Toni Ramos
Alternatiba

Meloni y el postfascimso en Italia

Las recientes elecciones en Italia han dado y darán mucho que hablar. Se repiten los análisis que intentan explicar de dónde sale esta nueva extrema derecha que ha arrastrado tantos votos. Se buscan respuestas a lo que ha podido pasar para que ganara con tanta claridad, tratando de atisbar qué ocurrirá en un futuro más o menos próximo. En este sentido, hay incertidumbre sobre la Giorgia Meloni que nos encontraremos a partir de ahora; algunos analistas confían en que será «moderada» tras ganar las elecciones, frente a la fascista sin careta que participó en el mitin de Vox en Málaga. Esto, a grandes rasgos, se traduce en que a nivel interno prevén un giro en su discurso hacia la moderación gracias a la influencia de sus futuribles socios de gobierno (Lega y Forza Italia) mientras que, echando la mirada hacia el exterior, ven un posicionamiento menos proteccionista y más europeísta que el de los ultraderechistas Viktor Orbán (Hungría) o Mateusz Morawiecki (Polonia).

Pero ya advierte el refrán que, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Basta con ver un minuto de la intervención de Meloni durante el citado mitin de VOX para darse cuenta que, aunque una fascista cambie su discurso, suavice sus palabras y se disfrace de moderada, sigue siendo un monstruo con ideología ultra, que tiene al totalitarismo como proyecto político y que, por el camino, odia todo aquello que no sea blanco, católico, heterosexual, patriarcal y normativo.

En cuanto a la política exterior, no nos engañemos, la propia Meloni aseguró durante la campaña italiana que Orbán es un demócrata y «un gentiluomo» (un señor). El triángulo de la ultraderecha europea entre Italia, Hungría y Polonia está servido, con la inestimable ayuda del fascista Steve Bannon, el mismo que ayudó a llegar a la presidencia a Trump en EEUU y a Bolsonaro en Brasil; y el mismo que se ha empeñado en hacer una liga de extrema derecha en Europa, una red de partidos con ideología fascista que colaboren entre sí. Y como añadido, no es para nada descabellado pensar que este triángulo se vea reforzado por la extrema derecha de otros lugares de Europa que, aunque no desde el gobierno, sean capaces de influir en las políticas de sus respectivos países, tal es el caso de Alemania, Dinamarca, Francia o también en España, donde ya han alcanzado el poder autonómico.

No cabe eludir cierta responsabilidad de las izquierdas en este ascenso de la ultraderecha hasta alcanzar tales nichos de poder. Tal vez no se ha sabido contraponer alternativas; quizá hace falta más pedagogía, más educación, más información... Y aunque no podemos olvidar que los medios de comunicación han lavado la cara al nuevo fascismo en busca de titulares, no hemos sabido aglutinar fuerzas para oponernos de forma unitaria a la extrema derecha.

Seguramente, todos los análisis coincidan en que el punto de inflexión fue permitir que quienes escupen odio entraran en espacios de opinión, posibilitando que el discurso simplón y populista del racismo, el machismo, la xenofobia, la LGTBI-fobia... llegue a todos los rincones. Esto, a medio plazo, ha propiciado que la extrema derecha participe del «juego democrático», y que se aproveche de sus debilidades apelando a la libertad de expresión e, incluso, tal y como estamos viendo últimamente, llegue a gobernar gracias al voto de la ciudadanía, cumpliendo las reglas de las supuestas democracias consolidadas europeas. Con esto, el nuevo fascismo se disfraza de demócrata y se normaliza su discurso cargado de odio.

David Pina, buen amigo y compañero de militancia en Alternatiba, me dijo en cierta ocasión que, a diferencia del fascismo clásico de entreguerras, el nuevo fascismo del siglo XXI o, como lo llama Enzo Traverso, el postfascismo, es la evolución de la derecha hacia su derecha, es darle un par de vueltas de tuerca a la derecha más extrema y más capitalista. Lo ocurrido en Italia es un claro ejemplo de ello: primero Berlusconi sembró una semilla de derecha extrema, ultraliberal y capitalista, y más tarde Salvini se subió al carro al servicio del capital con discursos más cargados de odio y propuestas políticas más fóbicas. Ahora, Meloni le ha dado la segunda vuelta de tuerca. Tenía el terreno preparado, labrado y abonado, solo ha tenido que recoger el fruto de lo sembrado, y su odio hacia el diferente ha brotado sin problemas en una Italia desconocida, tanto que parece no haber sufrido jamás en sus intestinos las calamidades del fascismo.

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