La amenaza
«No he conocido pueblo tan amenazador como el español», dice el autor, inspirado en la amenaza lanzada contra el independentismo catalán por el vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia. Rechaza el uso de las leyes como amenaza para acallar el soberanismo tanto en Catalunya como en Euskal Herria, aunque relativiza su efecto, porque «no parece que a nadie le interese un bledo la indignación de la vieja España ante el levantamiento de sus colonias internas».
Dos notas previas a lo que sigue a fin de aclarar si hay amenaza indecorosa en lo que ahora comentaremos: Amenazar.- Dar a entender con actos o con palabras que se quiere hacer algún mal a otro. Presagiar con inquina algún daño inminente. Puede constituir delito. Almunia.- Gobernante español de la Unión Europea que ha amenazado a Catalunya con quedar fuera de la Unión si ejerce su derecho a la libertad.
Un nuevo escándalo por agravio a la ética política. El escándalo radica en lo que puede estimarse como una prevaricación moral: decir algo que enerva un debate aun no suscitado ante la Unión.
Vamos a darle unas vueltas al asunto.
El Sr. Almunia se ha apresurado a declarar que Catalunya nunca será miembro de la Unión Europea si insiste en su pretensión de ser una nación libre. No se trata de una información neutra, sino de una abierta amenaza. ¿En qué me baso para sostener la existencia de una amenaza? El Sr. Almunia ha utilizado su cargo europeo, desbordando a la misma Comisión a que pertenece, para intervenir agresiva y extemporáneamente en el debate ideológico que sostienen Cataluña y España a fin de suscitar miedo en los catalanes y condicionar con ello que desarrollen con energía su voluntad soberana. O sea, el Sr. Almunia ha aprovechado su sillón comunitario, usando con evidente exceso su poder europeo, para interferir en la cuestión interna de un Estado de la Unión a fin de entorpecer la libertad de expresión de los catalanes.
Y bien, ¿es justo condicionar, con uso abusivo de cargo, la expresión libre en algún debate democrático, sobre todo teniendo en cuenta que este debate aun no implica a la Comisión europea? Yo creo que no es justo.
Añadamos un elemento sorprendente que afecta, además, a la disciplina de partido a que se debe el Sr. Almunia si se pronuncia solo como ciudadano español. El Sr. Almunia está afiliado al PSOE, que sostiene que la mejor respuesta al enfrentamiento hispano-catalán sería la creación de un estado federal en la parte peninsular que acapara España, lo que permitiría a Catalunya una soberanía ejercida en paralelo con la soberanía española, sin afectar para nada a su pertenencia a la Unión. ¿Está de acuerdo el Sr. Almunia con su partido en esta postura tan supuestamente habilidosa? No parece. Entonces, ¿en qué condición actúa el Sr. Almunia, convertido en francotirador desde Bruselas?
Vayamos directamente a la cosa de la amenaza. No he conocido pueblo tan amenazador como el español. Tampoco he conocido a pueblo que quebrante tan rotundamente las leyes de la lógica. Este conjunto de quebrantamientos de la prudencia hace de ese pueblo, especialmente en sus representantes, una sociedad indigesta por áspera, insoportable por arrogante, anodina por trivial. Nada se puede exponer intelectualmente en ella que no esté contenido previamente en la carpeta hispánica de las definiciones porfiantes. Los mismos comentaristas de sus periódicos, con las excepciones oportunas, redactan sus columnas como si fueran una versión reducida de las columnas de Hércules con la romana advertencia: «¡Non terrae plus ultra!»; no hay tierra más allá. Pero más allá había y hay un mundo que desgraciadamente tentó a España y la convirtió en César o nada. Al fin, en nada.
España está fijada a sí misma por unos clavos barrocos. Es lástima, porque de madurar su aparato intelectual podía haber sido una potencia europea en el Mediterráneo que hubiese servido de puerta y antemural a una sociedad árabe que precisa ser liberada de la asfixia a que la somete el mar latino. Podía asimismo haber alojado una sociedad judía flexible y amable frente al duro y aristocrático sionismo ashquenazí centro-europeo. Pero España se lo merendó todo con un comportamiento menospreciante, con sus repetidos portazos a quienes hubieran contribuido a su madurez intelectual y con el exceso de una teatral hidalguía empeñada en aparentar que le sobraba despensa. Nunca supo ver que tenía en las manos la posición ideal para apadrinar un movimiento de liberación respecto a pueblos que sufren unos yugos anacrónicos. Ahora mismo, si se desenvolviese con habilidad y cintura y diera ejemplo de esas liberaciones, podría constituir una herramienta de nuevas políticas de fomento político y social frente a los estados que manejan el fenómeno castrante de la globalización. El milagro. Su historia de expulsiones convertida en historia de impulsiones. Pero insiste en la visión de César o nada. Y ahí está, librando una guerra sin horizontes con Catalunya y Euskal Herria, que al fin se irán de la granja dejándola sola como el Santiago de los tunos. Cuando eso se produzca, la Europa de la Unión difícil acogerá a Catalunya y Euskal Herria porque precisa una vía expansiva para la comprometida capacidad de las potencias del norte. El norte necesita más norte para su supervivencia y ese norte añadido pueden ser Catalunya y Euskal Herria.
Pero entienden todo esto o son siquiera capaces de imaginarlo políticos como Aznar, como Rajoy, como González, incluso como algunos dirigentes del nacionalismo neblinoso? Era esta, precisamente esta, la hora de examinarse de convivencia y hacer los deberes con la ley de Boyle en la cabeza, que es una ley que tiene también sus aplicaciones políticas. Y esta hora la están dejando que se evapore de un modo insultante. Luego sucederá lo que está escrito, que es la libertad de catalanes y vascos –porque los pueblos superviven gracias a la demanda terca de su libertad– y todo se trasformará en una búsqueda irritada por los rincones de la patria para dar con los traidores eternos que malogran lo español ¡Otra vez la conspiración antiespañola!
Yo creo que en todos los sentidos resulta autodestructiva la capacidad de amenaza que guarda España en su mochila política. La amenaza debilita sensiblemente al que la profiere porque la amenaza, si no se ejecuta, destruye la conciencia serena de sí mismo. Y si se ejecuta, acrecienta la enemistad. Históricamente las amenazas siempre han dado paso a una rendición muy engorrosa.
El Sr. Almunia y todos los Sres. Almunia que meten el cazo en esta olla política deberían abstenerse de aumentar la presión que ya sufre este utensilio en la cocina española. Ahí está, de alguna manera, la ley de Boyle. Sobre todo parece indicada esa abstención cuando se tienen entre las manos unas riendas que conducen fuerzas muy complicadas para arruinarlas en una implicación inadecuada. No se pueden esgrimir las leyes como una amenaza, porque si algo hay necesariamente cambiante son las leyes. Catalunya y Euskal Herria no son españolas, pero son europeas, y la Europa de la que se echa mano en las amenazas es un conglomerado muy viejo y astuto para agravar su ya grave existencia. El comportamiento político de Bruselas es ya, en estos últimos tiempos, un despacho de salvoconductos. Así que más vale no agitar a la vieja dama, que hace tiempo que se ha adormilado en su sillón haciendo calceta. Norteamérica va dejando de ser Norteamérica, Inglaterra ya no confía tanto en el canal de la Mancha, Francia le da a la retórica por parte de un presidente tenue, Italia no sabe si está gobernada por delincuentes, Alemania cuenta todos los días el dinero de su bolsa… Ante este paisaje, no parece que a nadie le interese un bledo la indignación de la vieja España ante el levantamiento de sus colonias internas.