Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La creación de miserables

Miserables.– Aquellos que viven en la pobreza impuesta, en la escasez de salario, en la amargura material y moral al ser víctimas de sus explotadores mediante el gobierno del Sistema social existente. Se debaten en la pervivencia, que es una supervivencia detestable, no querida.

Miserables.– Aquellos que producen en aras de su ansiedad de atesoramiento la criminal situación de los miserables citados anteriormente.

Miserabilidad.– La que protagonizan aquellos trabajadores inducidos a separarse de sus hermanos en nombre del posibilismo para subsistir y que renuncian a la lucha social en nombre de impotencias insuperables. Este tipo de trabajadores suelen justificarse a sí mismos en nombre de la calidad teórica de quienes les degradan. En la guerra se conocía este tipo de acción como colaboracionismo de supervivencia.
En el primer caso se trata de nuestros hermanos; en el segundo, de nuestros enemigos; en el tercero, de nuestros ausentes.

El neocapitalismo es una maquina fabricadora de miserables de una u otra especie. Pero no quiero desarrollar el contenido de esta frase sin acentuar el respeto que debemos a esos trabajadores que van quedando inertes al borde de la vida como víctimas de la violencia y el desprecio de aquellos que matan el pez para hacerse con el denario que lleva en su boca. Los católicos de oficio saben perfectamente a qué me refiero con esta figura evangélica. Se trata de trabajadores abandonados a la explotación por la socialdemocracia que opera, aunque retóricamente sostenga otra cosa, en connivencia con doctrinas que van desde el «bauerismo» o austro marxismo al confuso «moralismo» proteccionista de muchas encíclicas conservadoras.

Para el capitalismo fascista, el actual, la miseria es una desgraciada quiebra circunstancial del Sistema de la que los capitalistas no son en modo alguno responsables y a la que hay que afronta con dos rigurosas herramientas: la promesa de salvación de las masas en el más allá del cielo histórico y la esperanza en la lectura de su política como única economía posible y honrada. Ese miserabilismo promovido por los poderosos invierte mucho más en su información especulativa y viciosa sobre el futuro sólido de su Sistema que en una verdadera y progresiva producción de bienes que produzcan una eficaz integración social. Porque el mundo precisa un cambio completo de objetivos hacia una existencia que reduzca cumbres y asegure valles; que garantice paces frente a la avalancha institucional repleta de una violencia que sepulta a millones de inermes ciudadanos.
En este proyecto de paz impuesta hay un trabajador, el citado al principio en tercer término, que obtura la larga marcha hacia la liberación social por una mala digestión ideológica de la mecánica económica impuesta por el poder dominante. Vive ese protagonista del «trabajo como sea» una existencia sobre el filo de la navaja, que no es más que una triste y amarga sobrevivencia. Este tipo de ciudadano es el grano de arena que dificulta y aún impide que gire la rueda liberadora. No nos engañemos: este tipo de ciudadano participa, pese a su sufrimiento íntimo habitual, en la mesa de la tiranía. Como ser humano no puedo exigir virtudes heroicas, pero justificar la explotación como un estadio pasajero o inevitable significa la aniquilación de muchas vidas. Y cada vida que se extingue hace relevante la extinción del mundo. La vida es una sustancia colectiva y no admite su destrucción a trozos.

A partir de esta concepción de la vida como elemento colectivo creo que podemos pasar a la mecánica de los comportamientos.

El Sistema capitalista, agravado en su periodo neocapitalista, produce «miserables» no solamente para eliminar costos indirectos o aprovecharlos como base de una energía de desechos, sino también para algo más grave: la destrucción de la conciencia de clase. Ahí está la llave maestra que asegura el mantenimiento o perpetuación del poder absoluto. No se trata de jugar con una antigualla doctrinal. Al Sistema ya no le hace falta su clásico y costoso encontronazo con los trabajadores que han dejado de serlo –porque no puede llamarse trabajador un trabajador eventual o a plazos– sino que ha creado una clase de tropa intermedia a la que se ha encargado la obra callada de la división. Esto lo saben perfectamente muchos de los dirigentes sindicales actuales, que están siempre dispuestos a arriar los botes salvavidas abandonando el barco en dificultades. Gran parte del sindicalismo mundial ha adoptado el modo de proceder de un sindicalismo norteamericano mal leído, al que conviene añadir este párrafo aclaratorio del imprescindible Max Lerner: «No son (estos dirigentes sindicalistas) novi homines ansiosos de riqueza y de ingresar en los grupos gobernantes… El propósito que los guía es la organización de una democracia del bienestar social que establezca una serie de controles adecuados para una economía concebida como proceso de desarrollo, un orden más justo en el incremento de la renta nacional y una acción común que aleje la desgracia, la inseguridad y el dolor de la vida de las masas». El sindicalismo europeo va más allá. Ha desviado el sindicalismo hacia la destrucción de la solidaridad obrera. Conviene subrayar esta observación porque la batalla de liberación obrera está en peligro de naufragio por librarse en tierras donde la solidaridad, la justicia laboral, la democracia cotidiana y el afán de elevación social de las masas de que habla Lerner han desaparecido. Aquí sólo se trata del dinero, de acumular dinero, de jugar con el dinero en pro de «la patronal» como se decía hace un siglo. Es más, si la democracia funcionase en una mínima expresión, por ejemplo muy significativo multiplicando la diversidad ideológica de los medios de comunicación, el poder neocapitalista se derrumbaría en un tiempo muy corto. Con una información honesta lo que acaba de hacer el Sr. Trump en Siria desvelaría el gran engaño informativo que ha manejado electoralmente para atraer al elemental espíritu obrerista, que es un espíritu en que la guerra no tiene alojamiento en EE.UU. si no es atraído por emociones como la defensa de la patria. Tal, por ejemplo, como sucedió con la oscura historia de Pearl Harbour a fin de diluir el histórico aislacionismo. Hoy el actual presidente ha recurrido a un juego de manos patriótico para restaurar una situación ya depresiva.

En la búsqueda de palancas y maniobras para dividir en castas a los trabajadores, que es lo que destroza la lucha por la liberación social, he dado con un solvente informe que habla de los «ceos», reinvento del cómitre en el actual mecanismo económico. La figura de este personaje es colosal y ya no tiene nada que ver con la figura encuadrada en la llamada «revolución de los directores» como herramienta de los empresarios a fin de descargarles de una parte del trabajo material de la dirección de la empresa, que el propietario de la misma encarnaba y ejercía personalmente en todo momento.

No, el «ceo» es otra cosa. Es un dirigente que elige el personal, que lo manipula cada minuto, que prescinde de él si necesita otro rostro ante un determinado cliente, que dispone de su vida personal sin respeto alguno a su vida familiar, que «legisla» sobre la total personalidad del empleado, que cubre la total responsabilidad del empresario, que evita la fraternidad excesiva entre los trabajadores…Esto último es vital. El trabajador es convertido en un ente enfrentado potencialmente con el trabajador. A mí el «ceo» me recuerda el esclavo preferente con su derecho al látigo sobre los demás esclavos. Pero de los «ceos» habrá que hablar más.

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