Josu Perea Letona
Sociólogo

Pensar desde la izquierda

Es imprescindible acercarnos a los profundos cambios sociales y políticos  que estamos experimentando, y a su desarrollo en el tiempo presente y futuro. Necesitamos profundizar sobre los  nuevos fenómenos políticos y sociales  y las estructuras que conforman y organizan la política.

La izquierda «tradicional» cada vez se ve más alejada de los sentimientos que mueven a gran parte de los individuos. Los estudios demoscópicos nos muestran cómo las cuestiones de clase cada vez son menos determinantes (no digo que no influyan) en la toma de posiciones políticas o en la decisión del voto. Estamos viendo cómo las posiciones políticas de los sectores de quienes defienden los avances sociales, los programas y las propuestas de la izquierda, se van concentrando (yo diría refugiando) sociológicamente, entre las clases medias y en los ámbitos académicos e intelectuales.

El cuadro ideológico que surge, tras el vacío dejado por las grandes ideologías anteriores, no tiene las aspiraciones tan determinantes como las que tenía el marxismo y se van refugiando en el imaginario alternativo al capitalismo. Las ideologías que surgen son más abiertas, y aunque siguen manifestando anhelos transformadores profundos, no representan (ni pretenden), ni tampoco podrían constituir una ideología integral, finalista.

Los cambios que se están produciendo en la sociedad requieren de una nueva forma de pensar y de actuar desde la izquierda  y de  un replanteamiento y adaptación de los conceptos y los marcos de pensamiento que se han venido utilizando. Términos como clase social, movimiento obrero, ciudadanía, han de entenderse a la luz del tiempo presente, teniendo en cuenta la heterogeneidad de las demandas sociales del nuevo tiempo, siendo conscientes de cómo las antiguas categorías políticas y sociales quedan diluidas ante el emerger de nuevos actores sociales.

Este replanteamiento, no es el resultado de la crisis de la ideología de la izquierda o de la inadecuación de las categorías políticas, sino que es consecuencia «normal» de la compleja evolución social. Son momentos críticos en los que las clases populares son víctimas del hundimiento de los vínculos colectivos y de la erosión de los mecanismos solidarios. Son tiempos muy inciertos donde lo distópico se nos muestra cada vez más real.
 
En las democracias capitalistas desarrolladas se ha generalizado el sentimiento de que el sistema político-económico no funciona y se está desmoronando. Las democracias que surgieron en el mundo occidental tras la segunda guerra mundial, ni se las ve ni se las espera. Detrás de todas las afirmaciones que ensalzan la democracia, la libertad y los derechos humanos, se ocultan los más cínicos cálculos económicos y estratégicos.

Hoy, las democracias y el orden internacional están en manos de un capitalismo voraz que se nos presenta como inexpugnable. Es tal su degradación que, a las democracias, identificadas y asociadas a la libertad y los derechos humanos, no se las reconoce ni siquiera en su estructura formal, desbordadas y humilladas por las cuestiones geoestratégicas que se «ciscan» en el orden internacional.

Unas democracias, que no solo no ponen coto al genocidio de Israel sobre el pueblo palestino, como estamos contemplando horrorizados, sino que son cómplices necesarios y productoras en serie de guerras y catástrofes que en nombre de la libertad están arrastrando a la humanidad a la barbarie más absoluta.

En un artículo anterior donde analizaba la influencia de las guerras culturales, hacía referencia a un trabajo demoscópico sobre las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid publicado por El Salto. Este trabajo muestra el voto en esas elecciones en función de la renta, y, de él, se extraen importantes elementos para entender algunas claves sociales y políticas del panorama actual. Solamente destacar un dato de este trabajo que señala cómo el voto más transversal se le otorga al PP, que resulta el partido «claramente» más votado en todas las franjas en función de la renta, es decir, que tanto los que tienen menos ingresos como aquellos que tienen los mayores ingresos, eligen al Partido Popular como la mayor opción. En ese mismo trabajo se puede comprobar cómo es entre las clases medias y medias altas donde las fuerzas a la izquierda del PSOE adquieren mayor representación, por encima del PSOE.

El ejemplo de Euskal Herria, es una rara avis en el devenir de los avances de la ultraderecha en España y en el mundo, seguramente porque somos un país «rebelde», que acumula en su conciencia histórica colectiva ese espíritu de resistencia ante un mundo inmerso en una cruzada de intenso adoctrinamiento ideológico contra las conquistas sociales del que tampoco estamos inmunizados.
En la izquierda nos echamos las manos a la cabeza, incapaces de comprender cuando vemos a clases pauperizadas votando opciones de derecha y extrema derecha. Este fenómeno ya ha sido analizado en numerosas ocasiones desde diferentes ángulos sin que desde la izquierda hayamos llegado a entender lo que consideramos un tremendo anacronismo. Se ha analizado desde la «Psicología social» entendiéndolo como una Disonancia Cognitiva, que no quiere decir otra cosa que actuar en contra de aquello que nos beneficia.
 
