Presupuesto gasto militar en armamento
Para entrar en la OTAN se hizo un referéndum tramposo para favorecer el sí.
Lo ganó el sí con un 56,85%, con una participación del 59,4%, una abstención del 35,50% y un 7,65% nulos o en blanco. No se contemplaba el NO. O sea, se aprobó por los pelos, y solamente con el sí del 33,76% de los ciudadanos convocados.
La integración de España en la OTAN fue más bien presencial, testimonial, con escasísimo coste. Actualmente, solo cuenta con tres centros nacionales de defensa y con dos bases militares a cargo de EEUU (Rota y Morón de la Frontera).
Para una integración en la OTAN con escasa presencia y coste, se hizo un referéndum. Hoy, para la constitución de una organización militar que precisa de un coste obsceno, que no inversión, de 800.000 millones de euros, no se hace referéndum en ninguno de los países de la CEE. En teoría, los más democráticos del mundo.
Se trata de un presupuesto dedicado a la guerra, a la mayor y más trágica de las de causas, indiscutiblemente, no deseadas por la población, la mayoría humilde, sino por sus dirigentes, cada vez más nominalizados, representantes todos ellos de los poderes fácticos.
Lo que se invierta en armamento, matemáticamente, va en detrimento de los presupuestos sociales, objetivo principal de los países desarrollados y democráticos del mundo occidental. Supone, aumentar voluntariamente la conflictividad interna, además de mitigar considerablemente el empleo, la riqueza y la incuestionable utilidad que genera el gasto social, mucho más diversificado que la que genera la industria militar, en muy pocas manos, además privadas.
Ese dineral dedicado al desarrollo de estructuras, en África reduciría a la mínima expresión la inmigración que tanto preocupa a Europa. Del mismo modo, EEUU que se acerca al billón de dólares anuales dedicados al armamento, fagocitaría la presión que sufre su frontera con los emigrantes del Sur del Río Bravo o Río Grande. Potenciar la cooperación y no el enfrentamiento favorecería en gran medida el comercio y la convivencia entre los continentes y, lo que es más importante, la equidad, el más honorable de los objetivos que, a la vista está, no se considera en ningún presupuesto internacional.
Las fronteras han sufrido innumerables cambios a lo largo de la historia, productos todos ellos de la Ley del más fuerte: la guerra. No se regían por los modelos democráticos de los que hoy presumimos orgullosamente. Por lo tanto, ¿por qué no actuamos ya democráticamente, civilizadamente, para conformar y acomodar las fronteras en cada momento? ¿Cómo? Con consultas populares, no hay otra.
El presupuesto que pretende Europa, con ser exagerado, es muy inferior al de las potencias supuestamente amenazantes (EEUU Rusia, China, Corea, etc.)... Por lo tanto, vengan de donde vengan, batallas perdidas de antemano.
¿Al igual que Rusia, no es EEUU un invasor, creando tensiones allí donde puede con cientos de bases militares repartidas por todo el mundo? ¿No está amenazando en estos momentos a Europa, pretendiendo apropiarse de Groenlandia, esto es, de una autonomía dependiente de Dinamarca? ¿O, su interés por Palestina? después de haber ayudado a Israel hasta la destrucción total de su espacio? Son solo dos ejemplos. Actualmente hay otros 50 países en guerra, que por cierto, ninguno fabrica armamento...
Cuánto más eficiente y humano sería sustituir la guerra por la diplomacia: menos proyectos militares y más comandos diplomáticos, eso sí, independientes.
A colación, citada la diplomacia: con sus 5.000 millones anuales de presupuesto, ¿qué aporta la ONU a la diplomacia efectiva, a la pacificación?
Conclusión: La guerra, en todo el mundo, no la quiere la gran mayoría de la población, precisamente por ser esa mayoría la que la sufre. Los interesados en la guerra raramente la sufren, carecen de humanidad, solamente persiguen sus beneficios.
El que suscribe, no se puede pegar con un boxeador porque es consciente de que, además de no conseguir nada, le va a salir cara la contienda. No le queda otra actitud que negociar: analizar qué quiere el boxeador y qué desea el concernido. Seguro que hay puntos comunes que interesan a las dos partes, tendentes a una solución pacífica. La más importante y práctica: hacerse amigos.
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