Iker Casanova
Militante de Sortu

La paradoja del 26-J

Tenemos al mejor candidato y la mejor oferta. Si nuestra base cree en este cambio y se activa para contagiar, con
ilusión y racionalidad, a amplios sectores sociales, octubre será el inicio de una nueva fase política

Aunque ya han pasado unas semanas, o precisamente por ello, creo que es buen momento para analizar, tanto de forma retrospectiva como prospectiva, el escenario político surgido tras las últimas elecciones. Empiezo reconociendo que el resultado del 26-J ha vuelto a producir decepción en el soberanismo de izquierda. Existía una sensación generalizada de que se había reaccionado con presteza tras el varapalo de diciembre y de que los cambios realizados iban a permitir emprender la senda de la recuperación. Las primeras valoraciones de los comentaristas tras conocer los sondeos a pie de urna que parecían avalar esa recuperación, eran unánimes al reconocer el esfuerzo de renovación y el buen trabajo realizado por EH Bildu. Pero no pudo ser. La tozuda evidencia de que no era EH Bildu quien podría encabezar un Gobierno que desalojara al PP y el creciente desapego de la base soberanista con la cada vez más cansina política estatal desembocaron en un resultado nuevamente insuficiente.

Sin embargo, hay varios factores que restan dramatismo al resultado del 26-J. En primer lugar, la base social está satisfecha del trabajo realizado en campaña, valorando positivamente la capacidad de reacción, el discurso, el esfuerzo y el formato. Por otro lado, somos conscientes de que la situación política en el Estado estaba en una situación única y difícilmente repetible, lo que atrajo mucho voto útil hacia Podemos. Las elecciones generales no son tampoco el escenario más propicio ni más importante para EH Bildu. Finalmente, varias encuestas realizadas entre ambas convocatorias estatales (añado, frente a los que estén esbozando una sonrisa de incredulidad, que son las encuestas que clavaron el resultado de las generales en Euskal Herria) ofrecen unos resultados positivos para EH Bildu de cara a las autonómicas. Y ello, habiéndose realizado en un momento en el que el debate estaba plenamente centrado en Madrid y la ilusión del cambio en el Estado aún viva.

Además, pocas veces la victoria de un partido estatal en tierra vasca ha generado un escenario tan propicio para el independentismo. Esto puede sonar demasiado optimista pero ya el Sociómetro de julio ha mostrado un inmediato ascenso independentista de 4 puntos, tras una larga temporada de descensos. Y es que la victoria vasca de Podemos ha generado la paradoja de que Euskal Herria y España aparezcan no ya como entidades políticamente diferentes sino como realidades antagónicas. Euskal Herria y España piensan diferente y además queda en evidencia que es la pertenencia a España lo que impide que la mayoría de este país pueda materializar su proyecto nacional y social. España y Euskal Herria, lejos de acercarse el 26-J, han adoptado una definitiva deriva divergente.

La ilusión regeneracionista en el Estado murió el 26-J. No sólo no hay evolución democrática, sino que hay involución de mano de una reforzada derecha autoritaria, corrupta y centralista. Hubo quien, siendo parte de ese intento de regenerar el Estado, proclamaba desolado tras conocer los resultados, y mirando el mapa electoral, que se apuntaba al independentismo vasco/catalán. Pero el independentismo no solo gana con la incorporación inmediata de esos sectores desencantados (habrá muchos más a medio plazo) sino también con la consolidación de Podemos como fuerza hegemónica estatal en Euskal Herria. Y es que, a pesar de las lecturas interesadas que unen el ascenso de Podemos con el bajón de EH Bildu, el gran damnificado de la irrupción del partido morado es el PSE. Los resultados son inapelables. Los 163.000 votos cosechados por el PSE el 26-J contrastan con los 255.000 de 2011 y con los 340.000 de 2004 o los ¡430.000! de 2008. En la CAV ha habido «sorpasson» con Podemos doblando al PSE y sumando más votos que PP y PSOE juntos. Frente al bajón coyuntural de EH Bildu, el daño para el PSE es estructural.

