Aitor Elizalde Gastearena

¿Música rebelde en la Euskal Herria rebelde?

Es más fácil aferrarse a las certezas de lo conocido que a las incertidumbres de lo desconocido. Las zonas de confort pesan, y mucho

Que los tiempos cambian, y nosotras y nosotros cambiamos con ellos es una realidad de la que nadie está exento. Evolucionar, transformarse, en mi opinión, es un proceso necesario. Forma parte de nuestra vida, y me atrevería a decir que es intrínseco a nuestra propia existencia. Sin caer en obsesiones relativistas, muy propias de este tiempo, considero un sano ejercicio la revisión con cierta asiduidad, incluso, de nuestras más profundas convicciones.

Evolucionar en las distintas facetas de la vida , –personal, social, política–, tanto en aquellas que consideramos superficiales como aquellas que consideramos más profundas , –aquellas que identificamos directamente con la forma de ver y estar en el mundo–, es un proceso que exige un alto grado de valentía. Admiro aquellas personas que, sin obsesionarse, tanto desde un punto de vista personal como colectivo piensan y se repiensan. La crítica y la autocrítica son un buen antídoto para hacer frente a las inercias; muchas veces fomentadas por aquella personas que dirigen nuestras vidas a golpe de dictarnos lo que debemos o no debemos ser, pensar y hacer.

Es más fácil aferrarse a las certezas de lo conocido que a las incertidumbres de lo desconocido. Las zonas de confort pesan, y mucho.

De este proceso evolutivo, no escapan los grupos musicales. En Euskal Herria existen muchos que han sufrido, con peor o mejor resultado, procesos de estas características. Algunos de ellos, grupos musicales que han marcado toda una época en el imaginario colectivo de varias generaciones de jóvenes, con un marcado carácter transgresor-contestatario al orden establecido, por lo menos, en sus letras. Ellos también han cambiado.

Es innegable la influencia político-social que estos grupos musicales han tenido y tienen. Perfectamente podrían ser comparables, por su referencialidad, a líderes religiosos que, sin invocar a ningún Dios, se convierten en líderes espirituales. Máxime, si hablamos de personas y grupos «politizados»; es decir, la relación se da entre un grupo musical «politizado» y un público «politizado y politizable», ávido de oír aquello que lo hegemónico no dice, y por ello tremendamente vulnerable por influenciable, a no ser que se tenga un alto grado de espíritu crítico.

Estamos hablando de una clara relación de poder. Un público que asume con naturalidad que sus referentes hagan aquello que en sus canciones dicen criticar, asume una relación de subordinación. De ahí al endiosamiento, y del endiosamiento a exigir panteras rosas como condición para actuar en un concierto hay un paso.

Viene esta reflexión al hilo de un fenómeno que, sin ser novedoso, está adquiriendo una importante dimensión. Me estoy refiriendo a las maratonianas giras de «despedida» de grupos musicales que han sido referentes en Euskal Herria. Las últimas, las de Berri Txarrak y La Polla Records.

Sin entrar a valorar los motivos que llevan a estos grupos a realizar este tipo de conciertos, observo con extrañeza, cómo dos grupos de música identificados con un carácter transgresor, promocionan sus conciertos fomentando entre sus seguidoras y seguidores la necesidad, imperiosa por ser los últimos conciertos y compulsiva por el riesgo a quedarse sin entradas, de consumir el producto al más puro estilo «Black Friday» o como el primer día de rebajas, donde la gente se da codazos a la entrada del centro comercial de moda para conseguir el último modelo de iPhone. Reproducir el modelo de consumo capitalista, de transgresor poco ó nada tiene. Es obvio que, el fenómeno «fan-boy» acrítico no es exclusivo de Operación Triunfo.

No es cuestión de juzgar la trayectoria entera de una persona o un grupo por un único hecho por muy significativo que sea. No se si han cambiado ellos o he cambiado yo, pero del culto a la personalidad del pasado, he pasado a tomar decisiones y a juzgar los hechos en base a la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Animaría a todo el mundo a hacerlo. Puede ser la diferencia entre ser un punky de postal o no serlo.

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