Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Nos siguen matando y se siguen extrañando

Está claro que los mecanismos de protección, de evaluación del riesgo, están fallando cuando el 40% de las mujeres asesinadas en diciembre habían interpuesto alguna denuncia.

La violencia contra las mujeres se expresa de múltiples formas, no es la única violencia del mundo, aunque la magnitud y prevalencia de la violencia sexista adquiere tal dimensión que se hace incomprensible tener que recordar que existe. Visibilizar una realidad no debería implantarse negando otras, pero no todas las violencias responden a las mismas motivaciones. Hay una tendencia a equiparar situaciones que no son lo mismo, aunque la consecuencia sea la misma, como ocurre en una agresión o en un asesinato, que su origen no es equiparable cuando es sexista que cuando es racista, homófoba o cuando se combinan dichas variables. Hay un mantra negacionista que busca homogeneizar la violencia que se ejerce contra las mujeres con la que pueden sufrir los hombres, con esa frase tan recurrente de «pero también hay mujeres que maltratan». Y no, no es lo mismo, ni ocurre por los mismos motivos, aunque el efecto en lo personal sea igual de desgarrador. Casi todos los asesinatos del mundo son ejercidos por hombres, ¿quiere ello decir que los hombres son el origen del mal? No. ¿Quiere ello decir que es inevitable porque forma parte de la naturaleza masculina? Pues tampoco. Es la socialización para el ejercicio del abuso de poder, para el control, la violencia y la explotación. Además de la ausencia de una mirada crítica con respecto a esa socialización, lo que permite que haya hombres que se sienten con el «derecho» de acabar con la vida de quién, normalmente, ya no quiere continuar doblegándose a su mandato; pero es que antes del asesinato, hubo múltiples violencias que no tuvieron la suficiente sanción social. Las leyes son integrales porque su actuación debe de exceder el caso aislado para incidir en lo estructural, en la prevención.

Nuestro quehacer como feministas tiene que estar en poder descifrar la realidad y, frente a ella, señalar aquello que consideramos injusto y que, por tanto, es modificable, porque forma parte de nuestra cultura, de una serie de valores que compartimos, sobre los que edificamos la normalidad. La amenaza de la violencia a través del terror sexual, en el que somos socializadas todas las mujeres, supone un impacto real en la vida del conjunto de las mujeres, una restricción de los derechos, de la capacidad de proyectarse desde una individualidad segura y autónoma, porque desde pequeñas escuchamos los mensajes que ponen el foco sobre nuestras conductas. Las campañas de diferentes instituciones han reforzado ese imaginario: por ir con mallas, por ir sola. Nos debatimos entre cómo proyectamos la seguridad, las alertas en las mujeres y, a su vez, cómo interpelamos a los hombres y al conjunto social en su responsabilidad de actuación. La carga de los mensajes no puede estar en ninguna parte aislada porque nos conduciría al error. Así que es necesario conjugar la interpelación y sanción a los responsables, con los mensajes de autodefensa feminista. ¿Y ya está? No, porque estaríamos nuevamente actuando en lo particular, sin incidir en lo estructural, por eso no me gusta mucho nuestro lema de «contra la violencia machista, autodefensa feminista», porque se queda corto y refuerza la imagen que se tiene de ambas, de pelea.

En este año que acabamos de inaugurar, me gustaría saber cómo vamos a descifrar esa realidad y, no menos importante, cómo conectamos con la gente. Cuál es la agenda feminista que nos aúna, cuáles son las propuestas que podemos desarrollar. Una conexión con la gente que vaya más allá del «ahí sí, vale, lo de la igualdad», que nos permita desvelar las claves para que todas las personas podamos identificar los elementos que nos permiten trabajar a favor de una igualdad real. Me preocupa la discrepancia entre discurso y realidad. Los datos nos dicen que la desigualdad, en todas sus variables, aumenta. El lema feminista de «lo personal es político» se ha hecho bandera y, a la par, parece que mucha gente que se aferra a ese lema ha olvidado que «lo político es social».

En la narrativa política tenemos como un sensitómetro activado para ver quién sufre más. Sufrir es algo subjetivo, pero cuando lo convertimos en político, deberíamos recordar que en ello va incluido el que se diluya un poco el «yo», para que nuestras experiencias formen parte del nosotras. Ahora bien, para actuar en la protección de la vida de mujeres en riesgo de ser asesinadas es necesario disponer de todos los elementos de análisis, incluidas las circunstancias personales en las que el nivel de percepción subjetivo de sufrimiento no es un buen indicador. Tampoco los algoritmos que se utilizan para señalar el riesgo. En una jornada de la OSI Bilbao-Basurto, la profesora Lorena Fernández señalaba que las aplicaciones para detectar los riesgos configuran algoritmos que están sesgados porque alguien tiene que pensar cuáles son los ítems a valorar e introducir los datos. Una vez más, la formación de profesionales es fundamental. Recientemente, la exjefa de una unidad de la policía me indicaba que uno de los errores en la protección era contactar con las mujeres víctimas para verificar si están bien porque la autopercepción del riesgo siempre es baja. Cuando lo que hay que hacer es contactar con los victimarios para que sientan que la mirada está sobre ellos. Está claro que los mecanismos de protección, de evaluación del riesgo, están fallando cuando el 40% de las mujeres asesinadas en diciembre habían interpuesto alguna denuncia. Eso es parte de lo que las instituciones tienen que analizar, y estaría bien consultar a las expertas, que parece que ya tienen suficientes elementos de análisis y propuestas de intervención.

Deberíamos exigirnos, en este modelo de lo personal, responsabilidad sobre lo que ocurre en el ámbito social, para desbrozar lo que desde la individualidad se queda muy lejos de explicar el origen y perpetuación de la violencia contra las mujeres. Actualmente, según los sistemas de protección, que ya han evidenciado su imprecisión, en el Estado hay 700 mujeres en riesgo grave y 17 en riesgo extremo de ser asesinadas, pero lo grave, es que sabemos quiénes van a ser sus asesinos. Nos matan, no nos extrañemos: actuemos.

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