¡Jaque al Rey! Por un referéndum sobre la monarquía en España
«Todo queda atado y bien atado», fueron las últimas palabras del caudillo Francisco Franco antes de morir para expresar el futuro político de España pasando el testigo a manos de la monarquía española y un joven rey Juan Carlos I que tomaría el relevo como jefe de Estado. El [de-]mérito rey Juan Carlos I, quien asumiría esa transición de un régimen totalitario y fascista hacia una monarquía parlamentaria, socavando la esencia de una democracia parlamentaria y, posteriormente reforzando su papel conciliador y salvapatrias mediante un golpe de Estado orquestado el 23F de 1981 en contubernio con el CESID y las cloacas del Estado (no le quepa ninguna duda al lector). Ya lo venía diciendo el camarada Julio Anguita de primera mano durante décadas. Otros que se han aventurado a indagar en las cloacas del Estado han sufrido amenazas y, a pesar de que dichos investigadores tienen nombre y apellidos, la extensa mayoría han decidido guardar voto de silencio por su seguridad y por su integridad física.
El entonces rey Juan Carlos I afianzó su papel y su figura como jefe de Estado consolidando la culminación de la Transición y la consolidación de la democracia española con un asalto al Congreso de los Diputados durante la segunda votación para la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, sacrificando a un grupo de patriotas españolistas castrenses y nostálgicos del franquismo como el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero; Jaime Milans Del Bosch, militar español, teniente general del Ejército de Tierra y capitán general de la III Región Militar; y el famoso general Alfonso Armada, que pretendía presidir un Gobierno de concentración. Pero la realidad es que así se gestó una escenificación del papel del entonces rey Juan Carlos I y su loable papel como jefe de Estado que instauró la monarquía parlamentaria en España. Este es el relato o la papilla con la que nos han atragantado durante más de 40 años como dogma de fe.
Para el autor, todas las partes involucradas en el 23F son enemigos de la democracia, empezando por el rey Juan Carlos I y los Borbones de la monarquía española. Así de tajante ha de expresarse el autor aunque le cueste un disgusto además de un encontronazo con miembros del CNI que pretenden perpetuar dicho relato para mantener la Seguridad del Estado. Evidentemente, ha llovido mucho desde ese 23 de febrero de 1981 y los autores materiales del golpe de Estado ya han cumplido sentencia. El rey [de-]mérito Juan Carlos I poco más que se ha convertido en prófugo de la justicia española, denostado y traicionado por su propio hijo, el actual rey Felipe VI. Valga la ironía de la vida puesto que el rey Juan Carlos I usurpó el trono a su padre y parece ser que el boomerang de la vida le ha venido en su contra. Siendo ecuánimes, el rey Juan Carlos I ha sido un auténtico vividor y con teniendo en cuenta la «inviolabilidad» de su figura, este señor (si es que se le puede llamar así) ha vivido a troche y moche durante su reinado y sus líos de faldas eran vox populi décadas antes de que la propia prensa se atreviese a destapar sus múltiples relaciones más allá de su relación con la Reina Sofía y los vástagos que ha ido dejando por el camino. En relación a esta última mención y la cruzada personal y legal de sus vástagos para ser reconocidos por su padre biológico ha dejado patente que en España la justicia no es igual para todos y que la intervención de los servicios secretos ha estado al servicio de la Casa Real para limpiar y despejar el camino de esta familia de Bribones y, a su vez, deshacerse de las pruebas y los cuerpos que pudiesen poner en jaque el poder que ostenta a la monarquía española en la Jefatura de Estado. Pero como se nos ha venido vendiendo la imagen del rey Juan Carlos I como un regidor campechano y cercano, aquí parece que vale todo y hemos de reírle la gracia y tragar los excesos de una institución monárquica de reproducción endogámica. No es algo notorio que entre familias reales se contrajese matrimonio entre personas de ascendencia común, lo cual explicaría la necesidad del rey [de-]merito de un logopeda.
