Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Las Cortes del Reino

F ranco solía decir a los políticos españoles sospechosos de progresismo que viajasen menos y leyesen más los periódicos del Régimen, cimientos poderosos del Gobierno. La obsesión del dictador era la estabilidad política, o sea, su estabilidad en El Pardo. Cuando le exigieron desde el exterior un mínimo gesto de apertura, el Yomandísimo, como le llamaba Sender en sus novelas, accedió a que se crearan una especie de elecciones públicas de las que habrían de salir los procuradores en Cortes por el tercio familiar. Mingote respondió a esta irrisoria novedad en una portada de ‘Abc’ –único diario que se permitía alguna heterodoxia– en la que el personaje central de la página, con pinta de funcionario de ventanilla, portaba una pancarta en la que se leía: «Vota a Gundisalvo. A ti qué más te da».

Ahora toca al Sr. Rajoy hacer algo por el estilo. Cree también que la estabilidad del Estado –o sea, de él–, fuente de todo bien y progreso, depende de un bipartidismo en que se turnen dos centros, el centro derecha y el centro izquierda, representados por el Partido Popular y el PSOE. Según el Sr. Rajoy, el progreso de España radica en unas nuevas Cortes que alojen únicamente a los propietarios seculares del aparato estatal –la derecha eterna– y a los representantes del espeso y municipal tercio familiar, los socialdemócratas conniventes. El actual presidente del Gobierno de Madrid cree que este esquema político es el que ambiciona una España amamantada en un perpetuo caudillismo. Quizá tenga razón. Una encuesta reciente que interrogaba a los ciudadanos acerca de las mejoras logradas por el Sr. Rajoy, que ha dado la crisis por clausurada, arrojaba un escandaloso cuarenta por ciento largo de votantes que aceptaban las tesis optimistas del actual jefe de Gobierno.


Rajoy insiste en que los países aún ricos lo son en virtud del bipartidismo, que en casos como Alemania ha llegado a la gran coalición que, por cierto, sufre una creciente contestación desde la calle. Uno de los rasgos más sobresalientes del gobernante gallego es que maneja datos para respaldar su supuesta victoria que ya están siendo abandonados ante el tsunami social que los desbarata. Habla del fin del paro cuando las grandes empresas exigen más rebajas salariales y más flexibilidad para el despido; subraya la recuperación de las ayudas sociales cuando las pensiones se derrumban más rápidamente por una inflación que las supera, pese a la modestia inflacionaria; enumera los nuevos empleos creados cuando el total de paro sigue siendo el mismo que el año pasado; recuenta las empresas nacidas sin tener en cuenta que más de doscientas mil firmas echarán el cierre a primeros de enero ante la liberación de los alquileres de sus sedes; recuenta los saneados fondos de la banca en momento en que el crédito no funciona más que en circuito cerrado que manipulan las entidades financieras… Todos sus datos favorables están proyectados sobre un escenario de ruinas en el que solo la catarata de leyes restrictivas de la opinión y de la comunicación evitan una información que, de darse con lealtad a la ciudadanía, convertiría en un incendio global las hogueras que crepitan aquí y allá consumiendo las energías humanas y morales del país. Panorama frente al que ningún partido político es capaz de ofrecer un plan de enganche popular, como no sea el simple de la queja y de la negación. Nadie sabe adónde ir porque nadie, ni siquiera en el extrarradio de las instituciones, sabe dónde está ese sitio. Faltan vanguardias que sean capaces de situar la imaginación ciudadana fuera del sistema para crear algo totalmente distinto. Algunos levantan la piel del mar –en imagen daliniana que ya he repetido– para ver el perro que yace en el fondo, pero nadie sabe con qué sustituir radicalmente ese perro. Nos hablan, los que flanean por el extrarradio, de todo lo que nos sobra o nos daña, pero no fijan la imagen de lo nuevo. Eso que moviliza y arracima. Eso que convoca y enciende la lámpara para la lucha. Y el perro sigue muerto en un fondo inmóvil.


Lo que precisamos con urgencia no son políticos que maniobran dentro del sistema con el fin de transformar alguno de sus perfiles, sino creadores de sociedad. Porque hay medios para crear esa nueva sociedad. En primer lugar se ha fabricado dinero en cantidades monstruosas. La masa de consumidores potenciales ha crecido casi geométricamente. La tecnología alcanza un grado deslumbrante. Las comunicaciones comerciales pueden llegar a instantáneas. Pero todo eso no cabe a la vez en los parámetros del neocapitalismo. Si el dinero creado artificialmente por los Bancos centrales y los organismos internacionales saliera a calle para ser empleado en la vieja producción burguesa de bienes y servicios, y sin cambiar el modelo vertical o cuasimonopólico de sociedad, la inflación alcanzaría un volumen inmanejable. Hoy ese dinero no presiona sobre el mercado porque se mantiene al margen de una economía real y, además, funciona un mecanismo antiinflacionario añadido que se alimenta del paro y de los salarios de hambre. Ese dinero se ha volcado masivamente en el mercado especulativo que solo mejora la lista Forbes de millonarios inauditos. En cuanto al consumo relevante, que es la vía de retorno del dinero al canal de la producción, se ha reducido a una escasa capa social rica que está divorciada de la sociedad de masas. Por su parte el Estado está siendo herramienta de esa franja de financieros que viven de una deuda que deja inerme a la sociedad, estricta pagadora de intereses, para que funcione racionalmente, pese a todas sus explotaciones históricas, la vieja cadencia circular de crédito-producción-empleo y consumo. Ahí radicaba el desarrollo social, que no en el actual crecimiento contable, que está reducido a la multiplicación fulgurante de ciertos números expresivos no de riqueza común sino de simple poder.


Pues bien, este panorama está siendo ocultado a las ciudadanías con el manejo de un lenguaje de engaño y coartada. Y frente a tal realidad hay que sobrepasar la denuncia, por popular que resulte, para ofrecer no unos remiendos que el Sistema desvirtuará rápidamente, sino mediante la recluta intelectual y moral de las masas para encaminarlas a un cambio radical de modelo de vida.


El conocimiento claro y sólido de lo que nos sucede es preciso, pero tras este prólogo han de seguir las páginas que expliquen cómo y por qué ha de crearse la nueva sociedad en que el poder sea próximo y democrático, el dinero pertenezca a quienes los producen, el gasto público se enderece a la satisfacción de las necesidades sociales y la vida se ajuste a un funcionamiento ponderado de la producción para que los salarios se instalen en una confortabilidad saludable. En esa sociedad la función financiera ha de tener un carácter político que las leyes han de proteger preferentemente. Y la libertad ha de convertirse en un valor real.


El uomo qualunque necesita ver los planos de la nueva construcción. Solamente así creerá en una vida al margen de las falsificaciones. Necesitamos el catálogo de las innovaciones. No nos basta con saber que, como se decía en la calle en tiempos del Yomandísimo, «ha pasado la hora de los pillastres y ahora llegan los Ullastres». Más planes de desarrollo, no.

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