha incansable que emprendieron en búsqueda de verdad y justicia.
Seguimos Iñigo Cabacas. Hasta siempre, en nuestra memoria.