Josu Iraeta
Escritor

Pedro Sánchez tiene miedo

Pudiera parecer que la cabecera de este trabajo se aleja de la realidad, pero la historia de su partido, el PSOE, nos dice que es absolutamente real. ¿Recuerdan ustedes cómo el 23 de febrero de 1981, un aguerrido guardia civil «dictó sentencia» a tiros en el Congreso de Madrid, trazando el camino a seguir por la democracia española? ¿Lo recuerdan?

Tras este oscuro capítulo de la historia de España, fueron muchas las personas que –acertadamente− levantaron acta de defunción del impulso que hizo crecer las organizaciones de izquierda en los últimos años del franquismo.

Y es que en aquella época todo era tan difícil (?) que la mayoría de los movimientos sociales se estrellaban ante la impermeabilidad del sistema político español que, con su centralismo extremo, hacía que fuera imposible llegar a variar lo más mínimo la política gubernamental.

Así es como desmovilizaron a las organizaciones feministas y neutralizaron al movimiento antinuclear –esto ya obra del PSOE− derrotando la campaña contra la guerra del Golfo (Bush padre).

Para mayor paralelismo con el presente, quiero recordar la sustitución en la presidencia de EEUU de James Carter, por Donald Reagan, pues es evidente que tuvo repercusiones directas en la política española, ya que las exigencias del «amigo americano» incitaban a una rápida integración en la OTAN.
A mediados de 1981 se crearon los primeros comités anti-OTAN, el propio PSOE protagonizó una campaña con el ilustrativo lema «OTAN, de entrada, no».

De todas formas, en octubre del mismo año, el Congreso aprobó la integración. A destacar la brillante y sólida intervención de Felipe González, afirmando que «si se entraba en la OTAN por mayoría simple, se saldría por mayoría simple».

Si en la actualidad, la izquierda española en su conjunto es débil en cifras, licuada en pensamiento y roma en proyectos, hace cuatro décadas no estaba mucho mejor. El Partido Comunista de España (PCE) estaba próximo al desguace. Su ciclo desintegrador dio comienzo en Catalunya, siguiendo Euskadi, Madrid, etc. Divisiones, escisiones, enfrentamientos, lo cierto es que no frenaron hasta que se fue el −en mi opinión− artífice y causante de todo, Santiago Carrillo, consiguiendo que sus seguidores se integraran en el PSOE.

Todo ese movimiento enfrentando y destrozando una organización sólida y de fuerte prestigio, no fue por casualidad y la prueba se vio en las elecciones de 1982, el masivo desmarque de los comunistas hundió al PCE y metió a Felipe González en la Moncloa.

Entonces como ahora, el PSOE abrió las puertas de la administración a personal político no etiquetado expresamente de derecha y, en particular, a cierta «intelectualidad orgánica», polivalente y camaleónica.

Entonces como ahora, el PSOE absorbió muchos cuadros políticos, tránsfugas con distinta denominación de origen que, a pesar de su discutido y escaso juego, ahora los controla y los mantiene dentro.

Es así como lo hicieron entonces, y es así como ahora han decapitado lo que quedaba de izquierda en el panorama español.

Con la llegada del PSOE a la Moncloa, los españoles creían (como creían hasta no hace mucho) que su gobierno de izquierdas era una ruptura con la historia reciente de España, pero la ilusión duró poco. Muy pronto se dieron cuenta de que la política del PSOE era de derechas. Baste recordar la reconversión industrial, la aplicación de la Ley Antiterrorista (1983) incorporada al Código Penal, la orientación neoliberal de la política económica, la aceptación de la OTAN, la defensa que de los grupos parapoliciales (GAL) hizo Felipe González al referirse a «los desagües del Estado», etc.

Hoy como entonces, la contraposición entre libertad y seguridad, la permisividad ante la tortura, sin olvidar su contubernio con «algunas» centrales sindicales.

Hoy como entonces, el PSOE prostituye las instituciones, las utiliza en nombre de la democracia, ocultando la defensa exclusiva de sus intereses.

La democracia del PSOE se fundamenta en la aritmética, pues equipara la mayoría numérica a la posesión de la verdad y la razón –no es el único− y esta es una ecuación peligrosa, porque la mayoría numérica no equivale al monopolio ni de la verdad ni de la razón.

El PSOE de Pedro Sánchez, «como antes lo hicieron otros», ha puesto las instituciones al servicio y mantenimiento de su propia organización.

El señor Pedro Sánchez dirige un PSOE que lleva décadas sumergido en la indefinición. Abandonado el socialismo, su carácter actual también se aleja de la socialdemocracia, hoy es una mezcla de liberales, comunistas reciclados, verdes y democristianos.

Decidir arbitrariamente qué proyecto no puede defenderse como una opción política, además de aclarar dudas a quien las tuviere, refleja la debilidad moral e ideológica de un gobierno que se desnuda ante Europa.

Usted, señor Pedro Sánchez, sabe y conoce, como saben y conocen su gobierno y su partido PSOE, que hoy hay personas –militantes vascos− que sufren condena en la cárcel porque previamente fueron torturados.

Sin embargo, usted, su gobierno y su partido, el PSOE, miran para otro lado, lo que demuestra que carecen de la necesaria convicción democrática.

¿A quién teme el señor Pedro Sánchez, presidente de Gobierno?

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