Reflexión sobre el carnaval: risa, máscara, disfraz o el arte de vivir y sobrevivir
Nace como expresión de un intento social de transgredir las normas y subvertir los roles sociales superpuestos.
En la civilización occidental, los orígenes del Carnaval son antiguos y se remontan a las Saturnales romanas, rituales paganos en los que, durante un periodo de tiempo limitado, no existía la obligación de respetar leyes y costumbres sociales y en los que se rompían las jerarquías (los esclavos se convertían en libres y adquirían poderes).
El mundo, en aquellos días, giraba hacia atrás o al revés. El equilibrio social y el orden perfecto de las cosas regresaban con el final de la fiesta, que estaba marcada por los sacrificios, en la perspectiva ritual mediante la cual la muerte conduce siempre a un nuevo renacimiento.
No es mi intención ahondar en el amplio aspecto antropológico vinculado a los rituales del Carnaval. Me limito a centrarme en algunos aspectos metafóricos del Carnaval, que también ofrecen una clave interesante para reflexionar sobre la ritualidad de la vida.
Hoy en día, el Carnaval es una fiesta socialmente concedida especialmente a los niños, que pueden acceder, sin miedo, a la irracionalidad, a la distorsión de las normas y de los límites y entrar en contacto inconscientemente con sus propios deseos y miedos a través de uno, o de mil, disfraces elegidos (un niño que se disfraza de monstruo, por ejemplo, se está identificando con sus angustias y al mismo tiempo se enfrenta a la parte más temida de sí mismo).
A medida que envejecemos, nos interesa cada vez menos participar en eventos de carnaval, archivándolos como posibles y divertidos solo en la era de los juegos. Como adultos, nos reconocemos cada vez menos capaces de permitirnos “salir de las reglas”: en la necesidad de mantener un control lo más racional posible, nos negamos muchas regresiones al servicio del ego que en realidad son funcionales y necesarias para nuestro bienestar psicológico.
En nuestra vida cotidiana, sin embargo, nos enfrentamos a múltiples “fases de carnaval”: períodos alternados de confusión y de conquista de nuevos equilibrios a través de diversas formas de sacrificio.
Siendo animales sociales, nos vemos obligados a lo largo de nuestra vida a adherirnos a unas normas preestablecidas que regulan y determinan nuestras relaciones, pero cuando algo nos desestabiliza y empiezan a sentirse como un corsé o nos decepcionan, entonces el caos interno nos embarga. Todo se vuelve confuso. Todo se convierte en crisis. Perdemos el contacto con las reglas, ya no reconocemos lo que está bien y lo que está mal. La confusión interior emerge, la manifestamos en nuestro comportamiento, en nuestras huidas de lo “normal”, en nuestros excesos, en nuestra melancolía y agitación.
Es precisamente cuando nuestra identidad está en crisis y ya no sabemos qué máscaras ponernos y cómo hacerlo, que comienza nuestro cambio. La transición, el crecimiento y el renacimiento en una nueva forma son posibles solo reconociendo la existencia del caos interno, afrontándolo, cuestionándonos sobre quiénes somos, así como quiénes queremos ser.
Somos lo que mostramos y lo que no mostramos. Después de todo, usamos máscaras todos los días. Son las máscaras de carnaval de la vida cotidiana, esas partes de nosotros, o más bien, representaciones de partes de nuestra personalidad que vestimos frente al mundo exterior. Son reflejos de nosotros, que solo se parecen parcialmente a nosotros. Escudos, defensas, pero también recursos porque nos permiten interactuar y reconocer partes similares a nosotros en el otro, acercándonos a él. Son herramientas, por tanto, que podemos utilizar para enriquecernos en el encuentro con los demás y con nosotros mismos.
Recurrimos a nuestras máscaras, especialmente en momentos de confusión, cuando necesitamos contacto con la realidad, les confiamos la tarea de darnos una forma específica. En el largo proceso de individuación, orientado a conocernos y descubrirnos a nosotros mismos, aprendemos a reconocerlos y ser conscientes de ellos, gestionándolos y mostrándolos en función de las peticiones externas.
Carl Jung hablaba de ello bajo el arquetipo de “Persona” que representa el conjunto de nuestras máscaras, lo que mostramos al mundo exterior, nuestro “yo” consciente, es decir, lo que somos solo en parte. Cada uno tiene su propia “Persona” que posee características individuales únicas y rasgos que pertenecen a toda la humanidad.
La “Persona” es solo una parte de nuestro Ser, la más visible y cierta, no representa nuestro Ser en su totalidad. Cuando nos identificamos rígidamente con una máscara, un rol social, una etiqueta… cometemos el error de escondernos detrás de nuestra propia “Persona”.
Convencemos al otro hasta el punto de convencernos a nosotros mismos de que solo somos lo que mostramos ser, que solo somos la suma de nuestras propias máscaras, quedando enjaulados en ellas y bloqueando o impidiendo un camino “sano” de autodescubrimiento.
También la máscara puede representar una estrategia fruto de un trauma infantil, un mecanismo de defensa, …, que empuja al individuo a mostrar solo esa parte de sí mismo y a negarse en consecuencia la posibilidad de "involucrarse" en el descubrimiento de un mundo interior desconocido.
El carnaval es una época de fronteras: solo atravesando los fríos días del invierno y la confusión, es posible acceder a la serenidad de la primavera. Su ritual nos muestra cómo la vida alterna siempre entre fases de desequilibrio y equilibrio, de calma y tormenta, de diversión y sacrificio, de rigidez y transgresión.
Para nosotros, la circularidad es un mensaje de esperanza que suena a “todo saldrá bien” o a “hay tiempo para cada cosa y cada cosa tiene su tiempo”: siempre habrá nuevos inviernos, nuevos periodos de caos y, ciertamente, nuevas primaveras.
Acabo ya. Una clave para entender el Carnaval es la celebración en contraposición al ritual. La fiesta que no acepta restricciones y que en su subversión de las reglas mantiene intacto el misterio de los «carnavales». Sí, el Carnaval es la risa, la máscara, el disfraz, es decir, el arte de la vida, que es también el arte de la supervivencia.
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