No se trata de consolarse con el «mal de muchos…» sino de constatar la consolidación de una nueva geometría política vasca. Podemos se ha hecho con el espacio sociológico y geográfico del PSE, arrebatándole no sólo votantes, sino abstencionistas y nuevos votantes con un perfil similar al voto tradicional del PSE. Sin embargo, Podemos y sus votantes tienen una actitud hacia Euskal Herria muy diferente de la del socialismo vasco. Tanto el partido como sus su votantes son más abiertos a la realidad nacional vasca, al euskera y al derecho a decidir, además de más progresistas. A medio y largo plazo, las posibilidades que abre la irrupción de Podemos como principal fuerza estatal en el ámbito vasco son muy importantes, tanto en el plano social como en el nacional.

En octubre hay elecciones vascongadas y el constitucionalismo puede quedar fuera de juego. PSE, PP y UPyD lograron en conjunto 363.000 votos en las autonómicas de 2012 partiendo desde 475.000 en generales de 2011. En el anterior ciclo obtuvieron 487.000 en autonómicas de 2009 frente a 650.000 en generales de 2008,  lo que nos indica, con carácter orientativo, que vienen a perder casi un 25% de su electorado entre ambas convocatorias. El 26-J PSE, PP y C´s obtuvieron 350.000 votos, por lo que aplicando la lógica expuesta es difícil que pasen de 300.000 votos en octubre, estando a día de hoy peleando por unos 20 escaños sobre 75. El resto correspondería a fuerzas que reconocen el derecho a decidir y demandan un nuevo estatus. Este cálculo coincide con los resultados del Sociómetro de junio y la encuesta EITB-Focus del mismo mes, las últimas disponibles.

Estas cuentas son tan necesarias como relativas. En primer lugar porque las cosas pueden cambiar de aquí a octubre. Y, en segundo lugar, porque la suma de fuerzas a favor del derecho a decidir se puede quedar en nada si no se articula una dinámica sólida que las comprometa en la búsqueda de ese nuevo estatus. La actitud errática de Podemos ya se ha hecho legendaria y no es ningún secreto que el PNV sólo desea sumar 38 votos junto al PSE para ofrecernos 4 años más de Nada. Los números no lo son todo, porque la política no es matemática. Se necesita también voluntad y capacidad. Y es obvio que la mejor garantía para que esta aritmética acabe desembocando un proceso constituyente vasco es EH Bildu.

La magnitud de los cambios que ha de afrontar esta parte del país en los próximos años no requiere de un gobierno de gestión sino de un gobierno de transformación, capaz de poner las bases para la resolución de los tres grandes problemas que afronta nuestra sociedad: la culminación del proceso de paz, la  reconstrucción del modelo social y la instauración de un nuevo estatus. Son cuestiones que requieren de consensos amplios y podemos estar por primera vez en situación de articular esos consensos de forma que se pueda construir una nueva arquitectura institucional en base al derecho a decidir y el progreso social. Hay que ser respetuosos con aquellos con los que aspiramos a construir los cambios que este pueblo necesita, pero en octubre hay que salir a ganar. Hay que plantearse atraer hacia el soberanismo a aquellas personas que creyeron honestamente en la posibilidad de un cambio en el Estado que se ha demostrado imposible. Porque, como escribía Otegi hace unos días: «aquí, sí se puede». Aquí se puede construir entre todos y todas una república laica, social, democrática, desmilitarizada, ecológica, feminista y justa llamada Euskal Herria. Y hay que convencer al conjunto del independentismo de que sólo una EH Bildu fuerte hará moverse hacia la soberanía a la dirección del PNV, acomodada y temerosa de cualquier riesgo. Hay que hacer que este país sienta un cosquilleo de emoción, que sienta la motivación para activar los resortes del cambio. Tenemos al mejor candidato y la mejor oferta. Si nuestra base cree en este cambio y se activa para contagiar, con ilusión y con racionalidad, a amplios sectores sociales, octubre será el inicio de una nueva fase política.

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