Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Necesidad del espíritu

Pueblos y capas de trabajadores en activo que han abandonado a naciones que sufren y a sectores que debieran defender como se ha de proteger siempre la estructura moral de la gran familia humana.

En el curso de la historia del pensamiento ha sido muy difícil definir el contenido del término espíritu. Quizá haya que recurrir a Max Scheler para concretar la cuestión. Según el filósofo alemán, y así lo resume Ferrater Mora, el espíritu no es la inteligencia práctica, ni menos aún el psiquismo, sino la intuición de esencias que de una manera innata se muestran como valores conducentes a la libertad, a la objetividad y a la conciencia de sí que aparecen en el ser humano desde un origen trascendente. El espíritu es la revelación de la parte superior del alma que en él se gesta.

Ha sido necesario decir lo anterior para identificar la sustancia moral sobre la que aún se asienta, aunque tambaleante ya, la sociedad presente, carcomida de modo creciente por la violencia, la irracionalidad y el desprecio de la vida, que pasa de ser un bien común en la heredad indivisible de la existencia a convertirse en propiedad individualizada, manipulada y maltratada por quienes la utilizan como simple herramienta de sus intereses excluyentes. Es decir, en el análisis de lo que vivimos no aparece ya con relieve esa sustancia trascendental del espíritu, que nos hermana o debiera hermanarnos en la libertad y la justicia, o lo que es lo mismo, en lo que nos hace capaces de verdadero y noble pensamiento. Desgraciadamente podríamos recurrir, para resumir la situación en que nos hallamos, al clarificador lenguaje mítico que habla de una resurrección tempestuosa del pecado original, bazofia elaborada cotidianamente ahora por la detestable ambición encarnada en un monstruoso regente del crimen ¿Exagerado el dictamen? Abran los ojos y vean.

En suma, la existencia actual es una existencia puramente mecánico-científica que denunciaron incluso marxistas de la vieja escuela soviética como el profesor Modrzhinskaia, que escribe en su obra “El futuro de la sociedad”, ya en el 1973: «En el proceso de formación de la nueva sociedad industrial, encabezada por los tecnócratas, se produce irremediablemente un acercamiento creciente entre el socialismo y el capitalismo. A consecuencia de este acercamiento deberá surgir una sociedad donde los problemas serán resueltos con arreglo al enfoque puramente profesional de la élite tecnocrática… La teoría de la similitud creciente del socialismo y el capitalismo es expandida por algunos teóricos y prácticos de la planificación en los países capitalistas. Tomando sus deseos por realidades afirman que los fines de la política económica del Oeste y del Este se van acercando cada vez más, debido a lo cual ambas estructuras económicas avanzan en dirección a una ‘estructura óptima’… Muchos escritores, científicos y hombres públicos destacados de Occidente plantean con frecuencia creciente la cuestión de que está aumentando el aislamiento mutuo entre la cultura «humanística» precedente y la que está surgiendo ahora como un derivado de la revolución científico-técnica, lo que entraña consecuencias muy graves para el futuro de la humanidad… G. Walter Hansen ve en la especialización científico-técnica la creación de un clero científico irresponsable, absorbido por sus liturgias y sus misterios y, luego, la revulsión popular contra los conocimientos científicos, un brusco bajón del crédito científico que sumergiría a la humanidad en épocas tan terribles y prolongadas como lo haría una guerra atómica... (Todo esto) de la contradicción entre ciencia y cultura (moral) daría lugar al repudio de la ciencia por las generaciones posteriores, (originando) un creciente sentimiento de protesta contra el empobrecimiento espiritual, un factor, además, de la lucha ideológica que está socavando los pilares ideológicos del mundo capitalista… Por su parte el científico inglés A. Standon escribe con gran alarma sobre la conversión de la ciencia en vaca sagrada que abuse de su poderío y transforme a los hombres en nulidades adaptándoles a una supuesta dicha científico-sintética».

