Paco Roda

Resignificando, no molesten

Imaginé la escena de la firma del acuerdo sobre los Caídos; los previos, las llamadas, las dudas y hasta la valoración de riesgos. Y me pregunté si, al margen de las hipotecas, agendas ocultas o compromisos partidistas que han propiciado la resignificación vicaria del edificio fascista, habría algo más. Porque todo pacto implica que una parte de tu carga argumental cambia de acera. En esa partida has puesto en juego tu teoría política y el énfasis épico de tus propuestas de cambio. Y has terminado por admitir la vía de la racionalidad pedagógica para resignificar un pasado turbio y sangriento sin que te salpique lo más mínimo.

Me preguntaba, como a Marta Sanz, si lo más honesto cuando te enfrentas a algo complejo es tirar de soberbia o de honestidad. O pensar que cada cosa tiene su momento. Y como ya nada es incompatible: jugar al mus a la vez que haces pilates, o ver "Sálvame" mientras lees a Sylvia Plath, pues acabas defendiendo que lo mediáticamente correcto viene a coincidir con lo políticamente posible. Como es el caso, visto lo visto.

Pero una cosa es llegar al acuerdo y otra vender su idoneidad en un ambiente cargado. A sabiendas de que hay serias dudas legales, se ha optado por una justificación arquitectónica, por la nueva reorientación pedagógica del edificio y su potencialidad desenmascadora del franquismo. Nada se dice de la memoria humillada de las víctimas, apegada como un linfoma a su cúpula y la degradante voluntad de su ejecución y ensalzamiento como artefacto sinóptico a lo largo de 82 años.

No negaré que la capacidad envolvente del concepto «resignificación» es altamente vírica. Como no negaré que es más fácil ser amable que aguafiestas o rechazar que desear alternativas. Basta leer a Daniel Rico y su libro "¿Quién teme a Francisco Franco?" para llegar a creer que la única política honesta y sensata con el pasado franquista solo puede ser compensatoria o aditiva, pero nunca sustitutoria. O el libro "Mentiras Monumentales", de Robert Bevan, quien sostiene que: «el destierro iconoclasta de los monumentos problemáticos (...) solo contribuye a la falta de afecto y profundidad del conocimiento».

Leyendo estos textos, uno tiene la sensación que los firmantes han tirado de estas ideas fuerza para afirmar que no se puede echar mano de la piqueta so pena de incurrir en una iconoclasia que niega la propia historia. Pero han ido más allá. Porque cuando el pasado y la memoria se convierten en pura estetización, la política se reduce al posibilismo. Y de eso han tirado; pues resulta asombroso el giro de estos partidos que hace apenas dos años aprobaron en el Congreso la demolición de toda simbología franquista y anteayer se echaran para atrás. Pero hay más. Ahora le dan la vuelta a lo dicho manteniendo este edificio en contra de la Ley de Memoria Democrática.

Y así se llega a convertir la resignificación en la nueva verdad colonial. Poco más o menos nos dicen que la conservación maquillada del horror desacredita el monumento, desarmándolo y decretando su nulidad celebradora. Suena a oxímoron pero así lo venden. Pero nada más lejos. Porque quien diseñó el edificio lo hizo apelando a la eternidad de su sentido. Y esa eternidad está grabada a sangre y fuego en sus paredes. Por eso la resignificación es una trampa. Porque sigue reproduciendo los valores de los perpetradores. Así que el nuevo híbrido no evitará la revictimización, pues con ello se refuerza la subalternidad de lo recordado.

Y sí, ya sabemos que los Caídos son un lugar inconveniente, que quema como un clavo ardiente, que su debate aboca a la ciudad a un trance nada fácil. Pero esta salida en falso es un grave error, político, memorialístico y social. Porque no se ha abordado un relato integral de lo sucedido, porque se han evitado, además de las leyes, las aristas más cortantes que lo explican como dispositivo humillatorio.

Así las cosas, la propuesta del derribo es acusada de populismo buenrrollista o diagnosticada como una patologización memorialística de nuestra historia. Con este pacto se nos pide no caer en purismos, evitar el izquierdismo woke y confiar en el cálculo posibilista para poder seguir con nuestra vida amabilizada y volver sin complejos a nuestros asuntos.

Y no, porque toda propuesta que no desactive la monumentalidad física que encarna la perpetuación de los asesinatos y la victoria fascista, ni repara la memoria histórica, ni hace justicia con los asesinados y sus familias. Por tanto, la resignificación, como memorial, solo podrá activarse sobre el campo baldío de su sombra enterrada.

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