Iñaki Egaña
Historiador

«La rentrée»

Con un título en francés, la impresión lectora se podría derivar hacia una reflexión sobre la situación política del Hexágono. No es mi intención, a pesar de que Macron nos ha congelado durante mes y medio para lograr su minuto de gloria olímpico y desdibujar la voluntad popular francesa. Mucho se habla de las culpas de las supuestas izquierdas en el ascenso de la extrema derecha, del neofascismo. Algo habrá. Pero la mayoría llega de esa derecha que decían «civilizada» y no lo era tanto. Los hijos de la Thatcher, Aznar, Bush o Giscard son los que aspiraron de los aires totalitarios para convertirse hoy en monstruos.

El título de "La rentrée" es de los que utilizábamos en nuestra época para anunciar que ya había concluido el verano y que el curso político volvía donde se había quedado atascado, antes de que los calores nos empujaran a buscar la sombra del bosque. Siempre teníamos la impresión de que ese regreso era la trampa de las instituciones, que bajaban la persiana para que sus cargos públicos disfrutaran de vacaciones en la Costa Azul, en la Brava o en Bali. Mientras, los de a pie con la mosca detrás de la oreja, porque esos paréntesis eran aprovechados por controlados e incontrolados para, con el sol como protagonista, lanzar sus razias. Un 20 de agosto ejecutaron a Michele Angiolillo en Bergara, un 18 de julio se sublevaron los fascistas y un 15 también de julio nos cerraron "Egin".

Porque el curso que ha comenzado nos vuelve a una rutina en modo de bucle. Al menos en la política local que muestra impresiones relativas a que la marmota volverá a invernar un día de estos, adelantándose a su código genético. Quizás no había salido de su guarida. En el planeta, por el contrario, los dos focos mediáticos (Palestina y Ucrania), llegan con expectativas diferentes. La supuesta amenaza de la vuelta de Trump a la Casa Blanca tampoco parece que supondrá un terremoto. Como, cambiando de tercio, no lo supuso, al menos en política internacional, la llegada del PSOE a la Moncloa. Aquel dicho, dicen que de Josep Pla, de «lo más parecido a un español de derechas es un español de izquierdas» (entendiendo al partido de Pedro Sánchez en la izquierda, con calzador), tiene su máxima expresión precisamente en política internacional. El PSOE y el PP se manejan en el mismo plano. Porque desde que Zapatero decidió retirar a su Ejército de Irak, ya hace 20 años, el resto ha sido una confluencia de intereses.

Tras el anuncio jeltzale de una profunda transformación para mantener su hegemonía electoral, la vuelta trasluce que estamos ante un nuevo gatopardismo: cambiar todo para que nada cambie. El lehendakari de la CAV ha canjeado las formas, pero el discurso de su partido se enroca en las posiciones que le hicieron fijar su identidad. No es de recibo que se exija a la oposición no ejercer precisamente de oposición. No es admisible pedir cómo se debe hacer oposición. No es razonable, en la misma medida, contabilizar cuánta oposición se debe hacer, cuál es el número de enmiendas correcto y cuál abusivo. Esa es precisamente el punto débil jeltzale: su interés en defender o propagar un mensaje y su contrario. Suponer que toda la sociedad vasca es susceptible de encajar en un batzoki.

Hoy, afortunadamente, los guetos se van comprimiendo. Pero las señales atávicas que contrastan con la modernidad, tal y como las relataba recientemente Iñigo Aranbarri, siguen vigentes. El retorno nos ha devuelto el avance tortuoso de la compañía Jaizkibel en Hondarribia, donde los demócratas a la grande, juegan a caciques a la pequeña. Donde quienes se llenan la boca con discursos grandilocuentes, en la realidad son reyezuelos de bantustanes: «kalean uso, etxean otso». Si en el tema del alarde cambiáramos la cuestión de género por la del ecotipo, esa dirigencia estaría en prisión por xenófoba y racista. Pero la tradición aguanta todo. Más aún con una policía autonómica que, en el pasado, avaló el apartheid y en el presente marca su paso a los nuevos responsables con actos de kale borroka.

Su socio autonómico se ha valido del grupo comunicativo de la derecha española en la CAV para incidir en el mensaje de «vencedores y vencidos», de exigir la redición del enésimo «arrepentimiento» a través de su nueva posición institucional, la memoria. Un respaldo para ubicar el relato en términos únicos. La gran bolsa de la tortura, uno de los mayores escándalos en la Unión Europea, si de verdad los tratados de derechos humanos fueron firmados para validarlos, sigue escondida. En 2005, a propuesta del PSOE, el Congreso español votó por abrumadora mayoría (307 votos a favor, uno en contra y una abstención) una actuación a favor de «la prevención, reacción y la protección y tutela de las víctimas de tortura». Ahí tienen de ministro a Grande-Marlaska. Más de la mitad de las ocasiones en las que Estrasburgo ha tirado de las orejas al Estado español por no investigar torturas, el juez instructor aludido era el actual ministro del Interior. Jamás cumplieron la decisión de 2005. Y es que −siento retrotraerme tanto en un texto sobre los próximos meses− ya lo editorializó "The Times" con motivo de la firma del Abrazo de Bergara: «En cuanto a los fueros, desde luego que el gobierno de la reina con la aprobación de las Cortes no tendría dificultad en prometerlos por su honor, porque sabe que con su honor nada compromete». Como es sabido, y a pesar de que la monarquía había asegurado lo contrario, los fueros fueron abolidos. Otro tanto con tantas promesas.

El paréntesis ficticio ha concluido y la vuelta a la «normalidad», al curso 2024-25, comienza en las mismas claves que nos abandonó el anterior. Osakidetza, educación, autoritarismo, puertas giratorias, ofensiva por desmontar lo público, modelo policial, servicios sociales, fiscalidad, memoria, ley mordaza... Hoy, parafraseando a Augusto Monterroso, podríamos frivolizar con aquello de que, miles de muertos después (especialmente en Palestina), cuando volvió, el dinosaurio estaba allí.

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