Lo que hay en el fondo
Recién celebradas las elecciones al Parlamento Europeo, Alvarez-Solís, al modo de una obra de Salvador Dalí, ha levantado la piel del mar «y he visto lo que verdaderamente duerme en el fondo de dos políticos tan relevantes como Angela Merkel y Nicolás Sarkozy». Una Unión Europea que describe como «un juego de tronos, una madeja de miserables apaños, mientras su superficie es mostrada como un esperanzador océano de oportunidades para los pueblos».
Suelo emplear con alguna frecuencia el título de un cuadro de Salvador Dalí –“Niño levantando la piel del mar para ver un perro que duerme en el fondo”– porque me gusta la precisión metafísica del gran ampordanés. Es muy conveniente levantar la piel de los asuntos si queremos averiguar con alguna certeza la verdad de las cosas. Los políticos suelen hacer lo contrario. Ahora mismo, en el prólogo de las elecciones europeas, he vuelto a levantar la piel del mar y he visto lo que verdaderamente duerme en el fondo de dos políticos tan relevantes como Angela Merkel y Nicolás Sarkozy. Está muy claro que la Unión Europea a la que aspiran ambos dirigentes no es en su profundidad más que un juego de tronos, una madeja de miserables apaños, mientras su superficie es mostrada como un esperanzador océano de oportunidades para los pueblos que, por el contrario, viven en una clamorosa servidumbre. Analicemos, como prueba de esta afirmación, la reveladora frase del expresidente francés en toda su rotunda relevancia: «Hay que eliminar no menos de la mitad de las competencias comunitarias existentes». ¿Por qué esa afirmación tan desoladora para los europeístas que, convencidos o no, sostienen el palio de la organización como, por ejemplo, el Sr. Rajoy? El Sr. Sarkozy aclara: «Tenemos que abandonar la creencia en el mito de la igualdad de derechos y responsabilidades entre todos los miembros». Mito, dice mito. Es grave, muy grave. Sobre todo hay que preguntar sobre la antigüedad de ese mito para medir el tiempo del engaño. Y después hay que analizar cuáles son los asociados que han de salir indemnes en esta eliminación de la igualdad. Se trata nada menos que de determinar la calidad y la extensión de la democracia en un continente como el europeo, depositario al parecer da la esencia democrática. El Sr. Sarkozy sigue hablando de este descabalgamiento: «La zona económica franco-alemana (¿para qué más?) nos permitiría defender mejor nuestros intereses frente a la competencia alemana, eliminando nuestras desventajas fiscales y sociales. Además nos permitiría tomar la delantera ante los dieciocho países que forman nuestra unión monetaria». Subrayemos también eso de «tomar la delantera».
Ahora viene la bendición urbi et orbi de la Sra. Merkel a lo que dijo descaradamente el Sr. Sarkozy: «La Unión Europea no es una unión social». Los padres fundadores del antecesor Mercado Común orientaron su iniciativa hacia un mercado de la igualdad, pero ya no viven aquellos benéficos ciudadanos. Abandonemos, pues, toda esperanza de un poderoso centro unitario en Bruselas que pueda estimular y aun exigir una cierta nivelación social y humana entre los dieciocho miembros del euro. Antes muerta que sencilla, como decía la loca de la casa. Antes cualquier cosa menos la democracia, que solo existe cuando se practica en el interior de la igualdad ¿O no se desprende esta radical conclusión de los textos reproducidos? Francia quiere fundirse con Alemania a fin de no perder el paso de la oca. Moi aussi. Y Alemania no quiere subvencionar a los inmigrantes que buscan sin suerte el remedio a su necesidad en el poderoso ámbito laboral alemán ¿O ya no es tan poderoso? En este interrogante está el cabo de la madeja para encontrar otro motivo de preocupación europea. De momento Berlín devolverá a España la turba de españoles que callejean en busca de trabajo por las ciudades germanas. Sr, Rajoy, ¿por qué nos engaña usted acerca de la importancia española en la política europea?
