Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Los prestidigitadores

Hay que impedir, si resulta mínimamente practicable, que un personaje de la derecha calcárea -no sé si hay otra- reparta las cartas en el juego político o social. Siempre están marcadas. Las cartas de la derecha son el Sistema, la razón, lo sensato, lo intrínsecamente verdadero. Sobre todo, lo posible, que ha de medirse por su retorno pragmático.

El pragmatismo, esa filosofía que defiende que Dios regresa todos los días en forma de banquero, siempre es de derechas. Todo lo demás, empezando por el empleo de un lenguaje distinto para alcanzar otro horizonte moral, es inverecundo, perverso, sumamente peligroso, siempre irrazonable, antidemocrático. La estadística es de derechas. Y el orden público. Y la riqueza. Y la historia. Y la oración tantas veces. Ya sé que expresarse así es de una simpleza impresentable, pero tal cosa no importa porque los simples no vamos a ser nunca presentados. Nadie dice, en el redondo mundo ortodoxo: «Voy a presentarle a un impresentable. Óigale usted. Quizá diga algo decente».

Y ahora hablemos de don Juan Rosell, el catalán que preside la Confederación Española de Organizaciones Empresariales. Acaba de dar con una frase donde la vaciedad es brillante, barroca, casi rellena de algo. Casi.

Oigamos al Sr. Rosell en su pretensión de disminuir las cifras del paro al destapar otra falsedad de los trabajadores: «Un millón de amos y amas de casa están apuntados al paro para intentar cobrar algún subsidio». La derecha emplea los infinitivos a pares y así obvia el pluscuamperfecto, que siempre inclina a la duda. El Sr. Rajoy es también muy infinitivo; recordémosle: «Hay que hacer lo que hay que hacer», lo que libera de aclarar quién ha de hacerlo y en qué consiste lo hacedero. «Lo que hay que hacer» queda definido como un imperativo categórico. Yo creo que el imperativo categórico también es de derechas.

Pero sigamos con el Sr. Rosell, catalán infinitivo, de los que hay que ser lo que hay que ser. Es evidente que el Sr. Rosell, al que creo recordar como presidente, entre otras, de la empresa «Sistemas de Higiene Pública», lo que quiere exponer a la vindicta ciudadana es a quienes están instalados cómodamente en las tareas domésticas y pretenden obtener además alguna clase de ayudas dispuestas para los parados. Y ante esa maliciosa suposición de latrocinio creo que hemos de formular algunos reparos que vamos a enumerar cuidadosamente para evitar enredos retóricos y tachas indebidas.

Reparo primero.- Parece honestamente sostenible sospechar que muchos amos y amas de casa lo son por no encontrar empleo alguno fuera del hogar, por lo que se debe alabar su buena disposición hacia la colectividad, demostrada en su voluntad de trabajo aunque sea en la vergonzante esfera doméstica.

Reparo segundo.- Si estos ciudadanos dedicados al huevo frito y a la higiene privada demandan alguna ayuda no veo inconveniente en que les sea concedida esa asistencia no para pagar el apartamento en la playa, sino para hacer realidad el huevo frito y la higiene privada que exige la adquisición de la marca blanca para limpiar el WC, que es como debe designarse al retrete en plena vigencia de la cultura inglesa. Los restos del huevo frito, tan penosamente logrado, han de depositarse en alguna parte. Estamos, pues, ante ciudadanos absolutamente normales y decentes.

Reparo tercero.- Es posible que no pocos de esos trabajadores hogareños tengan pareja o próximo que cuenta con empleo, pero debe usted, Sr. Rosell, tener en cuenta el salario que disfruta angustiadamente el adjunto externo del amo o ama de casa como fruto de la situación económica que ustedes, los empresarios y los financieros, han originado. En este punto es bueno considerar que el verbo trabajar ha de acompañarse por sustantivo, adverbio u otras partículas que aclaren la relación de eficacia que existe entre trabajo, salario, coste de reposición familiar y otros extremos que nos coloquen en una situación aceptable o nos mantengan en aquel estado que tan bien describió Carlos Marx en «El capital», título al que solo pongo el reparo de su brevedad, ya que debió ser «El capital de ellos», entre los que está usted.

Cuarto reparo.- Aquí viene, ahora, lo popular de este comentario hecho por un pensionista que disfruta en casa y, como todos los de su escalón, no de un descanso digno sino de una prisión perpetua en celda miserable, con Parot incluido. Yo creo, Sr. Rosell, que ya es hora de que debatamos una cuestión que lleva muchos años azuzándome. Esta: el trabajo doméstico, ¿debiera recibir un salario o no debiera recibirlo? Yo pienso que ese trabajo debiera ser abonado por ustedes, los que exprimen al trabajador mediante una mecánica repugnante. Porque ustedes abonan un salario por un trabajo que realiza un ser que para cumplir con su obligación precisa de la infraesctructura de otro ser que le haga la comida, que le mantenga la casa, que críe a sus hijos y que le facilite las horas precisas para cumplir su indignante contrato. Es decir, con un salario, tal como se entiende ahora, ustedes no pagan el trabajo de una persona sino de dos, una de las cuales trabaja gratuitamente para hacer posible el trabajo con el que usted dice retribuir al empleado directo. Ustedes, Sr. Rosell, pagan realmente medio trabajador, el que le da a la lima, mientras no abonan su vital labor de infraestructura al que mantiene la mano del limador. ¿Hablamos de esta forma de ver la economía y dejamos de falsificar la medición de la renta nacional? Y le pregunto lo que antecede porque estoy harto de leer esa frase comercial que dice que «el que compre dos latas, se llevará gratis la segunda». Pues la lata segunda es el ama de casa, frecuentemente. La lata gratis. ¿Es justo eso?

Yo espero que alguna vez llegue este modesto análisis, o cualquier otra reflexión por el estilo, al Vaticano y a la Universidad para que se produzcan unas rectas encíclicas, o encíclicas cristianas, y unos textos que hagan de la Universidad algo parecido a la Academia en que los filósofos de la vieja Grecia discutían a cielo abierto sobre la verdad profunda de las cosas, aunque les costase la cicuta. Hablo, en conclusión, de lo que ahora se pretende como «salario social», pero extendiéndolo a los que como mineros sin apenas respiración trabajan en la mina doméstica nada menos que para mantener el tinglado en el que ustedes, la gente de la empresa y las finanzas, tienen su coto de caza furtiva. Superemos esa injusticia tremenda de pagar un único salario por dos trabajos encadenados, sin el segundo de los cuales el primero sería imposible. Basta de hacer prestidigitación con la teoría económica. Todo trabajo debe ser retribuido, el directo y el indirecto que lo hace posible. Retribuido dignamente. Un día habrá que debatir muy despacio lo que ha de contener esa dignidad para ser calificada de tal. Porque es algo más que una palabra.

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