Francisco Letamendia
Profesor Emérito

Líneas rojas y vías catalana y vasca

Se habla de una vía vasca y de una relación entre los dos gobiernos con beneficio mutuo, que solo se rompería por parte vasca si la española traspasara las líneas rojas. Pero ¿es que no se han traspasado el 1 de octubre?

Decía, en un artículo publicado el 1 de octubre, que en Catalunya la conexión de la base con la cima había provocado la caída de todas las caretas del Estado español, y hecho evidente la perversión total de un lenguaje donde los procesamientos y detenciones de cargos públicos se presentaban como el triunfo de la democracia, con académicos que pedían el uso de la fuerza (legítima, decían) para apuntalar un Estado que les mimaba y promocionaba, con medios referenciales funcionando como prensa basura, con policías azuzados con los gritos de «a por ellos» propios de cacerías de alimañas, con unos Mossos chantajeados hasta la náusea asqueados de lo que se les estaba pidiendo; y añadía que Catalunya había ganado ya, y que más tarde o más temprano recogería los frutos.

Los hechos han demostrado que me había quedado corto, tanto en la resistencia y sabiduría de la ciudadanía de Catalunya como en el alcance de la violencia del Estado. Esta se desplegó contra los y las catalanas que querían ejercer el derecho de voto, base esencial de toda democracia, con una saña inédita en Europa: pero gracias a la inventiva, inteligencia y determinación del pueblo catalán, este votó, vaya que si votó, el 1 de octubre. Y no solo votó, sino que hizo país, un país que presenta hoy tal consistencia que cualquier nuevo ataque del Estado solo va a conseguir hacerlo más fuerte.

Un testigo presencial de los hechos en un centro de voto me contaba las incidencias de ese día emocionante: cómo se pasaba sin transición de la máxima inquietud cuando se oían los motores de los vehículos policiales acercándose, a la calma expectante o a la indignación contenida según te tocara o no esa macabra lotería, y cómo, al final de una jornada épica, la alegría desbordante se apoderaba de todo un pueblo. Cómo la gente se ayudaban unos a otras en esta maravillosa jornada, trayendo alimentos, noticias y lo que hiciera falta, como se abrían pasillos en los improvisados y abarrotados centros al paso de las «yayas», abuelas catalanas, vitoreándolas; como se percibía que se había dado el paso definitivo, con una Cataluña que se iba de un Estado que así la trataba, y cómo se mantuvo en todo momento y situación, por duro que ello fuese, la consigna de resistencia no violenta.

¿Rechazo de España? No, rechazo del régimen centralista, antidemocrático, mentiroso y opresor de 1978, que ha superado este 1 de octubre todos los límites, secundado por tertulianos y medios basura; un régimen que ha elogiado, obviando los 900 resistentes pacíficos heridos, lo moderado y proporcional del uso de su fuerza, y negado la existencia del referéndum: un régimen para el que la noche es día, y lo negro blanco.

¿Es el PP el culpable de todo esto? No, solo le ha imprimido su sello característico de corrupción y brutalidad. La culpa va más allá, mucho más allá, pues el culpable es el Estado, un Estado que ni tan siquiera necesita recurrir al artículo 155 para avasallar por la fuerza a un pueblo, pues su Constitución de 1978, la de la monarquía del 18 de julio, que no admite más soberanía ni más nación que España, se lo permite. Para quien lo dude, ahí está el discurso del Borbón, que ha descalificado a un Govern más legitimado por su pueblo que nunca, que considera ilegal el ejercicio del derecho más básico de toda democracia, que garantiza el apoyo (¿qué tipo de apoyo?) a cuantos catalanes rechacen a sus instituciones, y que menciona a «millones de españoles» como respaldo de sus amenazas.

Tampoco cuenta al parecer esa maravillosa huelga de país del 3 de octubre, con toda Cataluña puesta en pie, aplaudiendo por cierto a manifestantes que llevaban la bandera española mientras se unían como unos ciudadanos más a las protestas de las masas contra la violencia.

¿Y qué decir de la decisión de la Moncloa de prolongar la estancia de policías españoles, a quienes mantienen enjaulados en barcos y hoteles catalanes provocando adrede su irritación y sus gritos de «que nos dejen actuar», con el riesgo de que salte una chispa que provoque el desastre? ¿A quién se le oculta que el objetivo de esta medida, si consigue el propósito antes citado, es el de intentar contrarrestar la imagen de su violencia odiosa, que ha convertido a España ante la opinión pública internacional –no ante la mayoría de Estados, pues estos se apoyan unos a otros– en la «vergüenza» de Europa?

