Lobos con piel de cordero
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”, puede leerse en Mateo 7:15. De ese modo las sagradas escrituras advierten a los creyentes que no se dejen engañar por discursos mentirosos. Además, destaca que el principal problema que enfrenta la humanidad son, precisamente, esos que se disfrazan de lo que no son, porque toman desprevenidas a las personas.
Creo que es una buena base para situarnos en la política actual y de modo muy especial en las elecciones de Estados Unidos. Allí compiten un lobo con piel de lobo y una loba con piel de cordero. Trump es quien es, un señor de la derecha dura o ultraderecha, antiderechos, antiaborto y antifeminista, guerrerista, dispuesto a apoyar los crímenes que Israel está cometiendo en Gaza, Cisjordania y Líbano, y que amenaza extender a toda la región.
Los demócratas se presentan de modo más amable, apoyan los derechos de las minorías, de las mujeres, los negros y los latinos, apuestan por lo menos verbalmente a la concordia y a las buenas relaciones internacionales, así como muchas otras promesas en línea con su tradición política de incluir a los trabajadores y trabajadoras.
Sin embargo, durante sus cuatro años Trump no ha iniciado ninguna guerra. Biden apoya la guerra y el exterminio del pueblo palestino. Hillary Clinton y Barack Obama aplastaron las primaveras árabes, apoyaron la guerra contra Yemen, la guerra civil en Libia y en Siria, por poner apenas algunos ejemplos. Dedican enormes esfuerzos a promover “revoluciones de color”, cambios de régimen como el que ahora intentan en Georgia.
Quizá el hecho más grave fue haber promovido un golpe de Estado en Ucrania en 2014, respaldando con millones de dólares manifestaciones violentas contra el gobierno electo de Viktor Yanukóvich, corrupto y prorruso. Fue un golpe ilegítimo en el cual la Casa Blanca gobernada por el demócrata Obama financió a los golpistas de ideología ultraderechista y antidemocrática. Esa administración apoyó también las “guarimbas” en Venezuela contra el Gobierno de Nicolás Maduro, para derrocarlo de forma violenta.
Lo que realmente es difícil de entender es que buena parte de la izquierda se sienta más cerca de Kamala Harris/ Joe Biden/ Obama/ Clinton que de Trump. ¿Por qué razón debemos elegir entre uno de esos bandos cuando los dos atacan a los pueblos, desatan guerras y derrocan gobiernos? Pregunten a un niño o a una niña palestina si prefieren bombas republicanas o demócratas.
Las izquierdas de todo el mundo recibieron a Obama con alegría y hasta euforia. Lo curioso es que se sigue pensando que es mejor que Trump luego de haber invadido Libia, Siria y aplastado la primavera árabe. Creo que es hora de alejarse de este pensamiento binario y cómodo para decir en voz alta cómo está el mundo y muy en particular los Estados Unidos.
Emmanuel Todd, en su libro “La derrota de Occidente”, traza un cuadro ajustado y patético de la superpotencia. Compara su realidad con la del nihilismo alemán que llevó al nazismo, luego de repasar detalladamente datos de la mortalidad infantil y de la esperanza de vida, ya que una aumenta y la otra decae, casos únicos en el mundo desarrollado. Luego analiza datos sobre obesidad, desigualdad y coeficiente intelectual de la población para concluir que Estados Unidos es “un país derrotado” (p. 208).
Sostiene que ya no existe la democracia y que gobierna una oligarquía, en la cual quienes integran la cúspide “se burlan de las dificultades que enfrenta el 90% de sus conciudadanos” (p. 211). Además se trata de una enconomía en descomposición que apenas produce el 6,6% de la maquinaria mundial, frente al 24,8% de China y el 21,15 de Alemania (el Estado español no entra en la lista y Francia produce menos del 1%).
Esta “potencia enferma” tiene una política exterior delirante, que no conecta con la realidad, que no puede aceptar la derrota en Ucrania ni el genocidio en Gaza. “El campo occidental ha seguido pensando y actuando como si siguiera siendo el amo del mundo, y sus medios de comunicación han insistido obstinadamente en que sólo él representa a la ‘comunidad internacional’” (p. 244). Concluye que existe una adicción de las élites de Washington por la violencia.
Una adicción que pasa por alto la diversidad del mundo y los deseos de las personas, porque sencillamente no puede verlas, porque la podredumbre de la clase dominante estadounidense es tan fuerte que le impide ver más allá de sus intereses inmediatos.
Esta es la nación, el Estado y el tipo de élites que van a gobernar Harris y Trump, sin la menor diferencia entre una y otro.
Para deshacer algún posible equívoco: no creo que Trump sea mejor opción que Harris. En la misma sintonía, propongo que este análisis se limita exclusivamente a los Estados Unidos y no es en modo alguno trasladable a otras situaciones o países. Por ejemplo, creo que hay diferencias entre Lula y Bolsonaro, o entre Vox y el PSOE. En modo alguno son lo mismo que el binomio Trump-Harris, ni se les puede aplicar los mismos criterios.
El problema que veo es que el escenario electoral tiende a simplificar las cosas, colocando a los buenos de un lado y a los malos del otro. El venerado John Kennedy intentó invadir Cuba en 1961 y escaló la guerra de Vietnam, pasando de mil soldados en 1959 a 16 mil en 1963, el mayor aumento porcentual en esos años.
Los lobos con piel de cordero son más peligrosos porque ante ellos bajamos la guardia, lo que no quiere decir que los lobos con piel de lobo sean mejores. En realidad el problema es nuestro, porque nos gusta ilusionarnos con un arriba bondadoso o por lo menos aliado a nuestros pueblos.
En este periodo de agudos cambios geopolíticos eso no sucederá, porque las élites del mundo son cada vez más intransigentes y agresivas en la defensa de sus intereses, pasando por encima de los derechos democráticos y de la existencia misma de los pueblos del mundo. Lo positivo de esta coyuntura es que se están cayendo las máscaras.