Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La España de siempre

Madrid está en peligro, acudid a salvarlo! Es la España de siempre encabezada por el Madrid de siempre. Y es la izquierda de siempre, la que lleva en su panza a los Felipe González, a los Alfonso Guerra, a Indalecio Prieto, a los Julián Besteiro en una mezcolanza infernal…

Es la España de los puristas absurdos del izquierdismo mínimo de ideas, a los nacionalistas que sueñan con la Corte, al mundo rural que siempre está esperando el bollo caliente de la mañana y el chorizo graso de la media tarde.

Es la España que desde el interior de las Cortes de Cádiz traicionó a la historia del progreso posible y animó a Fernando VII a regresar para salvar la Corona con el absolutismo feroz y la fe dominical y vacía. Y a esa España hemos regresado empleando unas urnas donde sigue en prisión el siglo XVIII, que hizo siempre de la Ilustración una herejía que merecía la hoguera.

No sé si ahora la izquierda va a llamarse a la unión y al triunfo de un futuro que necesitamos desde la pueblerina sociedad de una hidalguía ridículamente imitada. No sé lo que pasará, pero temo que a la luz de su candil seguirán la mayoría de los españoles leyendo las proclamas de quienes les ataron y les atan al trillo a fin de evitar el riesgo del pensamiento, como el general que tras su traición a la bandera constitucional y legítima gritó con voz que aún resuena en toda la nación: «¡Cada vez que oigo la palabra cultura siento la acometida de echar mano a la pistola!». En fin, la España tribal que siempre está a la espera de que aparezca el caudillo que reclame su puesto bajo el palio y la libere de ser ella misma. Ojalá me equivoque y haya de pedir perdón humildemente a una izquierda por fin unida y en orden dispuesta a gritar en las Cortes, y esta vez como penitencia, lo de «¡Españoles, la patria está en peligro; acudamos a salvarla!»

No sé si todo esto que temo sucederá finalmente, pero abrigo temores muy serios de que vuelvan al gobierno los dirigentes de la España invertebrada. Abrigo la negra aprensión de que las palabras de Ortega y Gasset acaben de nuevo en las manos de intelectuales y políticos irrisorios que nunca miraron hacia la moderna Europa del norte, ni supieron leer sus filosofías sobre la libertad y la dignidad. Intelectuales y voceros periodísticos y conferenciantes de lógica reversible que suelen hacerse un cucurucho con sus papeles que sólo sirven para envolver mercancías de deshecho.

Espero, siempre espero en la intimidad del alma el prodigio de la luz inesperada. Quizá, quizá… A veces suceden estas cosas milagrosas y los pueblos no han de resucitar de la cruel muerte que les dan quienes utilizan su piel para hacerse las carteras ministeriales. Es mi último clamor a esa izquierda que lo que más teme es su propio triunfo y como Saturno devora a sus propios hijos. No me gustaría que cuando acuda al tribunal ineluctable un San Pedro en plena irritación me diga «¡Espero que no sea usted de la izquierda española!».

Espero. ¿Pero qué inconveniente hay para unirse en piña y enviar al Sr. Rajoy a Pontevedra? Eso es también democrático o, al menos, salvífico.

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