Álvaro Cía
Asociación Sumaconcausa

Planificación estratégica urbana en Iruña

El propio diseño de la ciudad o barrio es político, y condiciona las relaciones que se dan en dicho espacio y, por tanto, afecta directamente a la vida de las personas que lo habitan.

Se celebró el pasado martes una jornada sobre planificación estratégica urbana. No deja de ser una buena noticia la unión de Pamplona a CIDEU, red de ciudades para el Desarrollo Estratégico Urbano. En la planificación estratégica urbana hablamos, como no puede ser de otro modo, de procesos participativos. El propio proceso participativo se convierte en fin en sí mismo entendido como instrumento para el fortalecimiento de la comunidad, conocimiento, cohesión y participación democrática entre iguales.

En el diseño y en la arquitectura participativa hay que responder a las demandas de distintos grupos de interés, principalmente porque demasiado a menudo se ha dado una fuerte mercantilización del espacio urbano, que viene dada por la presión ejercida por el sector empresarial, más habituado a ejercer como grupo de presión o lobby que otros grupos de interés. Vemos que en los foros de participación sobre movilidad que se dan en esta ciudad, si bien son una experiencia prometedora y que suponemos irá mejorando, vale la pena señalar ciertas carencias, ya que existen grupos de interés importantes pero que, por diferentes dificultades o singularidades propias, no pueden participar en dichos foros. Nos referimos por ejemplo a los que podrían representar a una ciudad que sirva al uso e interés de niñas y niños, personas mayores, discapacitadas o con capacidades diferentes, encargadas de cuidados, sectores desfavorecidos, etc. Es decir, que si estamos hablando de una ciudad configurada con vistas al futuro y que favorezca la participación ciudadana, tendremos que implicar a todos los grupos de interés y tendremos que hablar de una ciudad en transición hacia una civilización sin petróleo, que no esté diseñada para el patriarcado y el capitalismo, sino diseñada para favorecer procesos relacionales en los que las personas sean ciudadanía activa, actores y actrices, y no meras espectadoras de un futuro en el que no son las protagonistas.

No faltan quienes, con la excusa de adecuar las ciudades al futuro, piensan en reverdecer nuevos brotes de inversión, el llamado capitalismo verde. El negocio del coche eléctrico entra como adalid de esta visión de futuro, pero no olvidemos que el coche eléctrico se alimenta en su mayoría de energía producida por derivados del petróleo 23%, nuclear 21% y carbón 14% , según datos de 2016. El coche eléctrico puede ser una alternativa, pero solamente si su carga se realiza, por ejemplo, con puntos de recarga alimentados con energías renovables in situ.

El propio diseño de la ciudad o barrio es político, y condiciona las relaciones que se dan en dicho espacio y, por tanto, afecta directamente a la vida de las personas que lo habitan. Como indica el arquitecto Christopher Alexander, «el símbolo es la organización del ejército, estudiada expresamente con el fin de crear disciplina y rigidez. Cuando una ciudad está concebida en forma de árbol, el mismo fenómeno se repite en la ciudad y en sus habitantes». Podemos decir que la configuración de la ciudad favorece modos de vida tradicionales y conservadores, constriñendo la creatividad y la emancipación de la propia ciudadanía. Su autonomía estética se ve mermada. Tal y como se estructuran las ciudades «no corresponden a realidades sociales. Su ordenación física y su sistema de funciones denuncian una jerarquía de grupos cerrados, siempre más rígidos, que van desde la ciudad entera hasta la familia; cada grupo constituido por lazos asociativos de distinta fuerza». Así Alexander distingue entre ciudad árbol y ciudad natural: una ciudad en árbol se despliega en forma vertical y jerárquica y, en ella, no hay mezcla entre sus elementos y conjuntos mas que volviendo a ascender hacia los nodos de unión. En una ciudad natural las fronteras entre barrios son permeables, se interrelacionan y mezclan.

La apuesta por una ciudad que desde su configuración se planifique hacia el futuro tendrá que ser en clave estratégica, anticipándose a un futuro post-industrial de auténtico progreso humano. No el pseudo-progreso que estamos acostumbrados a escuchar por parte de la plutocracia, relacionado normalmente con el producto interior bruto, sino un desarrollo en sectores políticos, económicos, científicos y, en general, de comportamiento humano, que favorezcan la convivencia pacífica, el bien común y la sostenibilidad medioambiental sin agotar los recursos ni contaminar el planeta. Este nuevo desarrollo tras la era del petróleo llevará sin duda a re-localizar la producción de alimentos y de energía, así como las poblaciones humanas, obligadas a dirigirse a lugares vinculados a desplazamientos más cortos y buscando la autosuficiencia. Los residuos tenderán a minimizarse y la producción se dirigirá a procesos cerrados teniendo como valor principal y prioridad el ciclo de vida de los productos y construcciones, y su huella ecológica. No es poco lo que resta por recorrer y muchos los cambios a realizar en el imaginario colectivo, empezando por desterrar proyectos mastodónticos y grandes infraestructuras, y favoreciendo la re-localización y la autonomía energética, alimentaria y de empleo ligado al territorio.

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