La libertad alemana
Como suele decirse con simpleza, se veía venir. La libertad alemana –una permanente oferta «democrática» con límite insuperable en su superioridad étnica– siempre es bélica. Alemania nació de un águila imperial.
Su nivel filosófico ampara desde los albores de su historia moderna una infantería incansable de paso de la oca. Ahora la walkiria ha vuelto a romper aguas mediante un comunicado de su ministra de Economía, frau Zipries. La ministra ha hecho la siguiente declaración: «Somos una de las economías más abiertas del mundo, pero también nos preocupamos de que haya una competencia leal.» ¿Y cómo se preocupará desde ahora Alemania de que no sea posible la competencia desleal? Pues revisando operaciones que puedan suponer una amenaza para el orden público o la seguridad alemana. ¿Y qué alcance o significación se atribuye al orden público y la seguridad en la Alemania de frau Merkel? Pues cabe deducirlo de este párrafo de las declaraciones de la Sra. Zipries, que recordó que «en los últimos años la venta de empresas a compañías extrajeras han aumentado en volumen y complejidad. Y hay que reaccionar» concluyó la walkiria ministerial, que ahora no se dedicará a elegir a los mejores caídos para trasladarlos al reino de Odín sino que se consagrará en cuerpo y alma a que no haya caídos y, menos, en brazos chinos. O sea, que como se dice en catalán «els diners som els diners».La libertad mercantil y la lealtad internacional tienen límites menguantes. Al parecer esta postura será adoptada por otros miembros de la Asociación Europea del Libre Comercio, con lo que las acepciones «europeo», «libre» y «comercio» quedan muy comprometidas con la maniobra alemana, que en contradicción con su propio principio ideológico malbarata la libertad, interviene el comercio y sumerge lo europeo en una inestabilidad absoluta. Acerca de esta situación de individualismo antiglobalizador me sorprenden profundamente los gritos del inefable Sr. Junker que amenaza de expulsión a Catalunya si consigue la independencia. Y digo que me sorprende el extremismo del manipulador luxemburgués por cuanto cada miembro poderoso de la Unión hace lo que le parece bien, como ha acontecido con el Sr. Macron al diseñar una política común con el Sr. Trump sin antes solicitar el visto bueno de Bruxelas. Europa ya no es una Unión sino un amasijo lamentable que solamente funciona cuando se trata de pasar al cobro el alquiler que pagan sus miembros pobres. La Unión Europea no puede ya disimular que es una pirámide escalonada con los muertos dentro. Muertos como la mayoría de los países del este y no pocos mediterráneos como Grecia, Portugal y España, a la que la misma Comisión Europea sitúa en la cola de los indicadores sociales, como publica nada menos que “El País” –tan amenamente dedicado a señalar el fin de la crisis española–, que subraya que el índice de riesgo de pobreza en la población española ascendió un 22% en el año pasado, mientras el paro sigue marcando el nivel del 20% y el de desigualdad social está atascado en el 34,5% ¿Cómo puede cantar tantas victorias el gobierno del PP por boca de sus más significados representantes empezando por el Sr. Rajoy? ¿Es que los españoles no leen los periódicos, aunque la mayoría de ellos estén entregados ideológica y materialmente a un poder que necesita claridad de datos si aspira a que se mantenga la aún populosa y actual confianza en él? ¿Hay que tragarlo todo en pro de un patriotismo ciego y mudo? Pues lo mejor es no leer. Hay cosas ya inocultables en España desde hace siglos, pero conviene hacerlas aún más patentes para intentar superarlas si quiere ser una sociedad mínimamente aceptable, tal el hecho de la aversión a la lectura, instalada en los genes de la vida española desde los tiempos de la literatura clásica, como demuestra que el Quijote se leía públicamente en las barberías, que era lugar al que acudía alguien que supiera leer.
El paso dado por Alemania en pro de un proteccionismo puro y duro, por más que trate de ocultarse con una confusa fanfarria retórica, declara el final de un capitalismo ya podrido y que tratan de conservarlo a duras penas en un congelador fascista in terminis. Siempre funcionó el dumping en las diversas formas del capitalismo, pero nunca se había hablado de él tan patentemente como en las declaraciones de la ministra germana. La Sra. Zipries teme que poderosas empresas alemanas busquen recodos revolventes con su oscura y condicionada venta al exterior –los actuales consejos de administración son cada vez más complejos y sus garras resultan muchas veces invisibles– para ganar una competitividad basada en salarios bajos o tercermundistas y ocupación de mercados que se hurtan a los precios directamente marcados cuando la mercancía se expide desde Alemania. En suma, se busca operar con un dumping más complejo que el dumping clásico, que era resorte simple directamente movilizado por economías pobres o de sobrevivencia. Parece necesario añadir que esta conculcación de la moral económica por parte de los alemanes ya se producía en el seno pobre de la Unión Europea, pero ahora hay que tener en cuenta a China, India y la nueva Norteamérica del Sr. Trump. En ese marco las cartas están inevitablemente marcadas y el juego tiene aspectos perfectamente despreciables en el plano ético, que conviene resaltar también. En “El precariado” Guy Standing escribe algo muy ilustrativo de la situación moral que ahora se destapa: «Un aspecto de la globalización que ha contribuido particularmente al aumento de la precarización del empleo –asunto vital para el desarrollo verdadero de los pueblos (nota propia)– es la conversión de las empresas en mercancías que se compran y se venden mediante fusiones y adquisiciones… La mercantilización de las empresas como tales significa que los compromisos asumidos por sus propietarios actuales no valen tanto como solían. Los propietarios pueden ser otros mañana y (también) los acuerdos alcanzados en negociaciones informales acerca de cómo se realizan las tareas, cómo se garantizan los pagos y cómo se trata a la gente en momentos de necesidad».
La escena ya no es, en consecuencia, esa idílica unidad de las naciones que se dice perseguir para un desarrollo integral de la ciudadanía. Alemania está procediendo como un Trump educado, lo que demuestra que la globalización tiene los mismos objetivos en todas las geografías aunque distintas formas por exigencia de las tradiciones practicadas. Alemania se distingue o se distinguía así por sus sólidos modos industriales que, sin embargo, también va perdiendo, como explica por sí mismo el escándalo que aún colea en la producción automovilística. Recuerdo con nostalgia cuando la producción de maquinaria para la prensa, desde las ingeniosas linotipias hasta las impresionantes rotativas, era un caro lujo inglés y un discreto, pero sólido gasto en el comercio alemán. Todo esto se lo llevó por delante el perverso y destructivo huracán financiero en cuyo revuelto seno solamente se habla de beneficios sin ningún respeto a las calidades y fines. Cuando se llegó a la bifurcación del capitalismo, entre capitalismo del dinero avasallador y viejo capitalismo de las cosas bien hechas, se eligió la senda más deleznable, por la que seguimos con el ritmo y la letra de mi vieja canción asturiana que en otra ocasión menos solemne utilicé para concluir más rápidamente mi argumentación prolija: «La falda de Carolina/ tiene un lagarto pintado./ Cuando Carolina baila/ el lagarto mueve el rabo». Pues sirva la breve disquisición musical, que cuando se trata de ciencia o filosofía, y más en la política, hay que aprovecharlo todo para lograr la transparencia más eficaz del discurso.