Se ha estudiado también desde el «Psicoanálisis» con aquello que Freud denominó Pulsión de Muerte, que tiene que ver con la necesidad primaria que tiene el ser viviente de retornar a lo inanimado. Es el recuerdo de un pasado soñado, aquello que señalaba Jorge Manrique en Las coplas a la muerte de su padre  de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Incluso, se ha tratado de entender desde la «Antropología», visto desde la sumisión animal hacia el fuerte, hacia el poderoso. El filósofo Carlos Fernández Liria nos recuerda cómo durante la restauración del absolutismo en España en 1823, las masas y el vulgo, ebrios de alegría, aplaudían al absolutismo con el grito reaccionario de «Vivan las Cadenas».

Umberto Eco analizaba los 14 síntomas del fascismo eterno y señalaba una serie de características que lo definen y a las que denomina «Ur-Fascismo». Cualquiera de las manifestaciones ideológicas de la extrema derecha que están aflorando en el mundo se reconocen de una u otra forma (o en todas) en este Ur-Fascismo: desde el elitismo, el irracionalismo, el culto al heroísmo (vinculado estrechamente al culto a la muerte), el culto al tradicionalismo que lleva implícito el rechazo a los avances sociales, el “populismo cualitativo” en el que los individuos no tienen derechos, y el «pueblo» se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la voluntad común (la voluntad de todos los españoles, la lengua común….), su concepto monolítico de la sexualidad. Son todas ellas formas que no pueden ser encuadradas en un sistema, decía Umberto Eco, muchas de ellas se contradicen mutuamente, y son  típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista.

No hay soluciones mágicas, pero es fundamental que la ciudadanía plante cara al cinismo y venza la resignación, porque de ellos dependen los autócratas y los poderosos siempre prestos a subvertir la resistencia. Es en este escenario en el que tiene que abrirse paso la izquierda, siempre impregnados de ese idealismo, porque sin él la política se reduce a una forma de contabilidad social, a la administración cotidiana de personas y cosas. Esto también es algo a lo que un conservador puede sobrevivir muy bien, pero para la izquierda significa una catástrofe.

¿Qué tiene de malo el capitalismo, y cómo podemos cambiarlo? Se preguntaba Erik Olin Wright en su reciente obra póstuma "Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI". El capitalismo ha transformado el mundo y aumentado nuestra productividad, a costa de un enorme sufrimiento humano y de dinamitar el futuro ecológico del planeta. Si queremos que haya un mañana para todos, debemos pensar un horizonte anticapitalista consagrado a la prosperidad humana. Necesitamos un diagnóstico claro de los males del capitalismo, pero en lugar de presentar una lista arbitraria de defectos, Erik Olin Wrigth, organiza la crítica al capitalismo en torno al incumplimiento de tres pares de valores «Igualdad/equidad, democracia/libertad, y comunidad/solidaridad». Juntos, estos valores forman los cimientos del socialismo revolucionario.

Estamos experimentando con nuevas formas de resistencia a la dominación global. En el año 2007 se hablaba del reto alter-globalización señalándolo como un movimiento alternativo. Era un movimiento social crítico que salió del génesis posmoderno criticando la teología política dominante, un movimiento que aspiraba a ser global. Fernández Buey reflexionaba sobre este movimiento que se presentó en tiempos de desigualdades profundas marcadas por la ideología de la guerra preventiva para fomentar la guerra de civilizaciones, como representación genuina de lo que podría ser una sociedad civil global. Es posible que tal aspiración, señalaba, sea una utopía en el sentido propio de la palabra, pero, para sus activistas, era una utopía pertinente, una utopía que hace falta, pues gran parte de lo que un día se llamó sociedad civil, si es que alguna vez hubo algo que respondiera con verdad a una apelación así, se había ido haciendo «incivil» en la época que los ideólogos han llamado del fin de la historia.

Por introducir una pequeña síntesis a las grandes preocupaciones que embargan nuestro pensamiento y nuestra acción política, se podría concluir con que, si no se consigue aunar todas las resistencias emancipadoras frente a las lógicas dominantes, capitalistas y productivistas, las fuerzas progresistas dejarán el campo libre al poder para que instrumentalicen la desesperación, con el miedo como ariete principal.

Tenemos la necesidad de reflexionar y pensar. Pensar desde la izquierda en la forma de afrontar este  nuevo tiempo que demanda rearmar el pensamiento crítico de la izquierda para que nos ayude a crear nuevas vías para el desarrollo humano y social más justas, equitativas y verdaderamente sostenibles. Necesitamos reequilibrar y resolver la contradicción que tiene la sociedad entre lo social y lo individual, heredada de la imposición de valores neoliberales en este proceso de globalización.

Una verdadera revolución es, por tanto, como señala Patrick Le Moal en su trabajo "Pistas y problemas para la revolución hoy", un movimiento que implica a la inmensa mayoría de las personas explotadas y oprimidas, que se unen en el rechazo al orden existente y en torno a un proyecto político alternativo para el conjunto de la sociedad.

Se trata de reflexionar sobre el tipo de organización que se adapta hoy a esta perspectiva, sobre lo que es deseable y lo que es posible (desde el punto de vista revolucionario). Cada una de estas pistas merece desarrollos mucho más amplios. Pero proponer un marco de lo que se debe discutir es ya una manera de comenzar.

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