Pongamos ahora el foco en Euskal Herria, y más en concreto en la Comunidad Autónoma. Se habla de una vía vasca y de una relación entre los dos gobiernos con beneficio mutuo, que solo se rompería por parte vasca si la española traspasara las líneas rojas. Pero ¿es que no se han traspasado el 1 de octubre? ¿No es evidente que la ocupación catalana es un ensayo general y una advertencia sobre la respuesta del Estado si cualquier otro pueblo –el vasco en primer lugar– convirtiera en principio de acción –y no solo de opinión– su condición de sujeto político y su disgusto y rechazo por lo que está haciendo el Gobierno de España?

Pero es que además ¿qué se está consiguiendo con esa vía vasca, aparte de palmaditas en el hombro y facilitar la contraposición de medios e instituciones entre los «vascos buenos» y los «catalanes malos»? ¿Se ha avanzado un milímetro tras las anunciadas conversaciones secretas de estos últimos años en materia de democracia penitenciaria y de situación de los presos vascos? Pero incluso en materia estatutaria ¿no nos encontramos solo con humo, con promesas nunca cumplidas y siempre aplazadas?

Para la parte española, en cambio, la actitud del Gobierno Vasco es preciosa, más que la del PSOE; pues son los votos del PNV los que le dan la mayoría absoluta en el Congreso. ¿Puede predecirse un cambio de actitud del Gobierno de Rajoy hacia lo vasco en el futuro? Todo lo contrario. La estrategia en Cataluña del «a por ellos» es una decisión política largamente meditada del PP, basada en la convicción de que cuanta más dureza emplee, más concentrará el voto de los sectores españolistas reaccionarios. El escenario que se está contemplando en la Moncloa es el de unas próximas elecciones generales con la mayoría absoluta de un PP que habría desbancado a sus dos rivales, haciéndolos cada vez más irrelevantes, Ciudadanos y PSOE, gracias a su política catalana.

El Gobierno Vasco tiene ahora una magnífica ocasión para alinear su política con el malestar creciente de sectores jeltzales y con una mayoría de la ciudadanía vasca, rompiendo unas amarras que tanto pueden perjudicarle a él (en el terreno de país, aunque a partir de ahora también tal vez en el electoral), y sobre todo al pueblo vasco.

La vía catalana ofrece, no seguidismo (las dos realidades nacionales son muy distintas), pero sí elementos de reflexión para construir una nueva vía vasca. Aporta sobre todo el ejemplo de esa conexión de hierro, arduamente trabajada, entre la base y la cima, entre organizaciones de la sociedad civil (Asamblea Nacional de Catalunya y Òmnium), y las instituciones del Govern.

Aquí existen ya movimientos civiles desde abajo con inteligencia y arraigo popular, Gure Esku Dago en materia del derecho a decidir, y Sare en el campo de la democracia penal y penitenciaria (en efecto, un aspecto diferencial entre las dos naciones es la presencia en la vasca, contrariamente a la catalana, del tema antirrepresivo y la voluntad de culminar el proceso de paz). En la cima, en cambio, no existen realizaciones ni estrategias tendentes a conseguir la confluencia de fuerzas en una vía vasca política compartida.

Sin olvidar a Podemos, socio indiscutible de toda iniciativa en este campo, el tema tan peliagudo como indispensable es el de conseguir la confluencia del PNV y la izquierda abertzale en esta nueva vía. Que existen diferentes visiones de la realidad social y nacional y agravios históricos entre ambas fuerzas es indudable; pero también existían en Cataluña entre la CUP y los herederos de CIU, y en el terreno de la política con mayúsculas se han obviado.

Es evidente que ambas fuerzas tendrían que dar un primer paso para hacer creíble la confluencia: en mi opinión, este podría ser la disolución organizativa de ETA por parte de la izquierda abertzale (olvidémonos de España, que seguirá negando sine die la realidad de cualquier nuevo paso), y el fin claro y explícito por parte del PNV y del Gobierno Vasco de sus relaciones con el PP.

¿Estoy soñando? Tal vez. Pero nada se mueve en el mundo sin haberlo antes soñado.

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