Las cosas como son y las cosas por su nombre. El autor no teme las posibles represalias del CNI, las posibles represalias de la Casa Real, ni tan siquiera la Ira de Dios. Puesto que el autor, con pensamiento independiente y crítico, matiza que no tiene ni Dios ni Amo. Dejemos claro y patente que la monarquía como institución es algo que debería considerarse anacrónico además de parasitario. La derecha española tiene la mala costumbre de atacar, humillar y vejar a las clases más desfavorecidas por vivir con una ayuda o subsidio miserable de unos 420 euros al mes, cuantía que no da ni para llegar a principios de mes. Mientras la casta política vive a todo tren cobrando cómo mínimo diez veces esa cuantía por ostentar un cargo representativo o un escaño electoral. La derecha española actual nada tiene que ver con la derecha española de los años treinta que se definía ampliamente republicana como en el segundo bienio de la Segunda República radical-cedista de Alejandro Lerroux.
Para la derecha reaccionaria y recalcitrante actual, pasando desde VOX hasta por ciertos sectores del Partido Popular, parece que las clases más desfavorecidas y vulnerables se perciben como elementos parasitarios. No obstante, el autor quisiera incidir en que los parásitos sociales contemporáneos tal vez se puedan considerar a la inversa, es decir, desde la clase política aburguesada hasta la mismísima Casa Real que vive a costa del erario público con una partida presupuestaria de 8,5 millones de euros anuales. Es fácil atacar a la clase obrera y proletaria por su necesidad de recursos para sobrevivir día a día además de su vulnerabilidad y exclusión social. ¿Pero qué hay de la clase política aburguesada parasitaria y la Jefatura de Estado? ¿Son gente de bien y por tanto son intocables? Es muy probable que a estas alturas que el lector/a pueda deducir que se ha topado con un autor de ADN jacobino: un Robespierre contra los excesos de la monarquía española. En tal caso, no andan muy desencaminados ya que el autor emplea la pluma a modo de guillotina.
La monarquía española es un residuo del franquismo, de esto no cabe duda alguna. Aunque el [de-]mérito haya caído en desgracia por sus líos de faldas, sus cacerías de elefantes indefensos en la sabana africana, o sus negocios turbios con la realeza de países del Golfo Pérsico, su hijo y heredero Felipe VI no está exento del cargo que ostenta por herencia. ¿Quién ha votado o elegido a este señor como Jefe de Estado? ¿Es la democracia compatible con una monarquía? ¿Qué legitimidad democrática dispone el rey como Jefe de Estado? ¿Quién le ha otorgado la inviolabilidad a esta figura? ¿Los Pactos del Silencio y del Olvido tras la muerte del dictador en 1975 y posteriormente el Régimen del 78? Algunos se pueden remontar a la época de sus abuelos y otros a la de sus bisabuelos. Pero en una democracia contemporánea, lo suyo es un proceso constituyente y un referéndum sobre la configuración territorial de España y, sobre todo, un referéndum sobre el futuro de la monarquía española. ¿De qué nos sirve una institución monárquica en pleno siglo XXI? Ni que estuviésemos en el medievo. El autor no se va a meter a valorar la gestión del actual rey Felipe VI puesto que ya de por sí es un despropósito de la prensa rosa y amarillista. Aún hay quiénes justifican y, a su vez, restan importancia al papel del rey en nuestro marco democrático actual. También los hay tan cínicos que inciden en la limitación de poderes del rey. De ser así, el autor se cuestiona: ¿Por qué tenemos que mantener a una institución monárquica parasitaria e irrelevante? ¿Y qué pinta una institución monárquica en una democracia moderna? Monarquía y democracia se complementan para lo que interesa a sus vasallos; la realidad es otra muy distinta. Lo cierto es que en términos filosóficos, monarquía y democracia (donde el poder reside en el poder popular) son incompatibles. Pero esta cuestión se puede dejar a deliberar a catedráticos de derecho constitucional – filosofar por filosofar.