Eropa Unida? Eso es cosa de funcionarios o de políticos que no saben qué hacer con su país ¿Es así o no es así, Sr. Rajoy? ¿Qué haría España con su deuda si Alemania cerrara su grifo bancario o el conducto del Banco Central Europeo, que es alemán y bien alemán, por cierto? Mejor dicho: ¿Qué hará Madrid para salvar los restos de su exhausto Estado cuando cieguen esa válvula y el Gobierno de La Moncloa se vea reducido a entregar ya sin condición laboral alguna a los trabajadores coloniales españoles para acentuar hasta el extremo la competitividad no española sino alemana o francesa?
Europa Unida solo puede ser considerada como realidad en un parlamento de figuración que sirva de ring a los contados diputados –y nuestra gratitud a ellos– que suban a él para defender a las naciones que pretendan liberarse de sus estados opresores. ¿Pero estamos seguros de que ese altavoz será respetado mínimamente? ¿No se tragará también a alguno de esos combatientes para fundirlo y confundirlo en cualquiera de sus altos hornos? No hay cosa tan arriesgada como trabajar junto al poder. Digo esto una vez y otra porque nada resulta tan sano para la salud moral del político como regresar con cierta frecuencia y humildemente al ámbito doméstico a fin de reabastecer su moral. En el mundo que amanezca tras el último turbión del capitalismo degenerado en fascismo neocapitalista se necesitará tener vista de águila y corazón de aldea. Me decía mi querido Julio Flor, al hablar de este asunto, que a él le sugiere este contraste el llamado «Gernika vasco», de José Luis Zumeta –pintado en homenaje a Picasso–, en que, junto a la visión del apocalipsis de la guerra, Zumeta añade la estampa de un blanco y pacífico caserío vasco que aparece en un rincón de la pintura. Sí, el águila que sobrevuela la sangre mientras en un rincón de la pintura la paz íntima se prepara para la nueva vida.
Supongo que estas ideas mías serán combatidas como concepciones utópicas, si además alguien del llamado mundo responsable quiere tomarse el trabajo de considerarlas. Admito que hay en ellas una constante invitación revolucionaria. Cada cual decida el alcance de su lucha para lograr una sociedad distinta. Pero esa invitación revolucionaria parte del principio de que ningún cambio radical de la sociedad se inició desde la cumbre del sistema existente. Creo recordar que fue don Antonio Maura quien propuso desde España la revolución desde arriba, pero la Semana Trágica de Barcelona zanjó la cuestión con una represión sangrienta. La Corona fió más de los procedimientos expeditivos y presionó a su jefe del Gobierno, Sr. Maura, para que procediera con la máxima violencia, que culminó con el inicuo fusilamiento de Ferrer Guardia, un pedagogo del cambio revolucionario desde la escuela. Maura lloró amargamente esta decisión cuando fue destituido por aquel crimen que había respondido a la presión del monarca. Los Sistemas se cambian desde abajo.
Europa es, simplemente, lo que los argentinos definirían como un «corralito». Y hay que salir de él. No se trata que esa salida sea al modo de la Sra. Le Pen, ofreciendo un gran espectáculo público de hoguera inquisitorial. Eso no lo hará ya de modo escandaloso la extrema derecha francesa. Para esa derecha, dominado ya el sistema, se precisa únicamente el orden público. El fascismo se ha tornado más sutil y llama a un nacionalismo que construirá la granja de Orwell por el camino de enfrentar a los trabajadores entre sí; el francés contra el argelino, el parado contra el que tenga empleo, el que posea algo contra el que carezca absolutamente de todo. Cosa sabida, pero asumida en un fondo social muy encenagado. Por eso se debe regresar al combate en un paisaje transparente.
Europa fue, pero ya no es. Lo europeo estaba constituido por un espíritu ilustrado en que nacía algo tan especial como la clase media mientras la clase obrera luchaba con un heroico espíritu de clase. En la otra ribera del mar las colonias esperaban dormidas su resurrección. Hoy Europa es la colonia de sí misma dormida en la yacija que le han preparado unos poderes que no inscriben ya en su bandera eso de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Si las víctimas se engañan a sí mismas, para qué hacer el esfuerzo de engañarlas. Cínicas penas de amor perdidas.