Aster Navas

Pruébate un libro

Lunes. A falta de otros planes me he echado a la calle –smartphone en ristre, plano en mano– como un turista. Quiero saber qué ven los forasteros que nos visitan, por qué carajo vienen. De vez en cuando me gusta –me preocupa también– ser un impostor.

Me he atrevido incluso a preguntar direcciones; una señora muy amable me ha sugerido un restaurante que yo nunca habría recomendado; un municipal, un hotel que de sobra sé que se va de mi presupuesto; un joven me ha acompañado hasta una basílica y una insólita torre medieval que he visto cientos de veces; con total desparpajo he preguntado a un taxista por un puente inaudito junto al que paso diariamente.

Lo más importante es que me he asomado a Portugalete con otros ojos, como si no me perteneciera o, más bien, como si yo no (le) perteneciera a él. En cuanto pueda me paso por el ayuntamiento para asegurarme de que sigo empadronado aquí.

Martes. Aparte de la primavera oficial, esa que se ha encaramado a los árboles y al cielo, hay otras primaveras, ajenas al calendario, que sorprendemos una tarde como la de hoy en la forma en que el sol incide sobre la mesa en que tecleamos o en el polen que cubre los toldos de los colgadores; en los rotos de unos vaqueros. Hay también algo premonitorio, un anticipo de luz, de calor; algo de promesa en esos objetos. El horóscopo alaba la generosidad de los Acuario. Lo de Musk...

Miércoles. El BOE derogó hoy –por error– la Constitución. También deja sin vigencia otras ocho leyes fundamentales, entre ellas el Código Penal, el Código Civil o la Ley de Enjuiciamiento. Voy a una librería y «me pruebo» –se acerca su Día– un libro: en la mano, bajo el brazo, entre los dedos, en un bolsillo. Con chamarra. En camiseta. “Tanta pasión para nada”, de Llamazares. No, no me queda mal. Lo de Sudán...

Jueves. Leo de mañana en la prensa que para la atención a las víctimas de maltrato infantil se ha diseñado un nuevo protocolo. Los protocolos son unos mecanismos de gestión inmejorables: te dicen en situaciones límites y, analizando datos objetivos, cuál es el paso siguiente. Todo lo contrario a lo que ocurre cuando nos desborda algún problema personal. Mar arbolada en el Cantábrico.

Viernes. Comprendo, como en una revelación, al tercer –no, al cuarto– sorbo de un café, que el amor está sobrevalorado. Por supuesto que es importantísimo que te quieran, pero especialmente a cierta edad, que te deseen –aunque sea un poco o a ratos– es la ostia. Somos deseo; poco más.

Sábado. Explico en 4.A que ahí, a la sombra del nombre, los que llevan, a la chita callando, buena parte del significado son los determinantes. Es muy diferente decir el abogado que mis abogados; el cardiólogo que mi cardiólogo. Nos separa una brecha infranqueable de quienes pueden decir mi dietista, mi cirujano plástico, mi entrenador personal, mi coach, mi hijo, mi psiquiatra. Me miran ligeramente preocupados.

Domingo. Se me ocurre con el quinto –quizás el sexto– trago de cerveza que, así como hay abogados «de oficio», esos que te adjudica la administración en caso de que no puedas costearte tu defensa, debería haber amigos, camareros y hasta poetas de oficio. Estaremos de acuerdo en que son tanto o, tal vez, más imprescindibles.

Lunes. Paso por el consistorio donde un funcionario me confirma con un certificado de empadronamiento que sí, que sigo siendo vecino de la Villa. Me recojo mucho más tranquilo.

En fin.

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