En cualquier caso, el autor invita a reflexionar a los lectores y al conjunto de la ciudadanía a replantearse los cimientos de nuestro ordenamiento constitucional, político y jurídico. En otras palabras: ¿Qué pinta el rey Felipe VI ostentando la Jefatura de Estado en pleno siglo XXI? ¿Cómo sociedad acaso padecemos de una «moral de esclavo» como para aceptar que unas personas por el simple hecho de haber nacido en dicha familia están por encima de todos nosotros y además tenemos la obligación y el deber de otorgarles un derecho a ostentar un poder por encima de las Cortes Generales la Gracia de Dios? Esta cuestión es digna de un debate filosófico en profundidad. En pleno siglo XXI ¿Usted, muy señor/a mío/a se puede considerar súbdito a un monarca? ¿Cómo ciudadanos acaso tenemos el deber y la obligación de costearles el alto tren de vida a una familia parasitaria por el simple hecho de nacer Borbones o deberían trabajar y cotizar como el resto de los mortales? Tómese un momento para reflexionarlo, mientras usted se parte el lomo trabajando para pagar impuestos para mantener a estos parásitos sociales. ¿Le parece justo? Todo dependerá de su perspectiva. Algunos con absoluta devoción a la monarquía, a cuáles cofrades en plena Semana Santa y domingo de resurrección, no se lo cuestionan pura y llanamente por lo que se puede describir como dogma de fe en la restauración de la monarquía que prácticamente roza el fundamentalismo. Otros, tal vez más ilustrados y renacentistas, se lo planteen de otra manera. El autor en particular apelaría a una vía jacobina digna de Maximilien Robespierre además de Denis Diderot para constituir firmemente una concienciación de clase republicana que ponga en Jaque al Rey.
Lo que está claro, objetivamente, es que la restauración de la monarquía borbónica por parte del franquismo constituye una involución política y social hasta la fecha actual. A este paso, va a parecer que nuestros bisabuelos eran más ilustrados y estaban muy adelantados a su tiempo con la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, fecha de su proclamación, en sustitución de la monarquía de Alfonso XIII. Al menos ellos tuvieron el valor y el coraje de desahuciar un monarca incompetente en favor de una democracia plena. Qué triste y lamentable que como sociedad del siglo XXI no seamos capaces de retomar el testigo de nuestros bisabuelos con cierta concienciación social y política para deshacernos de una lacra social anacrónica y medieval como lo es cualquier otra monarquía en cualquier parte del mundo para poder elegir libremente como sociedad quien ostenta la Jefatura de Estado democráticamente y, a su vez, ejercer el poder popular como para desahuciar del cargo a quien incumpla las funciones estipuladas o a quien no esté a la altura del cargo. A la mayoría de los ciudadanos se les llena la boca con la palabra «democracia», pero parece ser que son muy pocos los realmente conocen la dinámica y los entresijos de una democracia plena.
El autor considera que ya va siendo hora de convocar un referéndum sobre el futuro de la monarquía en España para que la sociedad en su conjunto y el electorado elija libremente con vistas hacia una Tercera República libre de cualquier residuo del franquismo. Hasta aquí, el autor es optimista y confía en que la sociedad sea lo suficientemente madura como para optar por una opción emancipadora y a la altura de una democracia plena sin tutelas. Y por último, confía en sociedad que aspira a superar la moral del esclavo característica de cualquier sociedad feudal. Para reyes, príncipes y princesas, están los cuentos de hadas y ahí deben permanecer exclusivamente – ya sea en forma de cuentos populares o en el imaginario colectivo Disney. En cuanto al rey Felipe VI y su núcleo familiar reducido por su consorte, siempre les quedará buscarse un trabajo honrado en España como cualquier otro ciudadano o seguir la estela de su progenitor y solicitar la residencia en Abu Dabi. ¡Quitémonos este lastre parasitario comprendido como Monarquía Constitucional/Parlamentaria de la Casa de Borbón! ¡Construyamos República por una sociedad más justa, democrática y emancipadora!