Por un futuro en paz, posible y dialogado
Nuestra línea ideológica fue y sigue siendo, congreso tras congreso, Montejurra tras Montejurra, el socialismo de autogestión global y el federalismo. Porque no estamos dispuestos a renunciar a nada; ni a la transformación revolucionaria de la sociedad ni a los valores del pluralismo democrático.
Socialismo, democracia y convivencia, tres conceptos fundamentales.
Compañeros y compañeras: un año más acudimos a nuestra cita anual en Montejurra, un lugar de referencia histórica del carlismo contra toda forma de liberalismo y de fascismo.
En esta ocasión quisiera exponer unas reflexiones sobre los conceptos de «socialismo» y de «democracia», que considero de rabiosa actualidad ante el panorama político e ideológico actual de las diversas izquierdas.
Uno de los grandes éxitos del capitalismo en el pasado siglo XX fue fijar en el imaginario colectivo una supuesta equivalencia entre liberalismo y democracia, identificando en cierta manera la siempre nefasta «libertad del mercado» con las siempre necesarias «libertades de la ciudadanía». Esta falacia no solamente perdura todavía en este siglo XXI, sino que además fue asumida en mayor o menor medida por gran parte de las izquierdas.
Hace ya un siglo, después del fin de la Primera Guerra Mundial, se produjo una de las mayores crisis del movimiento obrero en particular y la izquierda política en general: la escisión entre los partidos socialdemócratas y los marxistas-leninistas. Curiosamente, a pesar de todas sus múltiples e importantes diferencias, unos y otros, socialdemócratas y comunistas, en su devenir histórico acabaron asumiendo la falacia de la que os he hablado, asociando los principios esenciales del liberalismo económico con los de la democracia política, relacionando y confundiendo dentro de un mismo esquema la lacra de la explotación capitalista con el pluralismo político e ideológico de los partidos democráticos. Así, unos, los socialdemócratas, renunciaron al horizonte revolucionario del Socialismo, de la construcción de una sociedad sin clases, sin explotadores y sin explotados, conformándose con un modelo de gestión gubernamental que suavizase y paliase algunos de los efectos más destructivos y nocivos del Capitalismo; mientras que otros, los marxistas-leninistas, creyendo que era posible construir una sociedad mejor prescindiendo tanto de las libertades cívicas como del pluralismo político, trasformaron la utopía socialista en la distopía estalinista, estableciendo en aquellos países donde triunfaron, sistemas políticos claramente autoritarios, cuando no directamente totalitarios.
Por todo ello, cuando en la década de 1970 los militantes carlistas reformulamos nuestra tradicional ideología conforme a los parámetros de la modernidad, optamos por situarnos al margen tanto de la tradición socialdemócrata como de la comunista. Éramos conocedores (por la experiencia transmitida por nuestros mayores), de cuál es la naturaleza esencialmente oligárquica y opresiva del liberalismo; pero igualmente aquellos que vivimos esa época éramos también conocedores (por nuestra propia experiencia en permanente conflicto y oposición con la dictadura franquista), de que los derechos y libertades individuales, como los de asociación, expresión y manifestación, entre otros muchos, son herramientas imprescindibles en la lucha del movimiento obrero y popular por construir una sociedad más justa. Por eso nuestra línea ideológica fue y sigue siendo, congreso tras congreso, Montejurra tras Montejurra, el socialismo de autogestión global y el federalismo. Porque no estamos dispuestos a renunciar a nada; ni a la transformación revolucionaria de la sociedad ni a los valores del pluralismo democrático. Si el socialismo es la gestión social y política de la riqueza existente en función de criterios solidarios, todos los miembros de la comunidad deben poder participar como sujetos activos en la vida social y política de su comunidad. Si la democracia es la libre participación de la ciudadanía en los asuntos políticos, todos los ciudadanos deben poder disponer de unas condiciones de vida dignas para ser realmente «libres».
