Kepa Otero García
Profesor y torturado por la policía

¿Legalizar la tortura?

Son las 19:30 horas del viernes 22 de marzo de 2024, en el Crocus City Hall de Moscú. La gente entra y se acomoda. Habla. Se divierte. Hay mucho ambiente. No en vano es viernes noche. Minutos después, Saidakrami Murodali Rchabalizoda, Shamsidin Fariduni, Dalerdzhon Barotovich Mirzoev y Muhammadsobir Fayzov irrumpieron presuntamente en la sala vestidos con uniformes militares, fuertemente armados y dispararon contra las personas que tenían más cerca. Luego, al parecer, lanzaron unas granadas incendiarias. Causaron, según últimos recuentos, 143 víctimas mortales y un alto número de personas heridas de diferente gravedad. Horas más tarde, el denominado Estado Islámico reivindicó la masacre, aportando pruebas mediante grabaciones realizadas simultáneamente al atentado.

La siguiente imagen de los cuatro detenidos es la que corresponde a la presentación ante el juez: con signos evidentes de haber sido torturados. Habitualmente, la correlación de hechos suele ser: se les detiene, se les tortura, se espera un tiempo hasta que las marcas no son tan evidentes, se les cambia la ropa y se habla de resistencia mostrada al ser detenidos o de algún intento de fuga. Pero, ¿qué ocurre de sorprendente en este caso? Las autoridades rusas no ocultan nada. Los cuatro presentan más que evidencias de las torturas. Según diversas fuentes, en el canal de Telegram del grupo paramilitar Wagner se publicó una foto de Fariduni tumbado en un lugar determinado que bien podría ser un gimnasio con los pantalones bajados hasta las rodillas, tumbado y con unos cables conectados a la zona genital. Lo que no hace referencia a otras fuentes, sino que lo hemos visto en directo son las fotos de cuando fueron presentados al juez y ante las cámaras de todo el mundo, pues esta presentación fue un espectáculo buscado por las autoridades rusas.

Veamos: Rachabalizoda fue presentado con una enorme gasa en la oreja derecha (se ha difundido por internet un vídeo de su detención, donde le cortan la oreja, se la meten en la boca, diciéndole que se la coma, mientras era golpeado por otros militares). En efecto, la foto del domingo en que se le presenta ante el juez es bastante significativa (por cierto, que otras fuentes relatan que el cuchillo con el que se le cortó la oreja fue subastado en internet y finalmente vendido por un oficial ruso). La aparición de Muhammad Fayzov ante el juez y ante las cámaras fue dramática. Aparentemente, estaba inconsciente, no abría los ojos, iba en silla de ruedas, con una especie de bata de hospital. Algún testigo −según recoge alguna agencia− afirmó que le faltaba un ojo. En todas las fotos y vídeos que he visto de Fayzov este permanece todo el tiempo con los ojos cerrados y en un estado que bien podría ser de inconsciencia. Dalerdzhon Barotovich Mirzoev fue presentado con signos evidentes de haber sido golpeado y con restos de bolsas de plástico alrededor del cuello. Signo evidente de la aplicación de lo que en el Estado español se llama «la bolsa» y que consiste, como muchos sabrán, en colocar en la cabeza una bolsa de plástico hasta que, a base de perder aire, se empieza a asfixiar. En cuanto a Shamsidin Fariduni, ya hemos comentado antes lo de las fotos con cables en sus genitales, lo presentan con evidencias de haber sido golpeado, con la cara hinchada y amoratada.

Es cierto que lo de la tortura es muy viejo. Es cierto que mucha gente sabe que ante determinados hechos la tortura es un común denominador. ¿Qué presenta este caso entonces de novedoso? Pues justamente el reconocimiento de un Estado de que tortura, el hecho de que no le importe que se conozca. Y vaya por delante que el atentado presuntamente cometido por estos cuatro, a quien escribe le parece odioso y execrable. Pero de ninguna manera justifica todo lo que implica la asunción de que lo han hecho. Un mando militar decía, «se divirtieron con los terroristas tanto como pudieron». La diferencia, pues, está en que antes se intentaba disimular presentar a esas personas en mejores condiciones, buscar excusa para las heridas. Lo que ha ocurrido actualmente es que ya no se necesita excusa y ya no se necesita disimular. Fueron torturados y no importa presentarlos ante el juez y la prensa con evidentes signos de tortura.

En mi opinión, es un paso muy grave porque significa legitimar la venganza de un Estado ante un hecho dolorosísimo. Lo han señalado distintos observadores «lo diferente ahora es la clara naturaleza demostrativa de la tortura, las imágenes de tortura no parecen haber sido compartidas por accidente sino como advertencia a otros que planeen atentados en Rusia para decirles que sufrirán las mismas consecuencias» esto, por ejemplo, es lo que dijo Tanya Lokshina, alto cargo de Human Rights Watch, ONG que vigila el cumplimiento de los derechos humanos. Pero no es solo el que sirva de amenaza o escarmiento. La lección que pretenden transmitir es que esto ocurre, que los terroristas lo merecían, que a la gente no le importa o incluso que se hace para dar satisfacción a un pueblo que se siente amenazado por el Estado Islámico. Este es el camino para la normalización del hecho de la tortura. Y es cierto que esto marca un antes y un después como se ha dicho. Pero tampoco nos engañemos. Cuando en el Estado español se ha torturado sistemáticamente, cuando se han construido auténticos caminos de espinas para que no se pueda denunciar la tortura, cuando la denuncia prospera, las dificultades y dilaciones que se presentan, la escasez de las condenas y luego los indultos y los ascensos. Si un juez, después de ver las fotos de Unai Romano, es capaz de decir que aquí no hay caso, no es solo que esté encubriendo la tortura, es que está normalizándola. Y en eso, aunque es verdad que lo de los tayikos de Rusia, de alguna manera, marca un antes y un después, en el Estado español hace muchos años que se viene trabajando para normalizarla.

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