La larga cita anterior quiere subrayar la importancia decisiva que los ingénitos valores espirituales tienen incluso para un marxista ortodoxo, aunque no se trate en este caso de una espiritualidad enfocada desde un observatorio religioso. En este sentido hay que tener muy en cuenta el motor espiritual que movió indignadamente hacia la justicia social los primeros escritos del joven Marx, autor de la malentendida frase de que «la religión es el opio del pueblo», que él entendía no como una forma de intoxicación ideológica siniestra sino como un consuelo casi fisiológico ante lo que las masas padecían como irremediable. Hablo una vez más del Marx de “La Gaceta Renana”.

Lo espiritual como dimensión suprema del ser humano revestido de necesidades y deseos no puede subordinarse a un poder que ha decidido clausurar, con múltiples procedimientos, la libertad y la soberanía de un pueblo o de un individuo que no en pocos casos ha acabado por vender su dignidad y su capacidad de pensamiento dialéctico por menos de treinta monedas. Una venta que no solo incluye el alma, sino el mismo lenguaje convertido en vítor servil. Pueblos y capas de trabajadores en activo que han abandonado a naciones que sufren y a sectores que debieran defender como se ha de proteger siempre la estructura moral de la gran familia humana. Defender a todos ante un bloque aberrante de poderes que además se hundirá irremediablemente con todo el esclavismo en la bodega.

Repito lo dicho anteriormente: ¿exagerada la presunción que me conduce?  Pues abran los ojos y vean.

Este empobrecimiento del espíritu, eliminado casi por una modernidad que lo ha sustituído por un psicologismo liviano, alcanza incluso destructoramente a la elegancia en las expresiones políticas, económicas y sociales, cada vez más menospreciablemente ejercidas. La elegancia como vehículo ático que aloje la creación multiplicada y expansiva de todo lo valioso. Esa elegancia que ha quedado destrozada en viajes de mercadillo dinástico –de una dinastía ilegitimada desde la Transición– como el realizado por el actual rey de España al tribunal supremo de Davos, a fin de obtener de los ásperos poderes económicos lo que su gobierno ha arruinado en los últimos años. España huele ya a República. Un viaje, repito, arruinado con una sola frase: «En España se respeta la ley». ¿Era necesario decir esa simpleza que además es insostenible? ¿No existe en Madrid un  jefe del Gobierno capaz de extender la top-manta ante los dueños del mundo sin comprometer nada menos que al monarca? Insisto. Una elegancia que ha sido arruinada por la torpe ministra de defensa, Sra. Cospedal, que ofrece aumentar el gasto militar en unos presupuestos en que la asistencia social está por los suelos en todos los sentidos. Una elegancia destruida por la violencia policial, por el desbordamiento y agresividad de unos jueces fuera de sitio y por la simpleza chabacana de un ministro del Interior que anuncia la imposibilidad de que el aún president de la Generalitat de Catalunya entre en España aún encogido en «el maletero de un coche». Gracia andaluza de quisquillas con manzanilla selecta. Una elegancia maltratada incluso por la pobreza intelectual de una «brillante» profesora danesa que juega así con la lógica en su interrogatorio al Sr. Puigdemont: «¿Democracia es sólo hacer referendos y encuestas de opinión o también respetar la legalidad y la Constitución?». Pues mire usted, Dra.Wind, nada menos que directora del Centro Político Europeo: democracia es ante todo respetar la libre expresión de la ciudadanía, que es el único poder capacitado para hacer leyes y constituciones. Es terrible pensar en la decadencia del espíritu, que puede introducir la estupidez en la Universidad.

¿Tenemos derecho los ciudadanos a serlo verdaderamente? ¿Tenemos derecho a levantarnos frete al frenesí de la injusticia? Yo soy un republicano catalán que cree que sí. Y que el ángel que detuvo el cuchillo de Abraham me salve también a mí.

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