Aquí y ahora, los avatares de la política internacional han puesto de relieve, una vez más, las contradicciones de diversos sectores vinculados en unos casos a la tradición comunista y en otros a la socialdemocracia. Los primeros, incapaces de superar la inercia prosoviética a pesar de los treinta años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín, han sido incapaces de condenar la invasión rusa del territorio de Ucrania. Y esa incapacidad política es consecuencia inevitable de su incapacidad en el terreno ideológico para percibir y asumir coherentemente cual es el papel agresivo y del agresor de la Rusia de Putin. Los segundos, en el caso español, han avalado y legitimado la ocupación del Sahara Occidental por el régimen dictatorial vigente en Marruecos. Y lo han hecho a causa de su actitud servil hacia el imperialismo norteamericano, baluarte mundial del liberalismo anglosajón. La misma actitud servil que condiciona y determina la subalternidad acrítica del estado español en todo lo referente al militarismo de la OTAN. Por oposición al Liberalismo al que identifican erróneamente con la Democracia, no pocos antiguos comunistas se han convertido en satélites de una potencia imperialista y militarista como es Rusia; mientras que por adhesión al liberalismo al que los otros asocian equivocadamente a la democracia, muchos de los antiguos socialdemócratas operan igualmente como comparsas de otra potencia imperialista y militarista como son los Estados Unidos.
Mientras tanto en las Españas, en los pueblos que conforman el Estado español, está avanzando lenta pero inexorablemente un nuevo tipo de extrema derecha. La escasa capacidad para transformar a la sociedad española que ha mostrado El Gobierno central más a la izquierda de nuestra historia reciente, por un lado, y la complicidad del Partido Popular rompiendo los cordones democráticos, por otro, son algunas de las causas que explican el crecimiento de Vox.
Estábamos acostumbrados a una ultraderecha marginal que no iba más allá de las concentraciones nostálgicas del régimen franquista en el Valle de los Caídos, o de las nunca debidamente perseguidas agresiones a inmigrantes, indigentes o a jóvenes militantes de organizaciones izquierdistas. Pero las cosas han cambiado radicalmente en muy poco tiempo y tal vez, en su momento, se minusvaloró el papel de ciertos medios de comunicación y de ciertos lobbies pseudorreligiosos a la hora de ir difundiendo poco a poco y desde hace muchos años determinados discursos de odio «al diferente».
Hoy la nueva ultraderecha, presente en las instituciones públicas a través de Vox, ha sido capaz de superar el folclore nostálgico del 20N para desarrollar una auténtica ofensiva ideológica y política: minimizando el peligro que implica la realidad del cambio climático, negando que exista una violencia estructural contra las mujeres, atacando un día sí y otro también al Papa Francisco, denigrando a los homosexuales, proponiendo la disolución de las comunidades autónomas para reforzar nuevamente el yugo del centralismo madrileño, y reivindicando la privatización de los servicios sociales públicos más básicos como son la Sanidad y la Educación; planteando en resumen un programa que combina a partes iguales un liberalismo económico sin frenos junto con un fascismo cultural igualmente desvergonzado.
Ante esta amenaza cada vez más preocupante, en el Partido Carlista consideramos que el único camino posible es la articulación y difusión de nuevos discursos y nuevas prácticas desde la izquierda y en la sociedad, revertir en lo económico los males ocasionados por tantos años acumulados de políticas neoliberales y deslegitimar en lo cultural las nuevas formas de neofascismo, en definitiva, la firmeza y la coherencia en los principios de convivencia, socialistas y democráticos, que para nosotros son fundamentales y que entendemos que se puede y se deben reconducir.
Termino exigiendo una vez más el esclarecimiento y la desclasificación de los sucesos de Montejurra 76, primer asesinato ejecutado y organizado por las más altas instancias del gobierno español, con la participación directa de la internacional fascista.
Bukatu nahi dut, beste behin ere, Montejurra 76ko gertaerak argitzea eta desklasifikatzea eskatuz. Espainiako gobernuko instantziarik gorenek exekutatu eta antolatutako lehen hilketa izan zen hau, nazioarteko faxismoaren zuzeneko parte-hartzearekin.